Al llegar a China, los Agustinos Recoletos se encontraron con situaciones terribles de inseguridad y violencia, miseria y desigualdades, costumbres contra la dignidad humana, falta de empatía social y aporofobia cultural. Sin embargo, ni en los peores momentos, jamás los misioneros miraron hacia otro lado.
Los Agustinos Recoletos que llegaron a Shangqiu (Henan, China) hace cien años tenían como misión la evangelización y el anuncio de Cristo a un pueblo que desconocía todo respecto a la cultura cristiana, incluyendo el mandato del amor al prójimo y la reafirmación de la dignidad de toda persona como imagen de Dios.
En cuanto pusieron pie en aquella tierra hicieron lo que en buena lógica les permitiría conseguir ese objetivo evangelizador: observar, conocer, profundizar en la realidad, las costumbres y la lengua locales. Solo se puede dialogar y proponer una nueva fe que sea entendible y atractiva si se atiende a los intereses y el modo de pensar y actuar del interlocutor.
Por otro lado, aquellos misioneros eran hombres y mujeres de profunda fe y vivían con pasión su vocación cristiana, religiosa y misionera. Sus ojos estaban mediatizados por el mensaje evangélico del amor y todo aquello que ven y observan les impele a la acción. Cuantas más angustias, pobrezas, miserias, sufrimientos y dolores veían, más necesitaban actuar: anunciaban a Jesús y actuaban como Jesús lo hubiera hecho.
Esto explica que las obras sociales de los Agustinos Recoletos en Shangqiu comenzaran prácticamente desde el inicio de la misión. En la actualidad sigue habiendo importantes obras sociales en Shangqiu, especialmente en dos ámbitos: atención a los excluidos y educación.
En el primer caso se hace mediante la visita permanente a los hogares en una suerte de programa social parecido al de las Cáritas de cualquier Parroquia del resto del mundo; en el segundo caso es a través de un parvulario que fue en su momento financiado desde España con el apoyo de la ONGD Haren Alde (actualmente ARCORES, Red Solidaria Internacional Agustino-Recoleta) y administraciones como el Gobierno de Navarra.
Para acercarnos a la ingente tarea social histórica, hemos escogido como hilo conductor el de los protagonistas de estas acciones solidarias, sus beneficiarios.
Niñas abandonadas y mujeres discriminadas
El mayor proyecto social de la misión nació muy poco tiempo después de la llegada de los misioneros, cuando percibieron con estupor la frecuencia de los infanticidios, del abandono de niñas a su suerte o de la habitual venta y traspaso de menores de edad como si fueran objetos de negociación y comercio.
El 1 de febrero de 1925 alguien llevó a la misión a tres niñas en condiciones deplorables. La comunidad religiosa se enfrentó a un dilema moral enorme e inusitado: no acogerlas significaría su probable muerte o su venta; acogerlas, una situación muy difícil de gestionar y que fácilmente se podría desbordar, porque acabarían llegando más y no era esa la función de una comunidad religiosa.
La comunidad se reunió y no dudaron. Hicieron propuestas concretas para contar con los recursos que les exigiría acogerlas, con desprendimiento y renuncias a alimentos de los propios religiosos. La ayuda que recabaron de las mujeres cristianas sería fundamental. Comenzaba así la Santa Infancia.
La presencia de las niñas en la misión abrió la necesidad de organizar su educación integral; no se trataba solo de darles comida y techo, sino garantizar su futuro con una vida digna y estable. En las monjas recoletas vieron una solución, y se lanzaron a pedir la ayuda de voluntarias en los monasterios para cuidar de este ministerio y para iniciar la vida religiosa femenina en Shangqiu.
Por otro lado, las beneficiarias estaban permanentemente en contacto con los valores y mentalidad de los misioneros y las misioneras, lo que ejerció en ellas una influencia profunda. Varias se identificaron hasta el punto de consagrarse como Catequistas de Cristo Rey; otras tuvieron la oportunidad de escoger mucho mejor con quién formar una familia, algo que sus congéneres no tenían oportunidad de hacer, pues los matrimonios eran concertados y la mujer nunca tenía palabra alguna sobre su futuro y sus opciones.
La Santa Infancia otorgó a los misioneros y misioneras una gran ascendencia y respeto entre los no cristianos, en una sociedad nada acostumbrada a actitudes de empatía, acogida, solidaridad y atención a los más vulnerables.
