La historia de la misión de Shangqiu en sus primeras décadas (1924-1955) estuvo marcada por los conflictos bélicos y sus terribles consecuencias: hambrunas, inseguridad, masivas emigraciones, pérdida de bienes, muertes… Los misioneros fueron un rayo de esperanza ante tantas calamidades.
Actitud acogedora de los misioneros agustinos recoletos
Los misioneros agustinos recoletos en China mostraron una actitud acogedora hacia las personas necesitadas que se encontraban en su camino. Siguiendo el ejemplo del buen samaritano, no pasaban de largo, sino que intentaban ofrecer salvación espiritual, consuelo y amor a los enfermos, necesitados o moribundos.
Fundación de la Santa Infancia (1925)
Desde el principio, abrieron las puertas de la Misión para acoger a quienes necesitaban ayuda. En 1925 fundaron un orfanato, llamado Santa Infancia, para acoger a niñas abandonadas, que más tarde se convirtió en un semillero de catequistas y religiosas indígenas.
Se sabe que el padre Mariano Gazpio ya en sus primeros años de misionero albergó a refugiados en la misión de Chengliku: un niño secuestrado para cobrar un rescate y un joven que fue detenido para enrolarlo en el ejército. Ambos acabaron felizmente, gracias a la intervención del “Santo de la Misión”. Por su parte, Venancio Martínez hospedó en su casa a un adicto a los opiáceos en mal estado y le ayudó en su proceso de desintoxicación y rehabilitación.
Dispensario de fray Pedro Colomo (1932-1952)
Figura destacada en la atención a los enfermos y la práctica de la caridad fue el padre Pedro Colomo, médico de profesión, que en 1932 fundó un dispensario médico en Shangqiu (Henan, China). Sus consultas eran gratuitas, tanto para cristianos como para paganos pobres. Además de las medicinas repartidas en dicho dispensario, se distribuían también en los demás distritos de la misión.
También se brindó atención espiritual y un lugar digno donde morir a muchos moribundos abandonados que fueron llevados a la misión. Estos gestos de amor hacia ellos fueron considerados como el mayor testimonio de la verdad del Evangelio que predicaban los misioneros.
Guerra chino-japonesa (1937-1939)
Esta labor de acogida destacó aún más durante la dura realidad de la guerra chino-japonesa (1937-1939), cuando los misioneros albergaron y socorrieron a miles de refugiados en todos los puestos de misión.
Y también en otros muchos momentos, porque de los 28 años que los misioneros agustinos recoletos permanecieron en la misión de Shangqiu (1924-1952), la mayoría de ellos estuvieron marcados por diversas guerras: la guerra de reunificación de China (1926-1930), la guerra chino-japonesa (1937-1939), que se prolongó al estallar la segunda guerra mundial (1939-1945), la guerra entre nacionalistas y comunistas (1945-1949) y la persecución comunista a los misioneros extranjeros (1949-1952). Como afirmó Gazpio, “sería imposible contar el sin número de calamidades que este pobre pueblo chino sufre a causa de la guerra y los bandidos”.
La guerra total que Japón desató contra China en 1937 fue especialmente dramática. Con su capacidad destructiva y los bombardeos aéreos, provocó una grave situación de muerte y desplazamientos masivos de refugiados. Miles de personas huían de la guerra en busca de protección para sus vidas y bienes.
Ante esta situación, el delegado apostólico en China propuso el programa principal con el que la Iglesia quería y debía responder pastoralmente a la trágica situación en China, expresado en la carta pastoral titulada Inter arma Charitas (En medio de las armas, la caridad) del año 1937. En medio del conflicto, la Iglesia Católica debía librar su propia batalla: “la batalla de la caridad hacia todos, con la máxima paciencia y el trabajo constante en favor de la Iglesia y del pueblo chino”.
Atención a los refugiados en la Misión de Shangqiu
En el Vicariato de Shangqiu, cuando la guerra se acercaba a la provincia de Henan, la gente empezó a acudir en masa a la misión en busca de refugio. Cristianos y paganos, por igual, llegaban con todas sus pertenencias y confiaban en los misioneros para proteger sus vidas y bienes. La confianza en la bondad y honradez de los misioneros era absoluta.
