Lecturas: Génesis 9,8-15: Pacto de Dios con Noé liberado del diluvio de las aguas; Salmo 24: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza; 1 Pedro 3,18-22: El bautismo que actualmente os está salvando; Marcos 1,12-15: Era tentado por Satanás y los ángeles le servían.
Tomás, G. Ortega, agustino recoleto
Cristo vence la tentación
Este primer domingo de cuaresma nos presenta a Jesús que vence la tentación en el desierto. Marcos es el más breve de los evangelios sinópticos y describe esta escena de forma simple: Después de ser bautizado, Jesús va al desierto, para ser tentado por Satanás; como éste no lo logra se retira y vienen los ángeles a ponerse al servicio de Jesús. Luego, el Señor comienza su ministerio de anuncio del Reino.
Muchas veces se ha visto en el desierto el lugar del dominio del mal, del demonio; allí parecería que ha establecido su dominio (es inmenso, vacío, sin vida). De hecho, en la ceremonia del día de la expiación el cordero con los pecados del pueblo era enviado al desierto para Azazel (cf. Lv 16, 8-10). Sin embargo, también el desierto es visto como lugar de encuentro con Dios, de conversión y purificación, como ocurre con los 40 años de éxodo, o en el caso de Elías que huye al desierto, o como con Juan el Bautista. La soledad que brinda el desierto sirve para que se pueda hacer patente la presencia de Dios y permanecer en su camino (el Bautista o los esenios de Qumram).
Jesús es tentado por Satanás o más bien Satanás intenta tentarlo. Los tres sinópticos presentan esta escena al inicio del ministerio para indicarnos que Jesús no solamente ha vencido al demonio, sino que el ministerio de Jesús va guiado por la obediencia a la voluntad del Padre. Satanás le ofrece lo fácil y rápido, lo que implica ir en contra del plan divino. El demonio, que es el príncipe de este mundo, le ofrece a Jesús todo el poder sobre la humanidad, a cambio de adorarlo o de obedecerlo. Jesús no cede, se niega a obedecer al demonio, él solamente sigue y obedece a Dios, para eso ha sido enviado.
Jesús en su ministerio lucha contra el poder del mal y dominio de Satanás; los exorcismos dan fe de esa actitud de Jesús. Él mismo les prohíbe hablar para que no revelen quién es. Pero Satanás no se conformará con un solo intento. En el camino a Jerusalén, cuando Pedro quiera convencer a Jesús de no ir a la ciudad santa, es Satanás quien busca tentar al Señor (aléjate de mí, Satanás = Mc 8, 33). En Juan leemos que el diablo es cómplice de la muerte del Maestro, pues es él quien pone en el corazón de Judas la idea de entregarlo (cf. Jn 13, 2). Finalmente, en la oración del huerto Jesús rezará al Padre para que le dé fuerzas para poder beber el cáliz de la pasión (cf. Mc 14, 32-41).
Jesús vence la tentación, no cede ante ella, se somete a la voluntad del Padre, quien le da autoridad de palabras y obras, para que cumpla su misión.
Noé, modelo de fidelidad y de alianza
La primera y la segunda lectura (Gen 9, 8-15 y 1Pe 3, 18-22) destacan la figura de este personaje del Antiguo Testamento. Noé no es una figura desconocida para el creyente: su protagonismo como el encargado de construir el arca y de reunir a los animales para salvarlos del diluvio lo hacen universalmente conocido. Sin embargo, esa no es la faceta con la que hoy viene presentado, sino como el hombre de la alianza, del pacto con Dios. Noé es el primer hombre con el que Yahvé hace una alianza; en él, la humanidad que sobrevive al diluvio recibe la promesa de no volver a ser aniquilada, y Dios cuelga su arco de guerra en el cielo como signo de paz… El arcoíris es signo del trato que Dios hace con los hombres y con el resto de la creación: no volverá a usar el diluvio como forma de destrucción.
Pedro relee este evento desde la clave de la salvación de Cristo: El evento del diluvio y el ejemplo de Noé son modelo del nuevo baño de regeneración: Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios. (1Pe 3, 21-22). El diluvio es anticipo del bautismo y Noé, de Cristo, de la salvación que Dios había previsto para la humanidad.
El diluvio fue un suceso universal, que acabó con aquel mundo corrompido y dio paso a una nueva humanidad de la que son fruto los patriarcas y la promesa hecha a ellos, especialmente a Abraham. La nueva humanidad que nace del bautismo de Cristo es llamada a un pacto en fidelidad y obediencia al amor de Dios, siguiendo el modelo y el ejemplo de Jesús.
Ponerse al servicio
El Evangelio nos dice que después de que Satanás se marchó, los ángeles aparecieron y se pusieron al servicio de Jesús. No se nos dice en qué forma o qué hicieron, simplemente indican el servicio. Marcos informa que junto a Jesús hay servicio: la suegra de Pedro (1, 31), las mujeres que lo acompañan a la misión (15, 41), o en este caso los ángeles, todos ellos le sirven; a pesar de que Él insiste en que no ha venido a ser servido, sino a servir (10, 45).
Quien se acerca a Jesús lo hace para servir o aprender a servir como lo ha hecho Él, ya que Cristo se ha puesto al servicio de la humanidad, como dice Pedro al inicio de la carta que se nos proclama hoy: Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo, padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. (1Pe 3,18). La obra de Cristo es servicio en favor de la humanidad.
De ahí que la llamada a sus discípulos sea la de servir, ponerse al servicio, estar abierto a lo que Dios pide. Las mujeres galileas van con Jesús en sus correrías y ponen sus recursos (económicos y personales) al servicio de la misión; la suegra de Pedro se pone al servicio de aquellos que están a la mesa y en aquella casa, después de haberse curado; los ángeles sirven al Señor, que ha vencido al demonio y ha experimentado la soledad, el hambre, la sed, en fin, la necesidad.
Cuaresma es tiempo de vencer la tentación a semejanza de Jesús y de ponerse al servicio del Evangelio. Pedro en su carta nos deja claro el recuerdo de la obra de Cristo: Porque para esto sois llamados; pues que también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis sus pisadas… Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros estando muertos a los pecados, vivamos para la justicia: por la herida del cual habéis sido sanados.(1Pe 2, 21-24)