¡Oh! Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación!
Es conocido como lo que podría considerarse la primera conversión de san Agustín: sucedió en Cartago, cuando él tenía aproximadamente dieciocho años y leyó el Hortensio de Cicerón. San Agustín se enamoró profundamente de la Sabiduría, y prometió buscarla todos los días de su vida (Confesiones 3, 7). Ciertamente en ese momento san Agustín no sabía que la Sabiduría tiene un nombre, y el nombre de la Sapientia en persona es Cristo. Por ello la primera cita paulina que aparece en la obra agustiniana es la de 1 Corintios 1, 24, donde san Pablo nos recuerda que Cristo es la Fuerza y la Sabiduría de Dios. Esta cita es tan importante, que aparece en la primera obra que conservamos de san Agustín escrita en Casiciaco en el año 386, el Contra Academicos.
La encarnación de Cristo, Sabiduría del Padre, es el primer paso de la redención de los hombres, por medio de la cual Cristo nos ha liberado de nuestros pecados y nos ha hecho hijos adoptivos de Dios y coherederos de su reino. Así lo expresa san Agustín:
“Puesto que la Sabiduría y la Virtud de Dios (1 Corintios 1, 24), que se llama Hijo unigénito, al asumir la humanidad, ha indicado la liberación de todo el hombre” (Ochenta y tres cuestiones diversas, 11).
Cristo además de salvarnos de la muerte como Sabiduría que es del Padre, nos enseña cómo debemos comportarnos y nos exhorta a no vivir atados por los miedos ni temores, particularmente por el temor a la muerte, pues él con su encarnación y redención nos ha librado de la muerte eterna, y nos ha hecho partícipes de su vida sin fin. Así lo comenta san Agustín:
“La Sabiduría de Dios asumió la humanidad para enseñarnos con su ejemplo a que vivamos bien. Ahora bien, a una vida recta le conviene no temer lo que no debe ser temido. Efectivamente, la muerte no ha de ser temida. Luego fue conveniente que esto mismo fuera demostrado por la muerte de la humanidad que asumió la Sabiduría de Dios” (Ochenta y tres cuestiones diversas, 25).
La sabiduría para san Agustín no consiste en acumular conocimientos, o en saber muchas cosas, sino que se trata de reconocer y aceptar a Cristo en nuestras vidas como la Sabiduría que debe guiar nuestros pasos.
La palabra latina sapientia (sabiduría) está emparentada etimológicamente con el verbo latino sapio que significa no solo ‘saber’, sino también ‘degustar’, ‘paladear’. En esta misma línea, ser sabios para san Agustín es aceptar a Cristo Sabiduría del Padre en nuestras propias vidas, y desarrollar en nuestro interior un “paladar espiritual”, un “gusto espiritual” por las cosas de Dios, que nos lleve a rechazar lo que no tiene “sabor a Dios”, y a buscar —como nos recuerda san Pablo—, las cosas de arriba, las del cielo, y no las de la tierra (Col 3, 1).
Que nos dejemos guiar por la Sabiduría de Dios, que es la que nos acompaña por los caminos de esta vida, para que podamos alcanzar los bienes eternos.