Caro Francisco La Santísima Trinidad

Lecturas: Deuteronomio 4,32-34.39-40: El Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la atierra: no hay otro; Salmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad; Romanos 6,14-17: Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba, Padre!; Mateo 28,16-20: Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Marciano Santervás, agustino recoleto

Si las oraciones y prefacio de la misa de hoy ponen el acento en el misterio admirable de la Trinidad, que hemos de adorar con reverencia, las lecturas proclamadas subrayan la cercanía de Dios Padre creador y salvador, de Dios Hijo, que se entregó por amor, de Dios Espíritu Santo, que nos vivifica y nos hace sentir hijos de Dios, herederos de la vida eterna.

Nuestro Dios no es un Dios lejano, sino muy cercano, tal como nos dice el texto del libro del Deuteronomio; es el creador y amigo de la vida, que liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de los egipcios y los cuidó a lo largo de su peregrinación por el desierto; les perdonó su incredulidad e infidelidades y los llevó hasta la tierra prometida, lugar de libertad y felicidad. Les dijo: “Israel, cumple mis mandatos y yo estaré contigo”. Cuanto hizo el Señor con su pueblo, sigue haciéndolo en la Iglesia y con cada uno de nosotros. La historia del pueblo de Israel es prototipo de la historia del nuevo pueblo de Dios, aplicable a la historia personal.

En la segunda lectura, esa cercanía de nuestro Dios llega a su culmen. Dios Padre nos regala su misma vida divina, nos hace hijos en su Hijo Jesucristo; Dios uno y trino nos inhabita y, gracias al don del Espíritu Santo, podemos tomar conciencia de nuestra condición de hijos y llamar a Dios ¡Abba, Padre!

Esta manera de presencia de Dios más que cercanía debemos denominarla comunión, comunión con Dios en el amor, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Esta presencia misteriosa y admirable de Dios uno y trino se simboliza y realiza al recibir el sacramento del bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. De aquí la importancia del sacramento, del misterio del bautismo, que todos hemos recibido y que Cristo encomendó a sus discípulos que realizaran.

Jesús, antes de subir al cielo, envió a los discípulos a que hicieran discípulos de todos los pueblos, pero no primeramente para enseñarles doctrina, sino para enseñarles una nueva manera de vivir, como bautizados, como hijos de Dios, como seguidores del Maestro, del Hijo primogénito entre muchos hermanos.

Jesús sabía cuán difícil es guardar fielmente lo que él mismo nos manda, seguirlo; Jesús sabía cuán difícil es vivir nuestra condición filial, recibida gratuitamente en el bautismo. Por eso nos dijo: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.

Hermanos, admiremos y adoremos el sacrosanto misterio de la Trinidad, que no se resuelve a base de números, sino a base de amor. Agradezcamos, pues, ese amor inmenso de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; admiremos también el misterio que somos nosotros, amados de Dios, a pesar de nuestras infidelidades y cobardías, y démosle gracias porque su amor es eterno.

¡Cuántos gestos son trinitarios y no somos conscientes de ello! Avivemos nuestra fe y démosle gloria diciendo: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…