HIstoria de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos.
Siempre en misión, Navigare necesse est (es necesario navegar): ¿no será decir lo mismo? Por eso la misión se puede representar con una barca que surca los mares. Por eso escrutan la estrella los navegantes: la estrella polar, que les marca el rumbo y que imanta sus sueños.
La frase la pone el historiador Plutarco en boca de Cneo Pompeyo Magno, general romano rival de Julio César, en circunstancias que no admitían titubeos ni dilaciones:
Navigare necesse est; vivere non est [Es necesario navegar; no lo es el vivir].
Se ha convertido en un aforismo que compendia empresas heroicas e inspira grandes ideales, incluso comerciales, a los que se sacrifica la vida. Era el mote de la Liga Hanseática medieval, y lo encontramos como lema en multitud de personajes, organizaciones e iniciativas a lo largo de los siglos.
La vida espiritual no está al margen de una visión como esta. Al contrario, ha sido también frecuente verla como una navegación a velas desplegadas al soplo del Espíritu Santo, atravesando tormentas y peligros, hasta llegar al puerto seguro del Cielo.
El simbolismo tiene un alcance tanto individual como colectivo. El espíritu de san Agustín (354-430) viene cursando los mares de la historia encarnado en sus seguidores, en sus hijos. En 1256 comenzó una nueva singladura, adaptada al mundo medieval y como institución bien reglamentada por la Iglesia, con el nombre de Orden de San Agustín.
Tres siglos después, el Concilio de Trento (1545-1563) marcará nuevos derroteros y suscitará ansias de vida más perfecta, vuelos más altos, conquistas mayores tanto en el mundo del espíritu como en la geografía. Se impone el lema del emperador Carlos V: Plus ultra [más allá], más allá de las fronteras europeas.
En el seno de la Orden de San Agustín surgen las reformas, que encarnan este nuevo espíritu, que aspiran a más. Surgen en toda la Iglesia, no solo en España; y no solo entre los Agustinos, sino en todas las Órdenes religiosas.
Las aspiraciones de los Agustinos españoles serán acogidas en el Capítulo de la Provincia de Castilla celebrado en Toledo a primeros de diciembre de 1588. Nace el movimiento recoleto que, a los pocos meses, cuenta con un primer convento, que le asigna la Provincia madre, en Talavera de la Reina (Toledo). Le siguen el de Portillo (1590) y Nava del Rey (1591), ambos en la provincia de Valladolid. Luego vendrán otros, en rápida sucesión, hasta completar la treintena a fines del siglo XVII.
Pero había que ir más allá; era tiempo no solo de engolfarse, por medio de la contemplación, en el océano infinito del conocimiento de Dios. Los conventos estaban tierra adentro, y muchos de sus moradores seguían manteniéndose en el horizonte físico de siempre.
Pero otros tenían bien claro que vivían en la época de los navegantes, los descubridores, los conquistadores. Sentían vivamente la urgencia del mandato evangélico: Id al mundo entero y predicad el Evangelio (Mc 16, 15).
Y eran bien conscientes de que ese mundo se había redimensionado, y por eso era tiempo de navegar, también físicamente. Desde los puertos de Sevilla y Cádiz llevaban décadas saliendo barcos que cruzaban el mundo: en ellos viajaban soldados, mercaderes, colonos…; buscaban riqueza, gloria, una posición, un porvenir… Los religiosos que sienten el comecome de la reforma no pueden menos de soñar singladuras misioneras.
Los reclamos que les llegan desde aquellos lejanos parajes son muchos y apremiantes. Pero, de momento, la escasez de personal y otras necesidades más urgentes impiden aceptar la invitación. Aunque, ya a finales de 1603, presentan al Rey su disponibilidad.
Felipe III acepta su ofrecimiento, asignándoles como parcela Filipinas. Y, para abril de 1605, la entonces única Provincia recoleta, congregada en Capítulo, aprueba el proyecto con universal aplauso, por considerarlo de gran servicio de Dios (Crónicas 1, 397-399).
La ejecución se la encomienda a fray Juan de San Jerónimo, su promotor principal. Este no pierde tiempo. Ya a primeros de mayo se reúne en Sevilla con sus compañeros, y el día 12 de julio embarcan en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) rumbo a México y Manila. En la bahía de la capital filipina fondearán a fines de mayo de 1606.
Desde aquella fecha, la que pocos años después se llamará Provincia de San Nicolás de Tolentino no ha dejado de navegar. El galeón de las Indias o de Manila ha sido durante siglos el cordón umbilical que ha nutrido las misiones filipinas del personal voluntario de los conventos de España.
Obviamente, el término hospicio no tiene aquí el sentido que le damos hoy día. En la terminología eclesiástica se llamaba así a una casa destinada a acoger religiosos de paso, el fin con el que nace el Hospicio de San Nicolás de México, como escala obligada en el viaje desde España hacia Filipinas.
El galeón Acapulco-Manila de ordinario hacía un viaje al año, así que los misioneros permanecían en México por cinco, seis o más meses desde que llegaban a Veracruz procedentes de España hasta que salían hacia Filipinas. En el Hospicio se les aseguraba el hospedaje y el recogimiento que pedía su tipo de vida.
Las primeras misiones usaron conventos agustinos. El beato Francisco de Jesús en 1620 estuvo siete meses de espera por tierras mexicanas; cinco de ellos residió con los Agustinos de Malinalco y Ocuilan (Estado de México).
