En la celebración del I Centenario de la misión en Shangqiu (1924-2024), no podía faltar una mirada al mundo femenino, tradicionalmente tan vulnerable y vulnerado en el gran país asiático, actualmente tan avanzado tecnológicamente.
Cuando llegaron los primeros misioneros españoles a la misión de Kweiteh (=Shangqiu) en 1924, sufrieron muchos impactos de naturaleza distinta; unos positivos, otros negativos. Pero quizá el impacto más duro fue el ver niñas abandonadas a su suerte vagando por las calles, o medio muertas o fallecidas ya. Por esto, traer a la memoria a aquellas mujeres y niñas de China es una forma de luchar por la igualdad de la mujer con el hombre en la sociedad y por su desarrollo íntegro como persona.
Los misioneros recoletos desde el principio, y las religiosas misioneras agustinas recoletas tan pronto llegaron a la Misión, percibieron la lacra socio-cultural del infanticidio, el abandono de las niñas y la falta de valoración de la mujer, más en las capas deprimidas de la sociedad.
Monseñor Javier Ochoa, obispo de la diócesis de Kweiteh en su carta del 3 de agosto de 1924, cuenta lo siguiente:
También va una fotografía de una niña que encontramos abandonada y muerta, sin duda, por sus mismos padres. Estaba en un lugar bastante transitado y visible, lo cual indica que por cada una que hallemos de ese modo habrá cientos que serán enterradas para que nadie las vea.
En esta información se descubre ya la escasa estima que se tenía en aquella cultura por las niñas y se percibe las diversas formas de sometimiento de las mujeres que desde niñas eran abandonadas, vendidas y compradas para realizar duros trabajos, para casarse, ser concubinas o prostitutas, en especial en las zonas rurales de China.
Hasta el año 1949, el estatus de la mujer china se caracterizaba por una serie de restricciones: la decisión de divorciarse correspondía por entero al marido, aunque en teoría ellas también podían divorciarse; no tenían derechos sobre la propiedad familiar, aunque sí podían ser vendidas. Su estatus legal era semejante al de un menor; ya adultas, permanecían bajo la autoridad del marido y, si éste había muerto, quedaban bajo la autoridad de un hijo. Si una mujer se volvía a casar o se divorciaba, perdía el control de sus hijos, e incluso el acceso a ellos. Había algunas diferencias regionales, pero la característica común era el sometimiento femenino a la dominación masculina.
Los primeros escritos europeos sacaron a la luz la desvalorización que sufrían las mujeres chinas, y fueron expuestos por misioneros a finales del siglo XIX y principio del XX. El objetivo principal era luchar por la igualdad de las mujeres y “civilizar China”.
Frente a esta terrible realidad, monseñor Ochoa, en una carta del 28 de agosto de 1925, escribe al prior provincial de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, que residía en Manila, y le propone
la conveniencia de enviar un par de beatas de Santa Rita, para que poco a poco fueran formándose las jóvenes que aquí tenemos, las cuales han de ser más tarde nuestra mejor ayuda como catequistas de mujeres. Comprendo que en ello habrá sus dificultades y que quizá no haya ninguna que esté dispuesta a venir a China.
De esta manera podrían eliminarse todas las formas de violencia contra las mujeres y las niñas: la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación.
El obispo percibe la necesidad de tomar conciencia sobre la importancia de empoderar a las mujeres en todos los entornos, proteger sus derechos y garantizar que éstas puedan alcanzar todo su potencial y así terminar con el sistema patriarcal chino en el que el infanticidio, la sumisión y la servidumbre eran tomados como cosa normal.
Fueron los misioneros quienes con tanto esfuerzo lograron construir una casa para acoger a aquellas niñas y darles un hogar para que pudieran vivir y realizarse como personas. Ochoa, en 1924, apenas llegado a la misión, soñaba cuando decía:
creo que debemos hacer algo por recoger a estas infelices criaturas. Si las madres supieran que teníamos un lugar para ellas, indudablemente las traerían aquí antes de matarlas”; “qué bueno sería poder recogerlas en la misión, bautizarlas y educarlas en nuestra santa fe; un día podrían ser madres de muchos cristianos.
En 1931 llegaron a la misión de Shangqiu las Agustinas Recoletas contemplativas procedentes de España, tres mujeres valientes, Esperanza Ayerbe, Ángeles García y Carmela Ruiz, para encargarse del cuidado de las niñas abandonadas. Tal era la preocupación de Javier Ochoa, que decía,
“ellas han de ser madres para sus niñas huérfanas, que eran abandonadas por el solo hecho de ser mujeres; ellas las cuidarán con cariño, ternura y las educarán en la fe”.