El venerable Mariano Gazpio (1899-1989), agustino recoleto y misionero en Shangqiu, Henan, China, manifestaba en su vida normal y sencilla un abanico de virtudes, que van presentándose en este “sitio”. Hoy nos detenmos en la virtud de la fortaleza.
Esta virtud nos da constancia y perseverancia en el bien, paciencia y valentía en el sufrimiento, en la persecución y hasta en la muerte.
El Catecismo de la Iglesia Católica la define como “la virtud moral que asegura la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien […]; hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones” (nº 1808). San Agustín dice que la fortaleza es “el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista fija en Dios”.
Justamente, porque tenía la mirada clavada en Dios, fray Mariano Gazpio vivió serenamente, como lo muestran muchos episodios de su vida, desde su actividad misionera en China hasta el momento de su muerte.
Fortaleza y paciencia en las persecuciones
Siendo misionero, soportó con paciencia y entereza robos, asaltos, el bombardeo de la misión, la privación de sus propiedades y la persecución religiosa. En aquellos tiempos difíciles, agravados con la enfermedad del obispo, rigió como vicario delegado (1941-1948) la marcha de la misión con gran espíritu de fortaleza y serenidad, porque tenía puesta toda su confianza en Dios.
Todo esto se manifiesta en algunos episodios de su vida. He aquí algunos ejemplos: En 1932 visitó las comunidades de su misión, que estaban atemorizadas por la presencia de unos mil ochocientos bandidos. Rezó con sus fieles, predicó, confesó, bautizó, celebró la eucaristía, bendijo casas, dialogó con cristianos… todo “sin novedad”, según cuenta en una de sus cartas.
Tras el bombardeo japonés de mayo de 1938, la casa central de la misión y la escuela de catequistas de Chutsi quedaron muy dañadas. Él, lejos de desanimarse, reemprendió con entusiasmo la reconstrucción de ambas “siempre tranquilo y risueño, porque todo lo hacía por amor de Dios y de las almas”.
Durante la segunda guerra mundial, por ausencia del obispo, asumió el gobierno de la misión como pro-vicario y dio pruebas de gran fortaleza. Resolvió los asuntos ordinarios de la misión, visitó todos los distritos misionales y atendió las necesidades de los misioneros, dejando en todas partes un halo de serenidad, alegría y paz.
El mismo testimonio dio desde 1949 durante la ocupación comunista de la casa central y la apropiación de sus bienes. En aquellos tiempos difíciles Dios le concedía “tranquilidad en las pruebas, serenidad en los peligros, alegría en la intimidad y paz interna en todo tiempo”.
A pesar de los peligros de encarcelamiento y martirio, estaba dispuesto a seguir en China y morir como testigo de Cristo. Fue todo un signo de fortaleza.
Fortaleza en las dificultades y en las enfermedades
Signo y símbolo de fortaleza fue también su habitual control de sí mismo y su inclinación al cumplimiento del deber, con obediencia y fidelidad indeclinables, así como la ausencia de cualquier respeto humano que pudiera alejarle de sus ideales.
No le faltaron pruebas de todo tipo, pero era un hombre animoso, que no se acobardaba ante las dificultades. No tenía miedo a nada porque confiaba totalmente en Dios.
Desde su juventud hubo de ejercitarse para dominar su temperamento fuerte y, como san Francisco de Sales, llegó a ser reconocido como uno de los religiosos más amables y pacientes. En la ancianidad sobrellevó con paciencia, sin quejarse jamás, los achaques de la edad y las enfermedades que causaron su muerte.
En 1978 tuvo que ser hospitalizado por una hernia estrangulada, que es por lo general muy dolorosa. Dio en aquella ocasión a los médicos y enfermeras un auténtico ejemplo de fortaleza, de piedad y disponibilidad en las manos del Creador. Todo lo sufrió con fortaleza y paciencia ejemplares.
En el Hospital de Navarra (Pamplona) donde murió en 1989 dio ejemplo de paciencia y aceptación del sufrimiento, como lo había dado durante toda su vida en las comunidades donde vivió.