Jonás anima a los ninivitas a la penitencia - ilustración de "La Santa Biblia" de Gustave Doré

Jesús comenzó a hablar y su voz invita a la conversión. Una conversión urgente. Una conversión que espera una reacción tan pronta como la de los ninivitas al oír a Jonás. Para Pablo de Tarso los cristianos también habrán de vivir como si les faltase el tiempo para descubrir los valores que permanecen.

Por Santiago Marcilla (†), agustino recoleto

Parece que la cosa va en serio. Los romanos tenían una frase significativa para expresar las grandes dificultades de una empresa. Decían: «res ad triarios pervenit» (el asunto requirió la intervención de los triarios. Los «triarios» eran los soldados veteranos que sólo actuaban en situaciones muy comprometidas). Pues bien, una vez agotados los envíos previos que Dios realizó en la persona de los profetas, una vez que el Señor estimó suficientes sus visitas a los hombres, en diversas circunstancias y lenguajes, en multitud de manifestaciones, decidió que se hiciera presente su propio Hijo en la «plenitud de los tiempos». Y así fue. Ya celebramos en la Navidad la sorpresa del paisanaje. Su perplejidad maravillada ante cosa tan inaudita, ante milagro tan inesperado y «desarmante»: ¡Que el Dios de las alturas bese -como el Papa en sus viajes apostólicos- el suelo de nuestra tierra hasta hacerlo «tierra santa»!

Las primeras palabras de Jesús

Hoy, un Jesús adulto, curtido en la obediencia a José, en la monotonía silenciosa del trabajo bien hecho, en el amor filial y en la dulce experiencia del amor de una buena madre, aparece en el escenario dispuesto a llenar la escena y cumplir, hasta el final, su papel de protagonista principal. «Todo comenzó en Galilea» -dirá después Pedro, trazando un rápido perfil de Jesús- (Hech 10, 37). Y Así es. La Galilea de los gentiles, más que un dato geográfico, supone un significado simbólico, al contraponer Marcos -creo que adrede- esta región a la Jerusalén que mata a los profetas. La capital, no sólo representa el lugar del poder político y religioso; es también el ámbito donde viven las personas «decentes», los identificados con el «sistema», los seguros de su verdad, los impermeables a toda crítica. Esta Jerusalén ha encarcelado al Bautista. Por eso, trasladada la escena a nuestro tiempo, podríamos decir que el lugar donde Jesús realiza sus encuentros no son los círculos donde corre el dinero y todo se fía a la capacidad de los equipos técnicos, ni los foros internacionales donde se decide, a veces, caprichosamente el reparto de competencias y liderazgos, donde se diseñan proyectos e iniciativas muy discutibles, sino el corazón abierto del hombre, cualquier corazón desarmado del apego a los ídolos y capaz de intuir que algo distinto y trascendental puede pasar en cualquier instante.

Viene Jesús y rompe a hablar. Éstas son sus primeras palabras. Podríamos decir que así comienza el Evangelio: «Convertíos y creed la Buena Noticia. El Reino de Dios está en medio de vosotros».

El Reino predicado por Jesús tiene unas exigencias. Quienquiera pertenecer y gozar de él ha de cumplir ciertos requisitos. El primero, imprescindible, es la conversión, un cambio en el modo de ver las cosas. Es una llamada a desandar el camino hecho. Se trata de una vuelta -hecha con impulso generoso- que supone desprendimiento eficaz de cuanto tiene poder para destruir: el pecado individual y social, cualquier explotación e idolatría. Por decirlo con palabras prestadas del Papa Pablo VI, convertirse es alistarse en la cofradía de la «civilización del amor», ingresar en el voluntariado del servicio desinteresado, convencerse de que solo Dios es la «casa» donde el hombre puede vivir sin goteras interiores.

