Lecturas: Hechos 4,8-12: No hay salvación en ningún otro; Salmo: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular; 1 Juan 3,1-2: Veremos a Dios tal cual es; Juan 10,11-18: El Buen Pastor da la vida por las ovejas.
Alberto Fuente Martínez, agustino recoleto
En el evangelio de hoy Jesús se muestra como “el buen pastor”, ¡el único pastor! Esto se fundamenta en la relación trinitaria del Hijo enraizado, ligado y siempre abierto al amor del Padre y se manifiesta en tres características: Él, Jesús, “da la vida por sus ovejas” en la cruz como libre entrega de sí mismo y así les da la vida verdadera: la de Dios, porque Cristo resucitado nos hace partícipes de Dios mismo: de su amor y comunión hasta la promesa de que “vamos a ser semejantes a él”; Él las conoce “y ellas me conocen a mí” en una relación de pertenencia mutua que no de posesión como es la relación establecida por los pastores malvados; y, finalmente Él y sólo Él, crea comunión: “y habrá un solo rebaño y un solo pastor”. Una comunión universal que va más allá tanto de las divisiones y fronteras humanas como de las aspiraciones y creaciones humanas, utópicas e idealistas o interesadas y rastreramente realistas, que irremediablemente acaban en el fracaso de la explotación y división.
Estamos invitados a contemplar a Jesús y ver cómo me relaciono yo con Él, “el Buen Pastor” de mi vida:
¿Dónde busco la vida? ¿cuál es el sentido de mi vida?
¿Me abro cada vez más a Jesús dejándome conocer y transformar por Él de modo que su conocimiento sea mi realidad?
¿Es Cristo la fuente en la que busco la comunión fraterna universal en mi vida cotidiana como don y tarea?
Desde esta experiencia de Jesús, “el buen pastor”, estamos llamados a vivir nuestra propia vocación de pastores, pues también nosotros, hijos en el Hijo, somos “hijos de Dios” y guardianes los unos de los otros:
¿Es el amor de Dios en Cristo por el Espíritu Santo la experiencia fundante de mi vida como hijo amado portador de una misión (ser bendición) como lo fue para Jesús?
¿Quiero dar vida? ¿A quiénes se la estoy dando, pues sabemos que sólo da vida quien, como Jesús, da y pierde su propia vida?
¿Conozco de verdad a las personas de mi familia, mi entorno y algunas del mundo que sufre? ¿Qué hago para conocerlas mejor? ¿A quiénes, de fuera de mi familia, conozco con amor? ¿Me dejo conocer por los demás?
¿Soy portador de comunión o más bien de división? ¿Hablo bien de los demás o murmuro? ¿Busco sobresalir y que me reconozcan o me alegro de los éxitos y sufro por los fracasos de los demás: cercanos y lejanos?
El domingo del Buen Pastor, la Iglesia tradicionalmente nos llama a celebrar la Jornada mundial de oración por las vocaciones -este año es la 61ª- y tiene como lema “Llamados a sembrar la esperanza y construir la paz”.
Jornada mundial de oración por las vocaciones
Ofrecemos un texto del mensaje papal que nos afecta a todos y no debemos eludir, sino escuchar y acoger los que se nos propone:
Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2). Y la oración —lo sabemos— se hace más con la escucha que con palabras dirigidas a Dios. El Señor habla a nuestro corazón y quiere encontrarlo disponible, sincero y generoso. Su Palabra se ha hecho carne en Jesucristo, que nos revela y nos comunica plenamente la voluntad del Padre. En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020).