Las antífonas de la “O” son el preludio de la Navidad. El espíritu del Adviento se enardece ante la inminente llegada de Jesús niño, el Salvador y Dios con nosotros.
Queremos que el espíritu de Agustín ilumine el sentido profundo de estas siete antífonas que la liturgia vespertina de la Iglesia canta con ardor. Será el agustino recoleto Enrique Eguiarte quien nos guíe día tras día con sus comentarios fundamentados en textos el Obispo de Hipona.
En tiempo de san Agustín, a pesar de la riqueza que tenía la naciente liturgia del norte de África —de la que han quedado huellas muy significativas dentro de la liturgia actual gracias al Ritual Gelasiano—, no se rezaban ni se conocían las así llamadas antífonas de la “O”, es decir las antífonas usadas en el rezo de las vísperas a partir del 17 de diciembre, como una preparación para la Navidad, y por medio de las cuales se ponen de manifiesto tres elementos.
El primero es patente y cristológico, es decir resalta diversas dimensiones y aspectos de quien va a nacer, Jesús el Señor y Redentor.
En segundo lugar, el sentido mariológico, ya que las antífonas corresponden al rezo vespertino del Magnificat —del que habla ya san Beda el Venerable en el siglo VIII— que es el Cántico de alabanza que la Virgen María eleva a Dios por las maravillas obradas en su propio ser. Estas antífonas de la “O” y las palabras iniciales de las mismas tienen un sentido mariano, pues se juega con la idea de que la Virgen María no solo pondera los atributos de su propio Hijo, sino que nos invita también a meditar con ellas estos títulos y características del Redentor. De aquí la inicial de todas ellas y que les da nombre, la exclamación admirativa “Oh” (que en latín se escribe sin hache).
Por otro lado, hay un elemento latente un tanto alambicado, muy del gusto medieval, que se encuentra en el acróstico que se forma a partir de la lectura de las iniciales de dichas antífonas latinas leídas de la última a la primera. Vamos a explicarlo con más detalle.
Las siete antífonas de la “O”, en latín son las siguientes:
Sapientia (Sabiduría)
Adonai (Mi Señor)
Radix (Raíz)
Clavis (Llave)
Oriens (Oriente)
Rex (Rey)
Emmanuel (Dios con nosotros)
Si las iniciales de dichas antífonas son leídas desde la última a la primera, se forman dos palabras en latín ERO CRAS, que significa “llegaré o estaré mañana”, para destacar que Cristo viene a nosotros en el día de su nacimiento, del 24 al 25 de diciembre. La última antífona se reza en las vísperas del día 23 de diciembre. De este modo el 24 por la noche es cuando se cumple lo que reza el acróstico invertido formado con las iniciales de la primera letra de dichas antífonas. Cristo llega al día siguiente, es decir, el 24 por la noche.
Como decíamos, san Agustín no conoció esta ingeniosa y alambicada invención medieval, sin embargo, nos ha dejado textos muy profundos para conocer quién es Cristo y cómo él usa en sus obras alguno de estos títulos para presentarnos a Cristo.
En los días siguientes nos detendremos brevemente a considerar algunas reflexiones agustinianas sobre el sentido cristológico que tienen estas antífonas, como una ayuda e iluminación para estos días en los que nos acercamos a la Navidad.