San Marcos, sin apenas preparación, de improviso y, por tanto, en un comienzo sorprendente, nos relata la llamada de sus cuatro primeros discípulos. En estos rudos aldeanos se irá manifestando día a día la conversión que Jesús predica. Esto llevará a formar una comunidad, cuya característica será la entrega, el abandono de los afanes individuales para llevar una existencia de amor radical. Seguramente que ellos, sólo después de mucho tiempo de convivencia diaria con Jesús, descubrieron lo que Él significaba en realidad. Podríamos decir que, viendo, no veían. Porque -hay que decirlo bien claro- no vemos con los ojos, sino a través de los ojos. Es el corazón quien ve. Traduzcamos. ¿Tenemos nosotros experiencia personal con Jesús? ¿Hemos superado el primer nivel del mero seguimiento exterior hasta caer en la cuenta de la perla que ha aparecido en nuestro campo?

El Reino que inaugura Jesús se presenta con una «urgencia inaplazable«: «Se ha cumplido el plazo». Es un proceso de diferenciación apreciativa entre las realidades aparentes y las verdaderas. Siguiendo las expresiones de Platón, tendríamos que decir que la vida presente no es más que una sombra de la realidad verdadera, que es la futura. De ahí la insistencia de san Pablo en la auténtica actitud cristiana frente a las cosas de este mundo: «Usarlas como si no se usaran». Es verdad que la vida es bella y que el mundo tiene aspectos fascinantes. Con todo, la vida de acá abajo no pasa de ser un entrenamiento, un ensayo general antes del gran estreno. Nuestra condición es la de ‘peregrinos en busca de la patria’. La redención realizada por Cristo en el mundo ha hecho que éste, bajo la acción del Espíritu Santo, vaya cediendo lugar al mundo que viene. O sea, este mundo de pecado y muerte pasa, tiene los días contados ante la sorpresa inaudita de la plena manifestación del reino que Jesús anuncia.

Los ninivitas del libro de Jonás

No nos puede pasar inadvertida la enseñanza de la primera lectura. Nínive era una gran metrópoli pagana y corrompida. Y Dios ya tenía empuñado el rayo de su ira con que borrarla del mapa. Pero un doble arrepentimiento corrige esta perspectiva. Se convierten los hombres ante la predicación de Jonás y «se arrepiente» Dios de sus amenazas. ¡Qué confianza nos debe dar esto! Nos alegra pensar que la misericordia de Yahvé es incluso mayor que su justicia a la hora de condenar; que el poder del Señor es equiparable a su bondad y cuidado por el mundo y por cada uno de los hombres. Y ¿quién no tiene nada de qué convertirse? Más aún, ante la piedad del Señor, ante su paciencia que todo lo comprende, ¿seremos tan «duros de pelar» que atrasemos nuestra conversión hasta límites intolerables?

Los ninivitas, los primeros cristianos, con Pablo a la cabeza, y los apóstoles nos muestran tres actitudes de conversión, tres modos de ver la realidad desde una perspectiva dinámica, tres formas de decirle a Dios «me fío de ti» y de hallar en Él el motor que cambia los comportamientos y la energía para perseverar en su camino. Lo primero es «dejar de mirar a las criaturas con apegos egoístas». Luego viene el «seguir a Jesús con fidelidad». Porque Dios nos llama para servir a los demás. El Maestro elige para ser pescadores de hombres, sembradores de su palabra, pastores que caminen delante de sus ovejas, portadores de su Espíritu, gentes que combaten contra toda clase de mal.

En pleno corazón de la «Semana por la Unión de los Cristianos«, ¡cuánto campo tenemos para «sacar partido» a nuestra conversión! Rivalidades enquistadas, odios históricos, divisiones estabilizadas que escandalizan a cuantos nos contemplan, frenan la eficacia de nuestro apostolado y rebajan el testimonio del servicio misionero. La túnica inconsútil de Cristo la hemos rasgado en mil jirones de intransigencia. ¿No deberíamos también nosotros seguir el ejemplo de los ninivitas y mortificar el orgullo de pensar que tenemos «toda» la verdad, al atribuir a los otros «todo» el error? ¿No deberíamos ser conscientes de los males que acarrean las escisiones y cismas y rezar para que se acorten las distancias mediante el mutuo conocimiento y el afecto mutuo?

Conversión. Seguimiento. Unidad. Un buen tríptico para la reflexión.