Oh, Sol que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!
Cristo es la luz, el sol que nace del oriente y que viene a iluminar a los que están en las tinieblas. Esta antífona nos recuerda, en primer lugar, que la Navidad se estableció desde los primeros siglos de la cristiandad en los días 24 al 25 de diciembre, para sustituir a la fiesta pagana del sol invictus, la fiesta del sol que vence a las tinieblas, ya que a partir del 24 de diciembre los días comienzan a hacerse más largos paulatinamente, a haber más luz en detrimento de la oscuridad.
Y, por otro lado, además de este propósito sincrético, la fiesta se establece del 24 al 25 de diciembre para señalar que Cristo es el verdadero sol que nace de lo alto y que ha vencido a las tinieblas del pecado y de la muerte.
Curiosamente, san Agustín pensaba que la fecha de nacimiento de Cristo, del 24 al 25 de diciembre, no solo tenía una finalidad sincrética —es decir abolir una fiesta pagana y colocar en su lugar una fiesta cristiana—, sino que efectivamente, y desde una perspectiva histórica, Cristo había nacido en esa noche.
De hecho, en uno de sus sermones de Navidad, el Sermón 190,1, san Agustín señala que los hombres pueden escoger el día para casarse o el día para comenzar a hacer una edificación, pero que nadie puede elegir ni el día de su nacimiento, ni tampoco elegir a su madre. Cristo en cambio, como Dios y Señor, no solo había elegido el día de su nacimiento, el 25 de diciembre, sino también a su madre.
Más allá de esta creencia agustiniana, con la que no estarían de acuerdo ni los historiadores ni los exegetas contemporáneos, lo que san Agustín quiere destacar es que Cristo es el nuevo Sol que nace de lo alto, y que viene a iluminar a todos los hombres.
Las iglesias en el tiempo de san Agustín -también en la Edad Media y en el Renacimiento-, se orientaban, es decir se colocaban mirando hacia el este, hacia el oriente, punto por el que sale el sol.
El oriente, es decir el punto cardinal por el que sale el sol, tuvo un papel importante en la época de san Agustín, ya que, cuando los catecúmenos hacían sus renuncias a Satanás, debían mirar hacia el oeste, es decir, hacia el punto por el que se pone el sol, donde se pensaba que tenía su morada el Diablo. Y cuando hacían su profesión de fe, se daban la vuelta y miraban hacia el oriente, es decir hacia el punto por el que sale el sol, para mostrar que se habían convertido de las obras de las tinieblas a las obras de la luz (cf. Sermón 216, 10).
Por otro lado, san Agustín siempre terminaba sus sermones con una bella oración que ha quedado recogida en algunos de sus piezas oratorias. Esta oración comienza con las palabras “Vueltos hacia el Señor”. Algunos especialistas afirman que cuando se rezaba esta oración —como señal de que había terminado la primera parte de la liturgia y que los no bautizados tenían que salir de la iglesia—, todos se levantaban y se volvían hacia el oriente. Por eso la oración dice explícitamente: “vueltos hacia el Señor”, es decir mirando hacia el oriente, que es el punto por donde sale el sol, que simboliza a Cristo, a Dios. La oración, es la siguiente:
“Vueltos al Señor, Dios Padre omnipotente, démosle con puro corazón, en cuanto nos lo permite nuestra pequeñez, las más rendidas y sinceras gracias, pidiendo a su particular bondad, con todas nuestras fuerzas, que se digne oír nuestras plegarias según su beneplácito y que aparte también con su poder al enemigo de todos nuestros pensamientos y obras; que acreciente nuestra fe, gobierne nuestra mente, nos dé pensamientos espirituales y nos lleve a su bienaventuranza por su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, que con Él vive y reina, Dios, en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.” (Comentario al salmo 150, 8).
Que en este tiempo del Adviento nos dejemos iluminar por el Sol que nace del oriente, por Cristo el Señor, para que llene nuestras vidas de la claridad y del calor de Dios.