Lecturas: 1 Samuel 3, 3b-10.19: Habla. Señor, que tu siervo escucha; Salmo responsorial 39, 2.4ab. 7-10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad; 1 Corintios 6,13c-15a.17-20: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo; Juan 1,35-43: Vieron dónde vivía y se quedaron con él.
Por Tomás Ortega, agustino recoleto
Este segundo domingo del tiempo ordinario se centra en la escena de los primeros discípulos en el Evangelio de Juan (Jn 1, 35-41), en la que dos discípulos de Juan el Bautista (Andrés y Juan) encuentran en Jesús al verdadero Maestro, al cordero de Dios. Juan y Andrés han seguido al Bautista buscando encontrar en él al Mesías, al Salvador, pero el Bautista reconoce, en repetidas ocasiones, que él no es ni el Mesías, ni el profeta; él es simplemente la voz que clama en el desierto, aquel que bautiza con agua, mientras que hay otro que bautizará con fuego y Espíritu Santo.
Juan dice que no es digno de desatar las sandalias del que viene, sin embargo, después de bautizar a Jesús (cf. Mc 1,7-8; Lc 3,15-17), lo declara abiertamente como el cordero de Dios y lo señala a sus oyentes (v.36). Los discípulos del Bautista van detrás de Jesús, que los acoge: ¿Qué buscáis? ¿Qué queréis de mí? (v.38) La búsqueda de estos dos hombres parece tener una primera respuesta: tienen la atención de Jesús; pero no basta, ellos quieren comprender lo que les ha dicho Juan: Maestro, ¿dónde vives? (v.38) Lo reconocen como maestro y admiten su necesidad de conocerlo más: “¿Dónde vives?” es igual a preguntar: ¿Dónde y qué es lo que enseñas? Las palabras del Bautista no son suficientes, ahora necesitan tener experiencia de encuentro con Jesús, no solo oír hablar de él.
Jesús entiende la necesidad de los discípulos y los invita a que vayan con él: venid y lo veréis (v.39). La respuesta de Jesús es acogerlos y llevarlos consigo. Ellos lo acompañan y pasaron todo aquel día con él. Este es el momento crucial de la narración. Los discípulos del Bautista encuentran al Maestro, se van con él y se convierten en discípulos de Jesús. No es que Andrés y Juan hayan traicionado a su primer maestro, sino que han entendido el mensaje del Bautista y han dejado que el anhelo de su corazón, el anhelo de conocer la verdad les lleve a dar el siguiente paso: hemos encontrado al Mesías (v.41).
Pero la búsqueda aún está lejos de haber terminado: ¿Es que acaso Jesús no es suficiente para colmar el ansía de los discípulos? Por supuesto que sí, pero el encuentro con Cristo lleva a un nuevo horizonte y abre muchas posibilidades, entre ellas, la de salir al encuentro de otros que también buscan, para que encuentren. Andrés va en búsqueda de su hermano Simón, otro hombre que está en el camino (vv.41-42); lo mismo hará Felipe con Natanael (Jn 1,43-45). En ambos casos, la búsqueda de Dios es parte esencial de su vida. Las expectativas humanas, sociales, espirituales se ven colmadas en el encuentro con Cristo.
Una búsqueda lleva a un encuentro, a quedarse con él; sin embargo, encontrar a Cristo, significa salir a la búsqueda de otros buscadores, de otros inquietos y de llevarlos al encuentro con Cristo: Andrés y Juan pasan de ser buscadores a ser discípulos y misioneros; a buscar a otros para se encuentren en Cristo. El encuentro con Cristo cambia las vidas, historias y nombres: Simón pasa de ser Simón hijo de Juan a convertirse en Cefas (cabeza): piedra (v.42).