Semana Vocacional 2024.

La Semana Vocacional 2024 de AgustinosRecoletos.org toma como lema el que la Familia Agustino-Recoleta ofrece en este año a quienes desean reflexionar, repensar y actuar conforme al carisma y espiritualidad de esta familia religiosa.

De Benedicto a Francisco

Las contraposiciones pueden pecar de facilonas, pero son tentadoras; y, como pedagogía, resultan eficaces. Una que se ha empleado con frecuencia es la contraposición entre los dos últimos papas, Benedicto XVI y Francisco.

Las posibilidades son varias: por el perfil intelectual del primero y pastoral del segundo; un Papa alemán, profundo teólogo y prefecto de la Congregación de la Fe, y el que fue arzobispo de Buenos Aires y figura eminente del CELAM; el magisterio denso del primero y el más cercano, práctico y concreto de Francisco.

El Papa actual ha demostrado una y otra vez su especial sensibilidad para con los pequeños y los débiles. Quedó claro desde su primera salida, a la isla de Lampedusa, para clamar ante el mundo por la suerte de los inmigrantes que perecían ahogados en el Mediterráneo.

Y lo demuestra aún más el mapa de sus 44 viajes apostólicos y 60 países visitados: Francisco es un especialista en periferias. Nos ha hecho familiarizarnos con países como Mongolia, Kazajistán, Bahréin, Macedonia del Norte o Isla Mauricio.

Y lo propio ha hecho con su círculo de cardenales, al que ha añadido representantes de sitios tan minoritarios como Tonga, Burkina Faso, Haití, Dominica o Birmania.

Y, como no podía ser menos, también en su enseñanza ha inculcado una y otra vez la importancia de lo pequeño. Ha explicado el secreto del amor de Dios, “el grande que se vuelve pequeño”.

Ha presentado a todos, a manera de ideal, “cambiar el mundo con las pequeñas cosas de cada día: la generosidad, el compartir, la escucha de los demás”; las actitudes sencillas, como la mansedumbre, la paciencia, la humildad.

Y, por el lado opuesto, ha pronosticado que “una comunidad cristiana donde fieles, sacerdotes y obispos no tomen esa senda de la pequeñez, no hay futuro, se derrumbará”.

Síntesis de su enseñanza y de su modo de entender la vida cristiana es la receta casera que propone colgar a la puerta de familias y comunidades: “Permiso. Gracias. Perdón”. En lo que parece una simple fórmula de cortesía está la clave del comportamiento y la convivencia entre cristianos.

Agustín

También en el caso de san Agustín está cambiando la perspectiva. Hoy suscita menos interés el san Agustín doctor de la Iglesia, Águila de Hipona y especulativo de altos vuelos. La misma experiencia psicológica y vital del convertido, tan explotada antaño como ejemplo, ha pasado quizá a un segundo plano.

Quien se adentre en la lectura de los escritos del santo, sobre todo de sus sermones, repetirá la experiencia que tuvo el recoleto colombiano Carlos Cardona: se vio sorprendido por los innumerables detalles del mundo y la creación que le salían al paso; detalles que, luego, el santo desgranaba ante sus oyentes y lectores.

Ello le llevará a Cardona a recolectar varios cientos de pasajes que recopilará en un pequeño y precioso volumen: San Agustín y el libro abierto de la creación:

Hay quien busca a Dios en los libros –dice Agustín–. Pues ahí tenemos un gran libro: el de la hermosura de la creación. Para darse a conocer, Dios no ha escrito con papel y tinta. Lo que ha hecho ha sido ponerte ante los ojos todas las cosas creadas. ¿Para qué buscar una voz más fuerte? Cielo y tierra están gritando: «Dios me ha hecho».

