Reflexión del agustino recoleto Tomás Ortega González, biblista, para el viernes santo, sobre la frase de Juan 19,30: “Todo está cumplido”.
Las últimas palabras de Jesús en la cruz según el testimonio del discípulo amado son “Todo está cumplido”; luego, él inclina su cabeza y entrega el Espíritu (v.30). Este versículo nos da tres elementos que nos pueden ayudar en nuestra meditación de hoy:
Todo está cumplido
En primer lugar, nos deja claro que la Pasión no es un evento fortuito o inesperado. Jesús va a la cruz siendo consciente de lo que pasa. Desde la llegada de la hora (cf. Juan 12,23), la misión de Jesús se va concluyendo: gestos y palabras tienen un eminente carácter de despedida (ver Juan 14,1-17,26: discurso de despedida y oración sacerdotal). La traición de Judas, el abandono de los discípulos, la condena a muerte de las autoridades o la muerte violenta, nada de esto es algo improvisado, todo es parte del plan divino. Jesús solo se coloca en el camino. La glorificación del hijo, su exaltación como la serpiente en el desierto se realiza en la cruz (cf. Juan 3, 14;12, 28; 13, 31-33). Allí Jesús culmina su obra, desde allí observa a la humanidad, por la que entrega su vida. El grano de trigo muere y da mucho fruto. Jesús no deja cabos sueltos, todo está en el orden que debe ser. Pareciera que Jesús no fuera libre, todo lo contrario: él ha aceptado que todo debía pasar: conoce la necesidad del hombre de ver signos, la necesidad de ver para poder creer, de poder tocar (cf. Juan 4, 48; 20, 29-31). Desde su libertad como Hijo unigénito del Padre, acepta obedientemente el padecer: Padre, glorifica tu nombre (Juan 12, 24-27). El Hijo de Dios se ha entregado todo: se hizo carne y, ahora padece en esa misma carne, como un hombre más, pero a diferencia de los hombres, él lo hace por amor, por libertad, por coherencia con su misión, para que los hombres se conviertan en hijos de Dios.
El Cordero Pascual
La Pasión de Jesús, según san Juan, está inmersa en la celebración de la Pascua judía. Juan Bautista indica a Jesús como el Cordero de Dios (Juan 1,36). En la cruz viene confirmado. El cordero pascual es sacrificado el día anterior al sábado (la víspera de la Pascua: Juan 13,1. Los sumos sacerdotes no entran al pretorio para no quedar impuros y poder comer la Pascua, es decir el cordero pascual (Juan 18,24), como lo es Jesús. En el evangelio de Juan, Jesús no cena el cordero pascual, puesto que él es el verdadero cordero pascual. La cena ritual de pascua (el seder) se celebraría la noche que Jesús ya había sido crucificado, no en la que Jesús lava los pies a sus discípulos; son dos cenas distintas. La túnica sin costura de Cristo (v. 23), hecha de una sola pieza era similar a la del sumo sacerdote, la que usaba el día de las celebraciones mayores como la Pascua (cf. Éxodo 28,39). A Jesús en la cruz se le ofrece vinagre en una rama de hisopo (v. 29), la misma planta con la que los hebreos marcaron las puertas de las casas en la noche que el ángel del Señor pasó por Egipto (cf. Éxodo 12,22). Después de muerto, al Señor no se le romperán las rodillas cumpliendo la escritura: salmo 34,20, pero también Éxodo 12,46; de nuevo el cordero pascual. Jesús inclina su cabeza como el cordero para ser degollado y dar su sangre para renovar la promesa de liberación y salvación divina.
Entregó el Espíritu
Jesús inclina su cabeza y entrega el Espíritu. ¿A quién entrega su Espíritu? ¿Al Padre? Tradicionalmente leemos este acto como si Jesús devolviera su Espíritu al Padre; esto lo vemos en los Evangelios sinópticos: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46, ver también Marcos 15,34), pero eso no parece indicarnos el contexto inmediato de la escena. Un poco antes, Jesús ha entregado su madre a su discípulo amado, y a su madre le ha hecho madre de la comunidad de los discípulos (Juan 19,26-27). Después de muerto, de la herida abierta brotan sangre y agua (v. 34). Jesús había dicho que él era la fuente de agua viva: “El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí” (Juan 7,37-38). Y añade el evangelista: “de sus entrañas manaran ríos de agua viva. Dijo esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él” (v.39). Su promesa se hace realidad: además del agua, brota de su pecho sangre, signo de su vida entregada. El discípulo amado recibe esa agua y esa sangre y con ella, el Espíritu de su Señor, que desde ahora está presente en la comunidad.
La comunidad desde el principio ve en esta herida los signos del bautismo y de la eucaristía. Jesús entrega todo a la comunidad: su cuerpo, a su Madre, su Espíritu, su vida. La comunidad que nace del costado abierto de Cristo posee el Espíritu del Señor, recibido en el momento de la muerte.
El viernes santo es cumplimento de la obra de Cristo e inicio de un nuevo camino, el de la comunidad creyente que nace del costado abierto de Cristo…