El 2 de mayo, fiesta de la Comunidad autónoma madrileña, un grupo de seglares agustinos recoletos peregrinan por los campos de Cuenca, España para visitar dos poblaciones en que los Agustinos Recoletos han dejado una honda huella, que perdura aun hoy día.
Después de celebrar la Eucaristía en la parroquia de Santa Rita, en Madrid capital, el grupo de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta emprendió el camino hacia Belmonte, Cuenca.
El trayecto de Madrid a Cuenca, una vez que entras en esta provincia y dejas la autovía Madrid-Valencia, es ciertamente un peregrinar por campos y pequeños montículos de pobre vegetación, con muy escasa población.
En Belmonte
A las 11.30 llegaron los peregrinos a Belmonte, pueblo de unos 1.800 habitantes, y se dirigieron directamente a la colegiata de San Bartolomé (siglo XV) que es la parroquia del pueblo. Previo contacto telefónico con el párroco don Emilio de la Fuente, que facilitó cuanto pudo la visita a la colegiata, se pusieron en comunicación con Marta Castellanos, catequista y guía turística, que don Emilio había presentado como la persona idónea para atender al grupo de parroquianos de Santa Rita.
Marta Castellanos hizo una minuciosa explicación histórico-artística de la colegiata; de todas y cada una de las capillas y del valioso coro. Marta siempre estuvo abierta a todo tipo de preguntas, que respondía con profesionalidad.
Dentro de la visita guiada, había dos cosas que los diez turistas deseaban ver con especial interés y por lo que llegaron a Belmonte: la pila bautismal donde se bautizó a fray Luis de León y, principalmente, contemplar y orar ante el Santo Cristo de los Peligros, una imagen de marfil, traída de Filipinas por los misioneros agustinos recoletos y regalada al pueblo de Belmonte en 1715, por fray Juan de Jesús, belmonteño, vicario general de la Orden de 1712 a 1718.
Según la leyenda, en la travesía del océano Pacífico de Manila a Acapulco, se levantó una fuerte tempestad. Por ello se colgó del mástil del galeón la imagen del Crucificado, al que invocaron marineros y pasajeros, y la tormenta amainó.
Los lugareños guardan el Santo Cristo de los Peligros con mucho cuidado en el retablo de una capilla lateral de la colegiata, donde puede contemplarse a través de un cristal, que lo defiende y da seguridad. Esta imagen deja la hornacina en que está colocado, en la semana santa, porque es uno de los “pasos”, y en las fiestas del primero domingo del mes de mayo, que lo colocan en unas andas. Esta circunstancia facilitó a los diez peregrinos madrileños fotografiarse con él y fotografiarlo desde todos los ángulos.
Dentro de la visita guiada, como algo especial, por gentileza del párroco, Marta Castellanos pasó al grupo al archivo parroquial en el que se encuentran valiosos documentos eclesiásticos.
Después de dos horas de visita había llegado el momento de reponer fuerzas, lo que, en Belmonte, lugar de mucho turismo, no conlleva problemas. Como detalle bonito, don Emilio, que no pudo compartir la mesa con los peregrinos, compartió con ellos el café, además de una amena e interesante conversación.
En Campillo de Altobuey
Eran las 16.30 horas cuando el grupo se puso en camino para Campillo de Altobuey, que tiene unos 1.300 habitantes. El recorrido para llegar a este punto puede considerarse un peregrinar (andar por los campos) puro y duro. Después de una hora se divisó el pueblo y el grupo se dirigió directamente al convento de San Agustín, que está a las afueras de la población, y donde residieron los Agustinos Recoletos desde 1690 a 1829. Al llegar, estaba ya esperando el párroco del pueblo, don José Vicente, quien, después del saludo y presentación, abrió la iglesia del convento: una iglesia de buen tamaño con crucero y naves laterales poco pronunciadas y, sobre todo, con un magnífico retablo barroco en el ábside de la planta central. En las hornacinas han colocado estatuas de la tradición espiritual agustiniana: san José, santa Rita y santa Mónica, de escaso valor artístico. La ornamentación original que se conserva recoge, en altorrelieves, motivos de la tradición espiritual agustino-recoleta. Las pinturas con que han adornado la iglesia son poco felices.
Los peregrinos tenían un interés especial por ver el museo ubicado en el coro y en el pasillo que corre por encima de las naves laterales, donde se pueden contemplar las hermosas casullas y dalmáticas traídas de Filipinas y unos cuantos libros de la biblioteca conventual agustino-recoleta.
El edificio de la iglesia, al igual que el claustro del convento, donde desde principios del siglo XX ubicaron la plaza de toros del pueblo, son propiedad del Ayuntamiento, que recientemente ha comprado a un particular el llamado “huerto de los frailes”, que es un terreno, al decir de un agricultor del lugar, de más de una hectárea, con pozos de agua y tierra negra, muy fértil.
Don José Vicente se molestó en conseguir que una concejala fuera con la llave y abriera la puerta del “huerto de los frailes” para poder visitarlo. Era la primera vez que este espacio se abría a visitas.
El párroco invitó a los turistas peregrinos a visitar también la parroquia de San Andrés, en una de cuyas capillas está instalado un pequeño retablo con Nuestra Señora de la Loma, talla vestida del siglo XVIII, que perteneció al convento de San Agustín, para cuya guarda y veneración se instalaron los recoletos en Campillo de Altobuey. La imagen primitiva de la Virgen de la Loma era una tabla medieval, pero esta es la que se conoce y se ve replicada con cierta frecuencia en el pueblo en materiales diversos. En cualquier caso, en Campillo, sigue siendo objeto de culto la Virgen María con esta advocación. Los visitantes cantaron ante esta imagen la “Salve, Regina”.
Don José Vicente desde que saludó a los viajeros se convirtió en su valedor, los acogió con calor e hizo de guía. Hasta invitó al grupo a ir a su propia casa a tomar un refresco. Sobre su escritorio tenía el volumen IV de las Crónicas de la Orden de Agustinos Recoletos y el tomo I de la Historia de la Orden, de Ángel Martínez Cuesta. Él mismo confesó que, al saber que iba un grupo de seglares agustinos recoletos con un fraile de la Orden, se había preparado para decir una palabra acertada sobre lo que había que visitar.
La jornada de peregrinación debía terminar para regresar a Madrid. Por lo que todos y cada uno de los diez viajeros saludaron con cariño y agradecimiento a don José Vicente, un cura de pueblo, que vive en el pueblo y para el pueblo.
La satisfacción de los diez peregrinos turistas por la jornada vivida fue total. Alguno comentaba: “Somos ya más recoletos”.