En el convento de Marcilla se abrió el I Centenario de la Misión de los Agustinos Recoletos en China con un objeto sagrado muy especial: el cáliz que usó el agustino recoleto José Wang (1921-2004) durante años y que sobrevivió a años de persecución enterrado. Esta es su bella historia.
No es una joya, sino una reliquia. Su valor no se lo da la antigüedad, el arte o el material precioso. Es un simple cáliz que pide a gritos la intervención profesional de un buen joyero. De hecho, a simple vista se aprecia el desgarrón que antaño le produjo una mano inexperta.
Pero nada de todo eso le merma el valor de reliquia que tiene. Más bien, al contrario, pone más a las claras su historial accidentado y glorioso. Ese fue el motivo de que, en Marcilla (Navarra, España), se usara en la eucaristía de apertura del Centenario de China, el pasado 5 de diciembre.
La presidenta de la Fraternidad Seglar local, Celia Navarro, fue la encargada de presentarlo como ofrenda, antes de la liturgia eucarística. El vino se convirtió en él –una vez más– en la Sangre de Cristo. Y, luego, todos los participantes bebieron de él en el momento de la comunión.
El año 2004, poco antes de morir, lo había enviado al Museo Misional que entonces se proyectaba en Marcilla, monseñor José Wang, obispo de Hezé (1921-2004), que es el protagonista de la historia. Había sido su cáliz durante años. Se lo habían confiado, seguramente, en el momento de su ordenación sacerdotal, en marzo de 1950.
Era su cáliz, aunque apenas lo hubiera usado, quizá el año que disfrutó de relativa libertad, antes de ser encarcelado, a partir del 14 de marzo de 1951. Confiesa Wang que, cuando sintió que el Gobierno comunista descargaba el golpe, enterró el cáliz, junto con los objetos litúrgicos y otros artículos comprometedores.
Cuando le pareció que se calmaba un poco el huracán de la persecución –sigue explicando– se atrevió ya a desenterrar el envoltorio. Habían pasado 17 años y medio y todo se había perdido. Tan sólo el cáliz se había salvado, aunque quedó inservible a lo largo del necesario proceso de limpieza, no precisamente profesional.
Fray José Wang ya no lo volvió a usar más. Sólo se preocupó de guardarlo como objeto de museo, mudo eucarístico testigo de la persecución. Y mucho más, porque la historia que se concentra en este cáliz tiene raíces más hondas.
Lo proclama la inscripción que luce en el pie:
“1885 17 Septiembre 1935 Manila I[slas] F[ilipinas] Rev. Fr. Tomás Cueva y Andrés”.
El cáliz se adquirió en Manila como obsequio a fray Tomás Cueva en ocasión de sus Bodas de Oro como agustino recoleto. Cueva (1867-1939) era en ese momento prior del convento central de Manila pero, durante casi cuatro lustros y como encargado de la Procuración de China con sede en Shanghái, había sido pieza clave en los comienzos y asentamiento de la Misión de Shangqiu.
Habría, en fin, una tercera persona que tiene que ver con este cáliz en cuestión. Sería el agustino recoleto Joaquín Peña (1903-1983), el apreciado formador de los jóvenes recoletos chinos en la Misión, al que estos, después, cuando era ya un estudioso de prestigio, visitaban en el convento de San Millán de la Cogolla (La Rioja), siempre que recalaban por España.
Fue el propio José Wang quien lo comentó, aunque no llegó a especificarlo bien. Lo que parece cierto es que Peña habría usado el cáliz antes que él. Tuvo que ser en China –en Shanghái o en Shangqiu–, tras el fallecimiento de Cueva, en 1939. Luego lo heredaría el futuro obispo de Hezé, que nos lo ha conservado.
De por sí, un cáliz, en el que el elemento material del vino se transforma en la Sangre de Cristo, es un concentrado de toda la vida espiritual y de apostolado. Y este, en concreto, con su historia accidentada y martirial, sintetiza de alguna manera toda la historia de la Misión de China.