Ese mismo 1620 Felipe III ordenó al virrey de Nueva España proporcionar a los Recoletos un hospedaje adecuado. En un primer momento fue un caserón desacomodado en los arrabales del norte de la ciudad. En 1637 consiguieron casa propia, aunque incómoda por su situación periférica y por las restricciones canónicas a que fue sometida.
En 1660 lograron trasladarse a una casa legada en testamento en la céntrica calle Tacuba. Allí se construye entre 1683 y 1685 el edificio actual. En los siglos XVIII y XIX en el callejero la antigua Tacuba figura como calle del Hospicio de San Nicolás; en el siglo XX se le nombra calle de la República de Guatemala.
A comienzos de 1828, años después de la Revolución y la independencia de México, cierra sus puertas. Son tiempos revueltos que a duras penas permiten la venta rápida del inmueble. Además nacen nuevas rutas de Europa a Filipinas, más rápidas y baratas, que no obligan a cruzar el Atlántico.
La presencia de los Agustinos Recoletos no volverá a brillar con nueva luz hasta el 27 de junio del año 1941, cuando regresan a México para quedarse.
El edificio fue declarado monumento histórico en 1932. Ha sido desde entonces Colegio de Economistas, Embajada de la República Dominicana, colegio para los hijos de los trabajadores del Palacio presidencial…
En cuanto pisan Manila, la primera preocupación de los Agustinos Recoletos es organizar la vida común. Inmediatamente fundan su primer convento, extramuros de la capital, en la zona conocida como Bagumbayan. Dos años más tarde, en 1608, entran ya en la ciudad murada de Manila. Luego vendrá la fundación en la ciudad portuaria, próxima a la capital, Cavite (1616). Y, en 1621, otro convento en un arrabal de Manila, el de San Sebastián.
El convento de Intramuros, dedicado a San Nicolás, será la sede del gobierno, por lo que siempre tendrá una comunidad más numerosa, que oscilará entre 20 y 30 religiosos. Los otros tienen capacidad para unos ocho religiosos, que es el número mínimo que exige el derecho.
Ya están asentados, con comunidades consistentes, en los principales centros urbanos de su nueva tierra. Pero no han venido para eso; siguen sintiendo, más acuciante si cabe, la llamada de la misión. Hay que navegar, sobre todo porque son los últimos en llegar, después de los Agustinos, Dominicos, Franciscanos y Jesuitas.
Los primeros ensayos los habían hecho, apenas llegados, en territorios no lejos de Manila, en las actuales provincias de Bataán y Zambales. El mismo 1606 fueron enviados allí tres religiosos, que desplegaron una actividad asombrosa.
Sin reparar en la insalubridad del terreno, ni en la escasez de alimentos, ni mucho menos en la presunta ferocidad de los naturales, remontaron ríos, escalaron montes y empezaron a agrupar a los indígenas, con el fin de adoctrinarlos mejor y evitar sus constantes enfrentamientos. Los tres misioneros murieron jóvenes, pero sus sucesores —Rodrigo de San Miguel, Andrés del Espíritu Santo y otros— logran ya pacificar la región y evangelizar a sus habitantes, dando vida a una docena de poblados.
Es un ensayo, ciertamente. Sus escasos efectivos iniciales no permiten otra cosa. Aún tendrán que esperar, impacientes, tres lustros.
En 1620 se sienten ya en condiciones de ejecutar la orden del Señor: Duc in altum [rema mar adentro] (Lc 5, 4). Ya pueden dirigirse al obispo de Cebú ofreciéndose a trabajar en su vasta Diócesis, que ocupaba todo el Sur del Archipiélago. Este acepta con mucho gusto y los Recoletos establecen su base de operaciones en la misma ciudad de Cebú (1621).
Cuando los religiosos agustinos recoletos de Filipinas están a punto de constituirse en Provincia autónoma, comienzan su gran despliegue misional por el Archipiélago. Cortan amarras y se echan mar adentro para evangelizar y culturizar regiones remotas, dejadas de la mano de Dios y expuestas a las incursiones de los piratas.
Lo resumirá en feliz expresión un publicista filipino moderno, Nick Joaquín:
«Se especializaron en las misiones de la jungla… Sobre todo trabajaron en las selvas de Zambales, en las selvas de Pangasinan, en las selvas de Tarlac, en las selvas de Mindoro, en las selvas de Palawan, en las selvas de Mindanao».
Y no serán solo los mares de Filipinas los que los Recoletos navegarán durante 400 años. También abrirán rutas hacia Japón, China, América, por el río Amazonas y sus afluentes…
Ni será tan solo la navegación física; esta no es más que una metáfora de la vida, de la trayectoria humana y del sentido de la historia. Porque, como imaginaba san Agustín, todo hombre es un navegante atraído de distintos modos a la tierra firme de la vida feliz, que no es otra cosa que la vida con Dios (Cf. Sobre la felicidad 1, 3).
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ÍNDICE DE CONTENIDO
Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino:
‘Siempre en misión’
- Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino: ‘Siempre en misión’
- 1. Introducción: “Navigare necesse est”
- 2. Siglo XVII: La Provincia de San Nicolás de Tolentino
- 3. Siglo XVIII: Filipinas, tierra de gestas
- 4. Siglo XIX: Filipinas, apogeo y desplome
- 5. Siglo XX hasta el Vaticano II: La eclosión
- 6. Siglo XX desde el Vaticano II: marejada en alta mar
- 7. Siglo XXI: Cara al futuro
- 8. Epílogo: Vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza