Decir monseñor Francisco Javier Ochoa, OAR, es recordar a un hombre de Dios, recto, coherente, de temperamento fuerte, amante de su Orden de Agustinos Recoletos, muy delicado en el uso de las cosas, de las cuáles daba detallada cuenta a sus superiores.
Javier Ochoa, hombre de oración, ponía confiadamente todo en manos de Dios. Tenía claro que debía trabajar buscando en todo, la mayor gloria de Dios.
Ochoa nació en 1889 en Monteagudo (Navarra, España). A los 17 años ingresó al noviciado que los agustinos recoletos tenían en su pueblo natal. Pasado un tiempo, sus superiores lo destinaron a Estados Unidos a continuar sus estudios y su formación religiosa y sacerdotal. Fue ordenado sacerdote el 30 de mayo de 1914 en la catedral de San Pedro y San Pablo de Filadelfia.
Sus primeros destinos fueron Venezuela y la isla de Trinidad. De allí pasó al Oriente, concretamente a Filipinas en donde permaneció dos años.
Supo vivir la obediencia en disponibilidad y amor a la misión. Por eso, en 1920 acepta con gusto e ilusión ir a China. En Shanghái, los agustinos recoletos de la Provincia de San Nicolás de Tolentino tenían una casa procuración, pero siempre en búsqueda de un lugar del interior para llevar el mensaje salvador.
Siendo procurador fray Tomás Cueva, fray Javier Ochoa es nombrado viceprocurador. Siguen tocando puertas en las diócesis del interior y por fin, en 1923, una respuesta. Monseñor José N. Tacconi tiene una amplia misión que no puede atender debidamente y les ofrece una parte.
Sin saber ni una palabra, fray Javier, por encargo del padre Cueva, va a Kaifeng, donde residía monseñor Tacconi. Llegar allí, cuenta el padre Ochoa, fue una verdadera odisea. Después de hablar con Tacconi, éste lo envió con su vicario a Kweiteh (hoy Shangqiu), lugar que el obispo consideraba como la mejor ciudad del territorio que le ofrecía, y situada en el centro del mismo. Tenía unos 50.000 habitantes; las impresiones de fray Javier Ochoa fueron pésimas en todos los aspectos.
A su regreso a Shanghái, expuso todo como lo sentía. Poco después es aceptado este territorio misionero por el gobierno provincial con mucha alegría y entusiasmo. Se le encarga a Ochoa impulsar la misión y es nombrado el 2 de marzo de 2024 delegado provincial del territorio confiado por la Santa Sede a la Provincia de San Nicolás de Tolentino, la cual generosamente envía un grupo de jóvenes voluntarios para dicha misión.
Ochoa no retrocedió ante las mil dificultades: gran extensión de terreno, el más pobre de la Diócesis, costumbres, comidas, viajes a pie, idioma, oposiciones y malos entendidos con monseñor Tacconi … Ese mismo ardor misionero impulsaba a sus jóvenes compañeros. Pero él y todos soñaban con un grupo de cristianos chinos.
Había prácticamente que empezar de cero. Limpiar y adecuar lo poco que había. Y manos a la obra. Primero el aprendizaje del idioma chino y, en cuanto pudieron comunicarse, Javier Ochoa fue enviando los misioneros a lugares estratégicos.
Prepara catecúmenos, forma catequistas, instruye y forma seminaristas, compra terrenos, construye capillas y parte de su sueño se hace realidad con la construcción de la Casa Central en Kweiteh. Para ayudar a financiar todo esto, escribe a sus amistades de España, Estados Unidos y Filipinas, y, si es necesario, emprende viajes.
Cuando tropezó con la dura realidad de niñas abandonadas en las calles, no dudó en acogerlas y con el apoyo de sus hermanos las colocaron al cuidado de las catequistas.
