Lecturas: Jonás 3,1-5.10: Los ninivitas habían abandonado el mal camino; Salmo responsorial 24: Señor, enséñame tus caminos; 1 Corintios 7,29-31: La representación de este mundo se termina; Marcos 1,14-20: Convertíos y creed en el Evangelio.
Por Tomás Gerardo Ortega, agustino recoleto
El domingo pasado el evangelista Juan nos ilustraba con la llamada de los primeros discípulos. Marcos, en el texto de este domingo, nos presenta una escena similar, aunque con elementos distintos: Jesús comienza su ministerio en Galilea, después de regresar del desierto, donde ha estado retirado por un tiempo; mezcla la predicación de la conversión con el anuncio del Reino y elige directamente a sus discípulos de entre los pescadores de la zona, a diferencia de Juan, que sitúa la llamada en la orilla del Jordán, sin experiencia del desierto, y siendo seguido por algunos de los discípulos del Bautista. Además, en la predicación de Jesús, al igual que en la del Bautista, hay una llamada a la conversión. Hay una diferencia en la forma de presentar a los personajes y su mensaje.
Conversión
La predicación de Jesús inicia retomando lo esencial de la de Juan: la necesidad de la conversión para el perdón de los pecados y la llegada de tiempos nuevos. El Bautista insistía en la conversión de vida como única oportunidad para sobrevivir ante la inminencia de la llegada del castigo divino: ya el hacha a la raíz de los árboles está puesta… Jesús, a lo largo de su predicación insiste en la necesidad de la conversión o del arrepentimiento de los pecados y comenzar una nueva vida; solo así se recupera la salud, se escapa del demonio o se hereda el Reino de Dios. En el segundo caso, más que de tiempos nuevos, Juan insiste en el personaje que va a traer una nueva realidad: él os bautizará con Espíritu Santo y fuego, un bautismo definitivo y perfecto; se intuye que este personaje cambiará el estado de las cosas.
Convertíos y creed en el Evangelio, dice Jesús por los pueblos de Galilea. Convertíos para creer en el Evangelio; sin conversión del corazón no se puede creer en el Evangelio, porque el Evangelio no es una colección de ideas o normas, sino más bien tiene que ver con la manera de aceptar y de vivir el mensaje: abrirse a la novedad que significan las palabras, los hechos y la misma persona de Cristo. Un corazón duro, autosuficiente, egoísta o simplemente aferrado a las normas y cumplimientos, difícilmente se abrirá a la Buena Nueva que Jesús porta (cf. joven rico o fariseos); no entrará en el Reino de Dios, ya que pertenece a otro reino. Jesús no explica de forma abierta y total qué es eso del Reino, sino que a lo largo de su predicación, especialmente de las parábolas, se irán ilustrando los contenidos y la forma de ser esto que se llama Reino de Dios. La conversión es la premisa y, al mismo tiempo el signo de la llegada del Reino de los cielos.
Ha llegado a vosotros el Reino de Dios
La llegada del Reino de Dios es el centro del mensaje de Jesús. Aunque él lo anuncia como algo que está por venir, al mismo tiempo admite que es ya presente en medio de los hombres. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? La presencia del Hijo de Dios es indicación de que ya el Reino ha llegado, si bien su instauración definitiva (territorial e histórica) se prolongará hasta el fin de los tiempos.
El evangelista Marcos nos va presentando el desarrollo de la predicación de Jesús sobre el Reino: primero lo anuncia (como en el texto de este domingo), luego, por medio de las parábolas y de los discursos va revelando cómo es y qué pasa en él. A pesar de este desarrollo, es necesario que éste sea anunciado con urgencia, para que los hombres puedan formar parte de él.
La expresión “se ha cumplido el tiempo” da pie a varias interpretaciones. El contexto inmediato nos presenta el inicio de la predicación de Jesús, justo después de que Juan es detenido, lo que puede significar que el tiempo de la preparación para la llegada del Reino ha llegado a su fin y que las palabras del Bautista se han cumplido; por otro lado, recuerda a la predicación profética que habla de la llegada de los tiempos mesiánicos, tiempos en los que Yahvé restaurará a su pueblo y pondrá al frente de él a su Cristo, al hijo de David, y se creará una nueva humanidad.
La predicación del Reino es cumplimiento de las promesas hechas a los padres: todo y todos están bajo el dominio de Dios. Cuando el Bautista envíe su embajada a preguntar a Jesús si es él aquel que tenía que venir, el Señor les indicará los signos espirituales y físicos de que ha llegado el Reino y ha cumplido aquello que estaba anunciado en las profecías: los ciegos ven, los cojos andan y a los pobres se les anuncia el Reino de Dios.
Seréis pescadores de hombres
El anuncio del Reino es apremiante. Jesús elige a otros con quienes poder realizar el anuncio del Reino; va a Galilea, a su tierra, y busca entre aquellos conocidos, hombres dispuestos a colaborar en su misión. Caminando por la orilla del lago se encuentra con dos hermanos, Andrés y Pedro; probablemente personas conocidas y con quienes ya hay una relación. Estos son invitados por Jesús a cambiar de vida, de profesión, de trabajo: venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. El cambio que el Maestro les ofrece es un cambio de vida: mientas que la tarea del pescador implica la muerte del pez, Jesús los hará pescadores de hombres, no para que mueran, sino para que éstos tengan nueva vida.
Ellos, dejándolo todo, lo siguen. Más adelante se encuentra con otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, también Pescadores, que están con su padre, Zebedeo, en la barca. Jesús los llama y ellos rápidamente le siguen, dejando también su trabajo junto a su padre.
Más adelante, Pedro le recordará al Señor que ellos lo dejaron todo para seguirlo, y él se lo reconocerá, indicándole que recibirá un premio en esta vida, así como persecuciones y desprecios, y, finalmente, la vida eterna.
La llamada de estos discípulos se irá completando en el día al día de su relación con Jesús; no se convirtieron en pescadores de hombres de un momento a otro, debieron pasar tiempo y sucesos, hasta lograr comprender lo que Jesús quería de ellos. Algunos de los llamados dejarán de andar con Jesús, otros perseverarán.
Es interesante que, tanto en el Evangelio como en las otras dos lecturas de este domingo, domine la idea de la inminencia de la irrupción divina: Jonás anuncia la inminente destrucción de la grandiosa Nínive, en la Primera Carta a los Corintios, Pablo urge a los creyentes a estar atentos, porque el mundo presente se acaba. El Reino es inminente, la respuesta del discípulo debe ser inmediata: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, dejan todo para seguir a Jesús,
Conversión es otra de las ideas centrales: los habitantes de la ciudad de Nínive se convierten ante la predicación de Jonás; la respuesta al salmo es un apelo a la ayuda divina para convertirse: Señor enséñame tus caminos; vivir como si no se viviera, para que el plan de Dios se realice, y, finalmente, convertirse ante la llegada del Reino de Dios.