Este Agustín “verde”, que aprecia los mil detalles del mundo natural, está en línea con el que, en su Regla, desciende a prescripciones muy minuciosas y de gran humanidad. A lo largo de los ocho capítulos de este reglamento para sus frailes, desfila toda la vida diaria en su realidad más ordinaria: tanto trato como tratamiento, indumentaria, la capilla y el canto, comidas, enfermos, aseo, paseos, visitas y regalos…

Un lema

En ese marco encaja a la perfección el lema de la Familia Agustino-Recoleta para este año 2024, la frase de san Agustín: “¿Aspiras a cosas grandes? Comienza por las más pequeñas”. Aunque, en rigor, es una frase acomodada, porque el santo está hablando de otra cosa, tiene una intención diferente.

La frase está tomada del Sermón 69, que Agustín pronunció en Cartago el año 413. Comentaba las palabras de Jesús que recoge el evangelista Mateo (11, 25-27):

Te doy gracias, Padre… porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Y, un poco más adelante, Jesús añade: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados… Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…

El Señor, en el evangelio, está hablando de la humildad, y en su comentario Agustín se refiere a la humildad: “¿Quieres ser alto? Pues comienza de lo más bajo”. Para mayor claridad, añade incluso una comparación: “Si quieres construir un edificio de santidad alto, excava primero un cimiento de humildad bien hondo”.

Las cosas pequeñas

Sin embargo, la línea de reflexión que propone la Familia Agustino-Recoleta parece ir en otra dirección. No se refiere a una actitud anímica, una virtud o modo de actuar, sino que destaca la importancia objetiva de las cosas pequeñas en sí, los detalles que llenan el día a día, aportando belleza a la cotidianidad de la vida.

Y, efectivamente, todos esos detalles son de gran importancia. Forman el empedrado por el que nos movemos y en el que entrecruzamos nuestras trayectorias vitales con las de los demás. La auténtica vida cristiana sólo puede asentarse sobre este suelo firme, el único por el que el hombre de carne y hueso puede transitar, el único en el que Cristo, Dios y también hombre verdadero, puede desenvolverse.

En principio, el Reino de Dios no comienza siendo grande. Crece a partir de una semilla de mostaza y un poco de levadura (Mateo 13,31-33). A partir de un embrión en el vientre de una virgen, María. A partir, en fin, de doce hombres analfabetos, los apóstoles. Dios se sirve de cosas pequeñas para construir obras maravillosas.

Y, Jesús, por su parte, rostro humano del Padre, convocará conmovido a todos sus discípulos que deambulaban por el templo para mostrarles el testimonio de la viuda pobre que acababa de dar de limosna las moneditas que necesitaba para sobrevivir (Marcos 12,41-44); y compara el Reino con la semilla de mostaza, la menor de todas (Mateo 13,31), que se convierte en un árbol en el que vienen a anidar los pájaros; y nos dice que nos hagamos como niños —pequeños y muy discriminados en aquel tiempo— si queremos entrar en el Reino de los cielos (Mateo 18,3-4).

Humildad-Caridad

Importa lo pequeño, sí, los detalles. Pero no como le interesan al coleccionista, por su materialidad o singularidad. Ni como los necesita el maniático, obsesionado por la seguridad. Se trata de lo pequeño con vitalidad y proyecto; la semilla destinada a germinar, crecer y dar fruto.

Ese mismo Sermón 69 citado, san Agustín lo concluye con estas palabras: “Ahonda en ti el cimiento de la humildad y así alcanzarás la cúspide de la caridad”.

En estas dos palabras, “humildad” y “caridad”, está la clave de todo. En ambas es especialista el obispo de Hipona, doctor por antonomasia en una y otra virtud.

Humildad y caridad son los dos faros que iluminan el camino que hacemos. Sólo a su luz podemos ver los detalles del entorno en que nos movemos. Solo dentro de su halo es posible apreciar –con relieve y colorido– las pequeñas cosas. Como ocurre con las motas de polvo en suspensión, que cobran cuerpo y resaltan sólo al trasluz.