El agustino recoleto Luis Aguirre (1913-2007) misionó en Shangqiu (China) durante su juventud y hasta la expulsión de los misioneros extranjeros por parte de las autoridades. Durante muchos años publicó sus memorias en el Informativo de la Parroquia de Santa Rita de Madrid. Y así habló de las Navidades (texto editado).
Los jóvenes, como no tienen pasado, viven del futuro con sus planes, proyectos e ilusiones. Los mayores, por el contrario, como no tienen futuro, viven del pasado, de recuerdos. Y yo, ochentón, sin futuro y poco presente, vivo mi “pretérito pluscuamperfecto”. Por esto, ahora, en tiempo de Navidad, mi imaginación se vuelve a China, de donde salí hace 41 años, y rehace y se regodea en aquellas doce Navidades tan felices que allí pasé.
Aunque las Navidades no vienen envueltas en el ambiente cristiano y alegre que aquí respiramos, con todo, para el cristiano chino no hay fiesta como la de Navidad.
Nuestra casa central se llenaba de cristianos y catecúmenos venidos de todos los villorrios y rincones de la región; tras la Misa del Gallo pasábamos juntos toda la noche bebiendo té, contando cuentos y cantando villancicos alrededor de las fogatas. Luego todos dormían juntos en el duro suelo, envueltos en ronquidos.
Todo eso tiene más poesía de lo que parece. En mis visitas a las cristiandades, ¡cuántas noches he pasado así, durmiendo en el suelo entre grupos de cristianos reunidos para celebrar su fe!
Entre los catecúmenos que venían en Navidad había tres viejecicas que aún no se habían bautizado porque, como decían —y decían la verdad—, eran incapaces de meter en sus cabezas la primera pregunta del catecismo.
Tuve que salir de China expulsado. La noticia de mi marcha se corrió pronto por toda la misión. Pero, por miedo, nadie se atrevió a ir a despedirse de mí. Digo mal. Las tres viejicas catecúmenas, las del día de Navidad, la víspera de salir yo de China, desafiando a las autoridades, se presentaron en mi casa tristes y, al mismo tiempo, contentas, llorando y riendo.
Lloraban porque me marchaba, y reían porque —no se atrevían a decírmelo— querían que las bautizara inmediatamente.
— “Sí, padre, bautícenos. Porque usted se marcha mañana y, si tarda en volver y nosotras nos morimos antes, no podremos ir al cielo. No sabemos nada, pero creemos todo lo que usted cree, y esto basta”.
Para obligarme más a que las bautizara me hicieron el K’o t’u, ceremonia china que se realiza en señal de reverencia a los dioses, difuntos y personas eminentes. Consiste en arrodillarse y golpear tres veces con la frente en tierra.
Me emocioné ante aquella escena. “Levantaos”. Les expliqué del mejor modo que pude lo hay que saber y creer para el Bautismo, y les pregunté:
— “¿Creéis lo que acabo de explicaros?”
— “Sí; creemos todo lo que el Padre cree”.
Cogí una botella de agua y fui diciéndoles una a una:
— “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Estábamos los cuatro emocionadísimos, porque bautizos como estos ¡qué pocos se ven!; solamente en tiempos de persecución. Fueron los últimos bautizos que hice en China, y solamente por ellos doy por bien empleado todo lo que sufrí en mis doce años de misionero. Les conferí también la Confirmación y les dije:
— “Ya estáis bautizadas y confirmadas, demos gracias a Dios. Sed siempre buenas cristianas, marchad a vuestras casas y rezad por mí”.
Y aquellas tres viejicas que entraron en casa catecúmenas, llorando y riendo, salieron llorando y riendo porque ¡ya eran cristianas! Olvidadas de que al día siguiente salía yo para el extranjero, añadieron:
— “¡Adiós, Padre! Como somos viejas y nuestro pueblo dista mucho ya no volveremos hasta Navidad. Ese día vendremos sin falta a adorar al Niño Jesús. Así que, Padre, ¡hasta Navidad!”
Y se marcharon tan contentas.
“¡Hasta Navidad…!” me quedé yo diciendo, embargado por la emoción y tristeza. ¿Cuándo querrá el Señor que vuelva a pasar otras Navidades con mis cristianos?
Y ahora, mirando al cielo, digo: 圣诞节快乐 (Shèngdàn jié kuàilè) ¡Feliz Navidad. Y lo mismo digo a los lectores: ¡Feliz Navidad!
Esto que te he contado es uno de los muchos recuerdos que me traen las Navidades. Ante estas fiestas no puedo menos que pensar en mi misión y en mis cristianos. Llevan ya más de 40 años sin Navidad, y quiero volver para celebrarla con ellos.
Pero, cuando vuelva, ya no veré a mis tres viejecicas, porque sin duda ya están en el cielo.
[Nota de la redacción: Luis Aguirre falleció en el convento de Monteagudo, Navarra, España, en 2007. Nunca pudo volver a pisar China.]