Jesús y los enfermos

Lecturas: Job 7,1-4.6-7: Me harto de dar vueltas hasta el alba; Salmo responsorial 146: Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados; 1 Corintios 9,16-19.22-23: Ay de mí si no anuncio el evangelio; Marcos 1,29-39: Curó a muchos enfermos de diversos males.

Por Tomás Ortega González, agustino recoleto

El ministerio público de Jesús comienza a tomar forma y a dar sus primeros pasos, tal como lo refleja en la escena de este domingo: Jesús predica, Jesús hace comunidad, Jesús sana, Jesús libera, Jesús ora, Jesús misiona. Nuestra escena de hoy forma una unidad con la del domingo anterior (algunos autores lo llaman “la jornada diaria de Jesús”): después de hablar en la sinagoga y de liberar al endemoniado, Jesús pasa el resto del sábado curando y predicando. La dinámica de este domingo se centra en dos elementos: Jesús que sana y Jesús que ora. La predicación queda como elemento transversal dentro de estas dos acciones.

En la escena irrumpe por primera vez la enfermedad física: junto al caso concreto de la fiebre de la suegra de Pedro, aparecen las multitudes de enfermos y poseídos que buscan a Jesús para ser aliviados. Tiene sentido leer en profundidad la primera lectura de hoy: el lamento de Job, que contempla su vida desde el dolor y a veces desde el sin sentido: cada día es una tortura, la vida es un castigo que no parece tener termino… “Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha.” (Job 7, 7). Ante este panorama desolador el salmo, que es una respuesta positiva en forma de alabanza, reconoce y proclama que Dios sana los corazones destrozados, y venda las heridas… (cf. Sal 146). Pablo se reconoce como un proclamador de la Buena noticia, por ella se fatiga y se entrega (¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! = 1Cor 9, 16). La necesidad de anunciar el Evangelio del Apóstol es reflejo de la actividad del mismo Jesús, quien se levanta temprano para ir a las aldeas y a las villas para predicar, y, con su palabra y presencia, libera a los oprimidos por la enfermedad o por el demonio. Jesús es el enviado del Padre al mundo.

Jesús cura

Hoy aparece la imagen de Jesús taumaturgo (sanador). La curación de la suegra de Pedro, las curaciones que hace aquel día por la tarde nos dan cuenta de esta faceta de sanador con que Marcos comienza a presentar a Jesús. Hay una evolución en el desarrollo que el evangelista hace de la figura del Señor: predicación del Reino, llamada de los primeros discípulos, liberación de los espíritus y curación de los enfermos. Hoy tenemos presentes estos cuatro elementos: Jesús predica en la sinagoga de Cafarnaúm y luego en las vecinas, comparte con sus discípulos, libera a los poseídos y cura a los enfermos.

Al salir de la sinagoga, Jesús va a la casa de Andrés y Simón Pedro, y se encuentra con la enfermedad. La suegra de Simón está con fiebre en cama. Jesús se entera y se acerca a ella. Con su palabra ordena a la fiebre que se vaya y así ocurre. No hay magia, ni rituales, sino palabra. La mujer curada se pone al servicio de los que se han reunido en casa. Jesús va a aquella casa no con la intención de curar a esta mujer, sino de descansar, de compartir con esos discípulos: acaba de liberar a un endemoniado; seguramente que muchas preguntas, dudas y sorpresas tendrían aquellos cuatro discípulos… La realidad se impone, hay una situación difícil, pero el Señor no mira para otro lado; con la misma autoridad con la que ha liberado al endemoniado libera a aquella mujer de la enfermedad.

Por la tarde, cuando el sábado ha terminado (el sol se ha puesto), se acercan a la casa de Pedro, muchas gentes de aquel lugar, pero también de las comunidades cercanas: ha llegado a ellas la noticia sobre lo que ha pasado aquella mañana en la sinagoga de Cafarnaúm; si ya Jesús se había dado a conocer por ser un predicador sencillo y con autoridad, ahora su fama de exorcista y de curandero se extiende de inmediato.

La casa de Pedro se convierte, desde ese momento, en una especie de hospital-santuario al que se acercan de todas las villas, llevando a sus enfermos y poseídos para que Jesús los cure. Varias escenas conmovedoras se vivirán allí (como el paralítico curado). Pero no olvidemos lo importante, Jesús sana con su palabra y sus gestos a quienes se acercan a él con fe.

Jesús ora

La perícopa de hoy nos cuenta que Jesús se aparta a un lugar apartado y solitario para orar. Jesús deja la calidez del hogar de Pedro para buscar un espacio especial para orar. Esta escena va a ser frecuente a lo largo de los textos evangélicos: Jesús busca un lugar solitario para orar. Casi siempre lo hace por la noche, a veces al alba. El maestro comienza haciéndolo de forma personal, pero con el tiempo irá haciéndose acompañar de los discípulos más cercanos, hasta que forme parte de la “rutina” del grupo (como Getsemaní o el Tabor). Jesús ora en momentos especiales, pero también en los ordinarios. La oración en silencio y retirada es una de las características suyas.

En la sinagoga también Jesús ora: Ora con la comunidad, ora con la historia y la plegaria de su pueblo. A veces se quiere marcar una ruptura entre la oración personal de Jesús y la oración litúrgica o sinagogal, como si Jesús despreciara la segunda, o como si se sirviera de ella para predicar. Jesús frecuenta las sinagogas: ora en ellas, predica en ellas, sana en ellas. La sinagoga es parte esencial de la predicación de Jesús y luego, de sus discípulos, especialmente Pablo.

Jesús huye…

…para cumplir con la misión. Jesús es un maestro, pero no quiere formar una escuela; Jesús puede curar y exorcizar, pero no se quiere convertir en una especie de curandero encerrado en la casa de Pedro, donde puede ser visitado cada día por los enfermos y vivir cómodamente allí o, como Juan el Bautista, crear un lugar de peregrinación. Jesús es un predicador itinerante. El primer día de la semana la gente se levanta temprano porque quieren que Jesús los cure, pero Jesús ya se les ha adelantado, ha ido a orar y ha tomado la decisión de ir a otros lugares, a otras villas, con la intención de predicar.

La misión de Jesús no es hacer milagros… La misión de Jesús es predicar el Evangelio… De hecho, los milagros de Jesús vienen como complemento a su predicación, para demostrar el poder de su palabra y la veracidad de su mensaje. Varias veces Jesús se quejará de que sin signos no quieren creer. Los milagros no ayudan muchas veces en la predicación de Jesús, puesto que llevarán a la sorpresa, a la admiración, pero no a la fe ni a la conversión.

Por eso, Jesús huye, no quiere ser retenido como propiedad de nadie, de una villa o, simplemente convertirse en un curandero, o un santón o un maestro. De nuevo aparece el elemento de la necesidad de predicar la Buena nueva a toda la región… Jesús es un enviado… No viene a buscar su propia fama, su lugar en la sociedad de su época o en la historia… Él huye de esto, porque su tarea es anunciar el Reino de Dios… Jesús sana los corazones destrozados con sus palabras, sus gestos y su presencia… Él quiere llegar a todos, no solo a unos cuantos, y cuando él no pueda hacerlo dejará a sus discípulos para que lo sigan haciendo…