Esto permitió sistematizar las visitas a las familias aprovechando la buena acogida. Trataban de inculcar en todos los hogares el respeto a la mujer y a los menores de edad, así como sembrar las semillas de la evangelización.
Con los años, las leyes comenzaron a castigar el infanticidio y fueron desapareciendo las escenas más desencarnadas de impiedad que tanto impresionaron la sensibilidad de los misioneros; sin embargo, los abandonos de niñas no pararon porque las condiciones económicas de las familias no mejoraban y por el profundamente arraigado machismo estructural.
La Santa Infancia se desarrolló en un edificio de 12×3 metros, con dormitorios y un comedor. Sobresalía el amor, la calidez y la ternura de las relaciones humanas vividas allí, con las religiosas dando rienda suelta a su instinto maternal y a su vivencia proactiva del amor evangélico.
En las propias niñas se inculcó también ese espíritu solidario y de empatía hacia otras víctimas de la desigualdad. Hay sorprendentes testimonios de niñas de la Santa Infancia que ayudaban a ciegos, a ancianas en soledad y miseria o a presos en cuanto tenían la oportunidad de hacerlo.
Los enfermos
Shangqiu no contaba con infraestructuras de sanidad pública ni de atención sanitaria. La gente solo podía disponer de la medicina tradicional bajo pago de cuantiosas cantidades. En cuanto a la medicina sistemática y científica, solo los cristianos (protestantes y católicos) pusieron en marcha algún tipo de atención.
La llegada del agustino recoleto Pedro Colomo (1899-1979) a Shangqiu en 1932 propició el proyecto de atención católico. Licenciado en Medicina en Filipinas, Colomo organizó la atención sanitaria con un dispensario en dos espaciosas habitaciones, una para las consultas y otra para sala de espera.
Solo los usuarios con posibilidades pagaban y, de este modo, colaboraban para cubrir los gastos de atender a quienes no tenían recursos. Las misioneras españolas y las catequistas chinas colaboraban con labores de enfermería.
Colomo sabía de la importancia de la prevención. Mucho antes de que fuera habitual como instrumento de salud pública, ejecutó una vacunación para frenar una epidemia de cólera que evitó muchas muertes. También distribuyó antimaláricos y analgésicos.
En una cultura sin la menor empatía por quien sufría enfermedad o dolor, el sanatorio de la misión católica brillaba por su hospitalidad, el alivio y consuelo, la humanización de la salud. Por este trabajo muchos aceptaron a los misioneros extranjeros venciendo las muchas prevenciones, recelos, prejuicios y suspicacias con que eran vistos usualmente.
Colomo valoró la medicina china tradicional y logró conseguir el acceso a fórmulas usadas localmente de generación en generación, guardadas en secreto, con remedios de producción barata y gran efecto terapéutico para aquellas dolencias para las que tenían un uso ya muy contrastado en el tiempo.
El número de consultas creció pese a las dificultades y parones producidos por las etapas de mayor inseguridad y violencia.
Año | 1930 | 1931 | 1932 | 1933 | 1934 | 1935 | 1936 | 1937 |
Consultas | 2.400 | 3.124 | 4.180 | 5.630 | 5.720 | 6.143 | 5.265 | 9.100 |
Media/día | 7 | 9 | 11 | 15 | 16 | 17 | 14 | 25 |
Las religiosas, además, unido a su tarea en la Santa Infancia y en el dispensario, iniciaron un proceso de visiteo de las casas en búsqueda de enfermos escondidos o abandonados, así como de moribundos.
Además de entregar medicinas, ejercían una tarea de consuelo, escucha y consejo. También ofrecían el bautismo de urgencia cuando se deparaban con personas en pleno proceso de agonía.
Los refugiados
Solo a los tres años de llegar, en 1927, los religiosos tuvieron que hacer su primer paréntesis y salir de la misión para salvaguardar sus vidas. Fue por un tiempo breve, pero el acoso de ejércitos de distinto bando y de poderosas bandas criminales en lucha por el territorio fueron una constante en el primer periodo de la misión (1924-1955).
Las bombas cayeron en el complejo de la misión entre el 15 y el 19 de mayo de 1930 y el 20 de mayo de 1938. Tropas japonesas, nacionalistas chinas y comunistas ocuparon en diversos momentos la misión, expulsaron a los religiosos y arramplaron con todo.