Todo va caminando cuando en 1926 estalla la guerra civil y toda su obra se va al suelo: sus parroquias saqueadas, quemadas. De algunas tienen que salir. Lo que no desean es dejar totalmente la misión. Por eso ruegan a sus superiores que les permitan quedarse. Todo el esfuerzo, toda la entrega, de estos misioneros, toda la lucha por la misión y los cristianos, es reconocida por la Santa Sede que eleva la misión a la categoría de Prefectura Apostólica, y en 1928 nombra a fray Javier Ochoa prefecto apostólico de Kweiteh.
Poco a poco los misioneros van regresando a sus lugares de misión, todavía con grandes interrogantes. La guerra terminará en 1931, aunque les espera otra guerra peor. Pero su entusiasmo, su trabajo, su entrega, continuarán.
La vida continúa en Kweiteh. Monseñor va anotando algunas necesidades: “madres” para sus niñas huérfanas, hermanas para sus misioneros, formadoras para la comunidad autóctona de Catequistas de Cristo Rey, acogida y cariño para los enfermos, los catecúmenos, las familias. Decide entonces aprovechar su viaje a Roma en 1930 para la visita ad límina, para de ahí pasar a España en busca de religiosas que puedan colaborarle en su misión.
Sabemos que tocó varias puertas de religiosas de vida activa, pero nada consiguió. Se disponía a dejar esta búsqueda para otra ocasión, cuando al hablar con el prior provincial Teófilo Garnica, este le dice que tal vez no ha tocado la puerta que Dios quiere. Le comenta que en los conventos de Agustinas Recoletas hay gran ardor misionero, especialmente en el del Corpus Christi, de Granada. Eso le sonó muy bien a Ochoa, que les escribe y las visita. Les dijo que necesitaba de almas generosas, con ansias misioneras que pusieran su mirada solo en Dios y en la salvación de las almas. En fin, las dejó muy inquietas. Hizo lo mismo en el real convento de la Encarnación de Madrid y en otros de agustinas recoletas.
En todos dejó la tarea de orar, de pensar y de decidir si se ofrecían voluntariamente, contando con el apoyo de sus superioras y comunidad. Dicho y hecho. El 15 de enero de 1931 viaja a Roma para presentar a la Sagrada Congregación de Religiosos, además de la documentación de las monjas que se han ofrecido, las preces solicitando la dispensa de la clausura de las mismas, para llevarlas a su misión de Kweiteh. Son aprobados los nombres de sor Esperanza Ayerbe de la Cruz, del monasterio de la Encarnación, en Madrid, de sor Ángeles García de San Rafael y sor Carmela Ruiz de San Agustín, del monasterio del Corpus Christi en Granada.
Regresa a España y el 1 de febrero salen del Corpus Christi de Granada, para ir con él las hermanas Ángeles García y Carmela Ruiz. Llegan a Madrid para encontrarse con la hermana Esperanza, y desde este momento vivirán unidas de corazón, siguiendo el camino que Dios les irá mostrando. Siguen a Monteagudo y allí monseñor a los pies de la Virgen del Camino, imagen que se encuentra en la iglesia del convento de los Agustinos Recoletos, les impone el crucifijo misionero. Pasan días felices, conociendo a sus hermanos que las reciben con gran cariño y admiración, y las animan.
Continúan su viaje a Barcelona y de allí salen para Oriente el 4 de marzo de 1931, en el vapor alemán “Fulda”. Después de pasar por Filipinas, llegan a la misión de Kweiteh el 19 de mayo de 1931. El corazón de monseñor Ochoa rebosa de alegría y agradecimiento. Ya tienen lo que deseaban.
El tiempo pasa rápido. Ellas solo tenían permiso de Roma por tres años, pasados los cuales, deben decidir si vuelven a sus conventos originarios, o en caso contrario, deben anexarse a otra Congregación. Deciden continuar en la misión. Para ellas esa es la voluntad de Dios. Monseñor hace los trámites jurídicos, y la Santa Sede las anexa a la Agustinas Recoletas de Filipinas, el 4 de enero de 1935.
(Continúa)