Libro de las Confesiones de san Agustín en chino

El viernes 20 de julio de 2001 llegaban al convento de Marcilla (Navarra) tres paquetes pesados. Tres paquetes más, entre tantos que venía mandando desde Taiwan fray Manuel Piérola.

Este agustino recoleto formaba parte de la primera comunidad apostada a las puertas de China, en espera de una improbable pero siempre posible apertura. Era uno de los dos españoles que, junto con varios chinos, habían sido elegidos para formar parte de aquella comunidad de lo que entonces se conocía comúnmente como Formosa, hoy Taiwan.

Los paquetes, destinados al museo que se formaba en Marcilla, contenían libros, algunos en lengua china. Uno de éstos, en concreto, era un viejo ejemplar de las Confesiones de san Agustín, y Piérola lo dedicaba, en nota aparte: “Para el hermano chino que está con vosotros”.

El hermano en cuestión era Pío Hou, primer candidato de la nueva hornada china que en aquel momento empezaba a entreverse. Él nunca llegó a saber del libro, que sí se clasificó en la biblioteca del Centro Teológico que entonces era Marcilla.

Al hacer la obligada ficha del libro, estando éste en chino, el bibliotecario apenas pudo recoger datos. Sí vio que no se había comprado en una librería anónima. Se percató de que llevaba una dedicatoria, también en chino, con una firma en caracteres latinos; o, mejor, una firma, más un lugar y una fecha. “Fr. Pedro Kuo, A. R. 31-XII-1950. Peking”.

Aunque no lo había conocido, el bibliotecario sabía quién era aquel fray Pedro Kuo, agustino recoleto. Sabía que era uno de los frailes chinos muertos en algún campo de concentración bajo el régimen comunista de Mao Tse Tung. De ahí que mirara el libro con especial cariño y lo hiciera encuadernar en guaflex, con el añadido de cantoneras y el ornamento de dos cintas de registro. A ello añadió, encajado en la cubierta y en hermosa caligrafía china, el título original, Confesiones de San Agustín, junto con el nombre del traductor, el profesor jesuita Wu YingFeng, otro mártir que morirá preso, probablemente el año 1973. Finalmente, el bibliotecario le adjudicó el correspondiente tejuelo.

La ocasión del Centenario de la Misión de Shangqiu (1924-2024) pone de actualidad objetos como éste. Por ello, ha parecido importante descifrar las cuatro columnas de caracteres chinos de la dedicatoria. En ella se recogen las palabras de Agustín en esta misma obra de las Confesiones III 4:

Este libro –dice– cambió mi corazón, dirigiéndolo hacia ti. Tú, Dios, has vuelto a renovar mi vocación.

En sustancia, son las palabras del Santo cuando comenta el impacto que le causó, siendo joven, la lectura del Hortensio, la obra de Cicerón hoy desaparecida.

Y a continuación viene la dedicatoria propiamente tal:

Con respeto dedico [este libro] a los padres que viajan a España.

Por fuerza, ha de referirse a los misioneros españoles que fundaran la Misión en 1924. Aún tardarán varios meses en retornar a la patria, tras ser expulsados por el gobierno comunista. Pero, ya en el umbral de lo que el venerable Mariano Gazpio –tan mesurado él– califica de “año horrible”, su salida parece inminente.

En un momento por demás trágico como el que vive China cuando este joven recoleto firma su dedicatoria, la petición que sigue suena a despedida; y, sobre ser apremiante, resulta tan dramática como rica de contenido:

¡No se olviden de rezar unos por otros!.

Apunta a la clave que da continuidad a la Misión de China cuando exteriormente ésta se desintegra. La oración de unos por otros la transporta a parajes interiores, mucho más duraderos y fecundos. Sólo en ellos germinan y dan ciento por uno realidades sombrías como la persecución, el sufrimiento y la misma muerte.