Primera expedición de misioneros agustinos recoletos a China: Mariano Alegría, Luis Arribas, Pedro Zunzarren, Mariano Gazpio y Sabino Elizondo. Manila 1924.

Los misioneros agustinos recoletos en la misión de Shangqiu son auténticas figuras de gran talla humana y religiosa. Uno de ellos, Mariano Gazpio, ya en vida se le consideraba como santo y la Iglesia lo ha reconocido como “venerable”.

El padre Mariano Gazpio Ezcurra [Puente la Reina, Navarra, España, 1899 – Pamplona, Navarra, 1989] fue misionero y formador de muchas generaciones de jóvenes agustinos recoletos. A los 16 años profesó como agustino recoleto en el convento de Monteagudo (Navarra). Seguidamente estudió la filosofía y la teología en los seminarios españoles de la Orden y el último curso en Manila, Filipinas, donde fue ordenado sacerdote el 1922.

Misionero en China

A los 24 años, con el sacerdocio recién estrenado, se ofreció voluntario para ir a China en la primera expedición misionera de los agustinos recoletos. El 4 de abril de 1924 llegó a la misión de Shangqiu, situada en  la provincia de Henan, en que la inmensa mayoría eran paganos.

Se dedicó con tanto tesón a estudiar el idioma y a pedir la ayuda del Señor que logró un alto dominio del chino y lo enseñó a los nuevos misioneros. Centró su labor misional en el lema “oración y predicación”, obteniendo de Dios abundantes conversiones, curaciones y otros frutos espirituales.

Vivió durísimas experiencias de guerras e invasiones, asaltos y robos,  el bombardeo de la misión, la privación de propiedades y de libertad que, con la gracia de Dios, fueron forjando sus virtudes.

En China desempeñó oficios de especial responsabilidad, tales como director de la escuela de catequistas de Chutsi (1934-1941), vicario general (1941-1948) y superior religioso de la misión (1946-1952). Cargó con la cruz del gobierno de la misión durante los tiempos difíciles de la segunda guerra mundial y la persecución comunista. No obstante, gracias a su oración constante y su confianza total en la Providencia divina, vivió aquellos años con serenidad y alegría. En 1949 le decía al prior provincial Santos Bermejo:

“Las oraciones de las almas buenas, sencillas y humildes mueven a Dios para concedernos tranquilidad en las pruebas, serenidad en los peligros, alegría en la intimidad y paz interna en todo tiempo”.

Se distinguió por su amor al pueblo chino. Por él rezó, estudió, trabajó y se desvivió. A él entregó su juventud y lo mejor de su persona. Manifestaba gran estima a los chinos. Alababa su inteligencia, habilidad, paciencia y laboriosidad. Reconocía que eran “mañosos y muy capaces de hacer cualquier trabajo”. Se compadecía de ellos por lo mucho que sufrían. En una de sus primeras cartas decía que sería imposible contar el “sin número de calamidades que este pobre pueblo chino sufre a causa de la guerra y de los bandidos”. A los paganos y perseguidores de la Iglesia los disculpaba porque ignoraban la religión católica. Comentaba: “Son criaturas de Dios y pueden conseguir el día de mañana la gracia de ser santos hijos de Dios”.

El padre Gazpio destacó en China por su vida intachable, ardiente piedad, fervor apostólico, estricta obediencia a la Santa Sede y caridad para con todos, tanto cristianos como paganos, de manera que era conocido como “el Santo de la Misión”. Sin embargo, como todos los misioneros extranjeros, fue expulsado en 1952.

Formador en España

Desde ese año, vuelto a España, atendió a los jóvenes religiosos de las dos casas de formación de la Provincia de San Nicolás de Tolentino en Navarra. Primero fue maestro de novicios y prior en Monteagudo (1952-1964) y después confesor y director espiritual de una numerosa comunidad en Marcilla (1964-1989). En ambas casas dejó un ejemplo de alegría verdadera y serena, de perfecta fidelidad a su consagración religiosa, oración constante, servicio caritativo y una vida sobria, humilde y sencilla. Fue un gran formador, que arrastraba con el ejemplo de su santidad. Tal como había vivido, así murió con casi 90 años.

Ejemplo a seguir

La fama de santidad que tenía en China había ido aumentando tanto en España que el año 2000 se abrió el proceso para su canonización y el 2021 la Santa Sede lo declaró “Venerable”. Nuestro héroe merece veneración porque vivió íntimamente unido a Dios mediante la oración y la caridad. Y así, de Dios recibió su gracia, fortaleza y santidad. Él es para todos nosotros un ejemplo de seguimiento fiel a Cristo y su Evangelio. Y para la Familia Agustino-Recoleta es también modelo porque encarnó en su propia persona el carisma de los agustinos recoletos: la vida de comunidad, el desafío de la misión, la continua oración, la búsqueda de sabiduría divina y el amor al prójimo. El padre Gazpio es, en palabras del historiador Ángel Martínez Cuesta, “una encarnación de ese carisma, quizá la más lograda del siglo XX”.