Reseña histórico-biográfica de algunos de los principales personajes de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos Recoletos desde su fundación hasta la actualidad.
Nació en Fréscano (Zaragoza, España) el 11 de julio de 1825. Profesó en 1846 y, como ya había cursado los estudios eclesiásticos en Huesca y Zaragoza, fue ordenado sacerdote solo dos años después, en 1848.
Pronto mostró dotes para la docencia, por lo que se le encomendó primero la cátedra de Filosofía y en 1852 la de Teología, que desempeñó en Monteagudo, hasta que partió a Filipinas en 1860, en la misión 52.
En Manila se distinguió por su elocuencia y vasta erudición en los púlpitos, especialmente en la iglesia de San Sebastián durante el novenario del Carmen.
En 1861 fue nombrado rector de Monteagudo y después continuó con la docencia en Marcilla hasta 1896. En 1877 la Provincia le encomendó mejorar las condiciones de la enseñanza de las Ciencias Naturales en Monteagudo. En París compró una colección de aparatos de Física, un laboratorio de Química y una exposición de Botánica.
En 1891 fue nombrado consejero general, cargo que ejerció hasta su muerte el 19 de agosto de 1899.
Orador afamado
Mareca tenía una inteligencia privilegiada y era versado en toda clase de conocimientos. Tanto en Filipinas como España brilló como orador en efemérides como la inauguración de los Colegios de Marcilla (1865) y San Millán de la Cogolla (1878) o el XV Centenario de la Conversión de san Agustín (1887).
Para predicar escribía apuntes de ideas que desarrollaba vocalmente. Son raros los sermones que se conservan escritos por entero, como la Oración fúnebre a Monseñor Aranguren o un sermón A la Inmaculada Concepción.
Profesor brillante
Mareca enseñó durante 50 años. Obtuvo los títulos de Lector de Cánones (1861) y de Lector Jubilado, galardones solo para los más distinguidos.
De su autoría es el Plan de estudios de 1878, que supuso un salto de cualidad. Establecía que la carrera eclesiástica durara siete años y el programa se enriqueciera con materias de ciencias físicas y naturales, historia eclesiástica, Sagrada Escritura y oratoria.
Sin embargo, el avezado profesor nunca entregó nada a la prensa, ni se publicó obra alguna suya salvo un discurso preparado para pronunciarse —y que no se pronunció— en el II Congreso Católico Nacional de Zaragoza (1890). Más tarde lo publicó la revista Dogma y Razón.
En 1880 tenía preparados para la imprenta dos voluminosos tomos en latín de Teología dogmática, pero tampoco llegaron a publicarse.