Reseña histórico-biográfica de algunos de los principales personajes de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos Recoletos desde su fundación hasta la actualidad.

Natural de Paracuellos de la Ribera (Zaragoza, 1824), con 25 años pasa a Filipinas y un año después es párroco en Minulúan, hoy Talísay (Negros Occidental), de donde apenas sale hasta su muerte en marzo de 1902.

Acababan de recibir los Recoletos la encomienda de la isla de Negros, lugar en clara postración económica, social y religiosa. Cuenca es clave en su milagro económico: en menos de 40 años pasa de la insignificancia al primer puesto del comercio exterior: para 1892 sus azúcares aportan el 20% del valor total de las exportaciones filipinas.

Cuenca se convierte en el principal propulsor de este progreso. Ningún afán o inquietud de los negrenses le es ajena. Junto a los otros párrocos recoletos, se implica a fondo en colaboración con las autoridades. La población se multiplica y se crean nuevos pueblos y vías de comunicación.

Cuenca recorre el norte de la isla y lo siembra de aldehuelas que darán origen a tantas ciudades de hoy. Contactaba y conversaba con los monteses para convencerlos a fijar su morada en lugares determinados y les prometía ayuda y producción, respetando su jerarquía social. Años más tarde, calculaba en seis mil familias, un contingente de veinte mil almas, el número de los que se han sumado a su idea. Su destreza y el genio apacible local lo hicieron posible.

El paso siguiente es facilitar las comunicaciones y promover el cultivo de la caña de azúcar. Cuenca idea, construye y aplica la máquina hidráulica al beneficio de la caña. La primera la instala el año 1873. Más tarde, cuando, al mediar los años 80, advierte las insidias del monocultivo y la dura competencia de la remolacha, promueve cultivos como el abacá, el café y algunos tubérculos.

En respuesta a los graves problemas sanitarios —el primer médico no llegará a la isla hasta 1867— atendió en la propia casa religiosa a muchas personas y a sus propios compañeros religiosos aplicando sus conocimientos de hidroterapia.

La prueba de la consideración que todos le tenían se vio en 1898, durante la Revolución. Nadie le molestó. Eso sí, ya anciano y ciego, experimentó la amargura y el desengaño al ver tanto odio desplegado contra los religiosos. Fallece en Talísay el 28 de marzo de 1902.