Los religiosos se mostraron como verdaderos líderes del pueblo a la hora de lidiar con esas violencias. Propiciaron acuerdos con los invasores para salvar vidas y que la población civil no sufriese castigo, ofrecieron refugio y comida a miles de desplazados.
Las tropas japonesas eran especialmente dadas a aterrorizar, matar, violar, robar, requisar y ocupar edificios. Muchos pusieron sus bienes en manos de los misioneros confiando en su probidad y honradez, pensando que por ser extranjeros los invasores los respetarían, cosa que no ocurrió. En lugares como Ningling o Yungcheng absolutamente toda la población local se apostó en los terrenos, templo y casa de los Recoletos.
Alimentar a esos miles de personas era un desafío complejo. Cuando se acabó todo lo que había, lograron acuerdos con las tropas para conseguir comida hasta que la gente pudo volver a sus hogares. La Iglesia Católica en China se organizó; a ojos de hoy, conociendo los recursos y posibilidades que tenían, parece imposible lo conseguido.
Los misioneros fueron verdaderos artífices de paz. En aquel avispero negociaron con los violentos, exigieron el fin de los saqueos, el respeto a la población civil, la alimentación de los desplazados, el compromiso de no atacar a los no contendientes.
Particularmente terrible fue en 1938 la voladura por parte de las tropas nacionalistas de los terraplenes que sujetaban el cauce del Río Amarillo para frenar el avance japonés. La inundación produjo más de un millón de muertos y otro millón de desplazados. A esa inundación le acompañó una terrible sequía. El papel de los religiosos agustinos recoletos fue verdaderamente heroico y sobrehumano en tales situaciones.
Así, José Martínez medió para que las guerrillas nunca entraran en Seliulou; Venancio Martínez intercedió para evitar las represalias sobre la población de Yucheng, muy castigada por el flujo y reflujo de los bandos; y en Huchiao, Arturo Quintanilla logró que se mantuviese la calma aun con la duplicidad y triplicidad de autoridades enfrentadas. Fue calificado de “Hombre enviado del Cielo”.
En Yungcheng fue Luis Arribas quien ganó un reconocimiento por su acogida de refugiados y su atención a enfermos y moribundos, sin distinción de personas; en una estela de piedra dejaron escrito que él fue “estrella de la felicidad de nuestro camino” y que “lo amamos como a nuestros padres, lo seguimos como a nuestra inteligencia”.
Los presos
La Misión obtuvo en 1935 el permiso para entrar libremente en las cárceles, hospicios y otros centros de beneficencia. En el caso de las cárceles, las misioneras establecieron un plan pastoral completo.
Lograron que los oficiales les avisasen sobre los presos enfermos, a los que ofrecían consuelo y medicinas. Este colectivo sufría violencia, hambre, enfermedad, desprecio y malos tratos, no siempre condenados en juicios justos y con garantías procesales.
Personas con discapacidad
En China, las personas con necesidades especiales quedaban con frecuencia abandonadas en las calles y condenadas a la mendicidad. Cuando hubo paz y recursos, se fundaron centros de acogida para ellos, muy precarios pero efectivos.
En Shangqiu había un asilo que les daba alimentación y techo. Se valían de él en torno a un centenar de ancianos abandonados y quienes habían sufrido mutilaciones de guerra. La atención de los misioneros y misioneras les produjo tal impresión que los domingos se daba una imagen curiosa y enternecedora: una caravana de ciegos, cojos y mendigos llegaban de motu proprio a la misión para escuchar la liturgia dominical.
Niños sin educación regular
Hasta la invasión japonesa, el Gobierno nacionalista imponía restricciones y controles y no permitía que hubiera escuelas cristianas. Tras la invasión se estancó toda actividad educativa pública y se hizo imperiosa la apertura de escuelas particulares.
Más de dos centenares de alumnos de ambos sexos estudiaron en las escuelas de la misión hasta el quinto grado bajo la batuta de tres catequistas y dos maestras laicas. Este apostolado puso en contacto a la Iglesia con las familias pudientes y de mayor grado de formación de la sociedad local, que hasta entonces no habían estado en contacto con los misioneros y misioneras.
Así como los otros proyectos sociales habían atraído con fuerza a las personas más vulnerables y abandonadas de la sociedad, la educación reglada consiguió terminar con los prejuicios de las clases más altas contra los misioneros extranjeros y contra el mensaje cristiano.