Lecturas: Deuteronomio 4,32-34.39-40: El Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la atierra: no hay otro; Salmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad; Romanos 6,14-17: Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba, Padre!; Mateo 28,16-20: Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Tomás Ortega González, agustinos recoleto
La celebración de este día es eco de las celebraciones anteriores, especialmente de la fiesta de Pentecostés: la capacidad de reconocer la diversidad de personas divinas en la unicidad del ser de Dios, es decir, que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin ser tres dioses distintos, sino uno y único Dios.
La Palabra de Dios de hoy viene llena de esta presencia del Espíritu que nos ayuda a rastrear dentro de la Escritura las pistas que nos llevan a esta afirmación:
Dios es Uno. La lectura del Deuteronomio nos regala este discurso de Moisés al pueblo, en el cual les recuerda todo lo que Yahvé ha hecho por ellos y cómo se ha ido manifestando misericordioso y atento con ellos, los ha elegido, los ha liberado, les ha dado la Ley y, finalmente, les va a dar en posesión la tierra prometida: Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro (Dt 4,39).
Dios es creador y protector. Nuestro salmo de hoy (sal 32), además de insistir en que Yahvé es único, nos dice que Él es el creador de todo: Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca toda su mesnada (sal 32,6); Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria (sal 32, 18-19). Dios no se desentiende de su creación, al contrario, se preocupa de ella y la protege; lo mismo hace con sus hijos, está con ellos, como con el pueblo de Israel: lo libra y lo salva.
Dios es Padre. Muchos textos del Antiguo Testamento insisten en la paternidad divina, especialmente con la descendencia de David (ver Sal 89). El Nuevo Testamento identifica a Yahvé, el Dios de Israel, como el Padre; especialmente el Señor Jesús se refiere preferentemente a Dios como su Padre. Lucas nos regala un retrato de esa paternidad divina en la parábola del Padre de la misericordia (Lc 15, 11-32), donde Jesús nos revela que el Padre ama, perdona y espera a sus hijos, sean como sean. Cuando Jesús enseña a orar a sus discípulos les enseña a hablar con su padre: Padrenuestro (Lc 11, 1-4). La lista de ocasiones en que Jesús habla de su Padre es larga. Además, Jesús no se abroga el título de hijo para él solo, lo comparte con los hombres, con quienes aceptan y creen en su mensaje. Pablo deja de manifiesto la realidad de la filiación de la humanidad renacida en Cristo: Dios es abba, Padre (Rom 8,15).
Dios es Hijo. Por medio de su Palabra creó todo. Esta Palabra está junto a Dios y es su Hijo como nos lo recuerda Juan al inicio del Evangelio: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios (Jn 1,1). La Palabra de Dios hecha carne, se convierte en salvador de los hombres. Jesús es el Hijo de Dios, es el enviado de Dios, el primogénito de vivos y muertos, la imagen de Dios invisible. Jesús reconoce su identidad divina cuando dice: Yo y el Padre somos uno (Jn 10,30), o quien me ha visto a mi ha visto al Padre (cf. Jn 14, 8-12). No perdamos tampoco de vista que el Hijo es enviado del Padre y por ello, viene de Él (cf. Jn 12,49; 20,21).
Dios es Espíritu Santo. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn 14,26). Jesús glorificado envía su Espíritu a los creyentes para que estos tengan la fuerza para continuar la misión. Y no es cualquier Espíritu, es el Espíritu del propio Jesús; Espíritu que proviene del Padre: el Espíritu que dio forma a la creación, el Espíritu que bajó sobre Jesús el día del bautismo. Finalmente, es el Espíritu que hace de nosotros hijos de Dios, según el testimonio de Pablo: Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. (Rom 15-16).
Dios nos da una misión. El Evangelio de hoy es el mandato misionero de Mateo: El Señor Jesús envía a sus discípulos a llevar el Evangelio y a bautizar. La fórmula trinitaria nos recuerda que la misión no es un acto particular o personalista, sino un acto comunitario. La comunidad creyente es reflejo de la comunidad trinitaria. Bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es reconocer nuestra dignidad de hijos de Dios y de enviados por Él, para llevar la salvación que obró su Hijo en nosotros.