Las misiones de Ningling y Yungcheng se distinguieron especialmente en este aspecto. Una vez que los invasores controlaron estas ciudades, prácticamente todos los habitantes quedaron dentro de los límites de las propiedades de la misión. Esta situación se prolongó durante más de dos meses en algunos casos. El problema más apremiante era la alimentación de miles de personas. Los misioneros distribuyeron todo lo que tenían en casa y, cuando se agotaron las reservas, solicitaron ayuda a los vencedores para remediar esta necesidad. Se pudo así solucionar este grave problema de alimentar a las personas afectadas por la guerra.
Después de la invasión, muchas de las personas refugiadas en los centros de misión regresaron a sus hogares, pero cientos y miles no pudieron hacerlo y tuvieron que vagar, viviendo de la caridad y refugiándose en las ciudades para protegerse de los bandidos. Las dificultades económicas, el encarecimiento de los precios y el saqueo por parte de los guerrilleros y bandidos hicieron que estas multitudes abandonadas sufrieran hambre.
Inundación del río Amarillo (1938)
A los damnificados de la región de Shangqiu se unieron cientos de miles de personas provenientes de las zonas orientales del Vicariato de Kaifeng, afectadas por las inundaciones provocadas por la destrucción de las presas del río Amarillo (14 junio 1938). Cerca de un millón de personas murieron en estas inundaciones y otro millón perdió todo y se vio obligado a desplazarse hacia regiones vecinas en busca de alimento y refugio.
La misión de Shangqiu, después de haber sufrido grandes dificultades, se encontró con una nueva prueba: la sequía. Esta situación agravó la trágica realidad del pueblo, que ya había soportado penurias, destierro, vida errante, bandidaje y saqueos. La especulación elevó los precios de los productos básicos y la sequía arruinó las esperanzas de una nueva cosecha que pudiera aliviar en parte las dificultades. Una vez más, la privación, la miseria y el sufrimiento se vislumbraban en el horizonte.
El padre Francisco Javier Ochoa, tras recibir dinero en Pekín y ponerse en contacto con la procuración de la Orden en Shanghái, siguiendo el consejo de Propaganda Fide, negoció con el Gobierno japonés local una indemnización económica por los daños producidos. Esto permitió obtener algo de dinero para hacer frente a las diversas necesidades de la misión.
Ochoa comprendió rápidamente la situación de las personas necesitadas en el Vicariato y tomó medidas al respecto. Siguiendo sus instrucciones, cada distrito recogió a la mayor cantidad posible de personas hambrientas en uno o dos puntos, según su capacidad. En relación al número de personas acogidas, se dio dinero a cada misionero para distribuirlo. La mayoría de ellos acogió a más de 300 personas. En total, unas 3.000 o más personas fueron alimentadas por el Vicariato durante tres meses.
Pero no solo se atendieron las necesidades materiales, sino que también se abrieron catecumenados en los centros de asistencia para nutrir las necesidades espirituales de los cristianos y catecúmenos. Gracias a estos catecumenados, se bautizaron más adultos que en años anteriores, llegando a unos 1.200 bautismos.
Constructores de paz
Nuestros misioneros fueron al mismo tiempo constructores de paz. En este campo se distinguieron los padres Arturo Quintanilla, Mariano Gazpio, Venancio Martínez, José Martínez, famoso pacificador entre bandas de guerrilleros y bandidos, y Luis Arribas. El distrito de Yungcheng reconoció solemnemente el trabajo caritativo de este último, que acogió a todos los que buscaban refugio y protección, y atendió a enfermos y moribundos sin hacer distinciones. Este reconocimiento quedó grabado en una estela de piedra como testimonio de agradecimiento al padre Arribas.
En resumen, la Misión fue un centro de acogida crucial durante los conflictos bélicos en China, especialmente durante la guerra chino-japonesa. Los misioneros agustinos recoletos demostraron una gran generosidad al acoger y cuidar a miles de refugiados, proporcionándoles comida, asilo y atención espiritual en medio de la adversidad. Su labor caritativa y fe cristiana en tiempos de guerra fue un testimonio vivo de amor sincero al prójimo manifestado en los momentos más difíciles.