Camino a los altares, Mariano Gazpio (1899-1989) sabía discernir bien los caminos que le conducían a la felicidad, hacia Dios, de aquellos que le alejaban de tal objetivo. Con un gran dominio de sí, siempre pudo seguir los primeros y evitar los segundos.
La virtudes cardinales vienen a ser como el “cardo” o quicial que sostiene la vida cristiana. Son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Están íntimamente relacionadas entre sí y, al mismo tiempo, con las virtudes teologales.
La prudencia, según el Catecismo de la Iglesia Católica, es “la virtud que dispone la razón práctica para discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y para elegir los medios rectos para realizarlo”.
Así pues, esta virtud nos enseña a distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o alejarnos de ello. San Agustín la define como “el amor que sabe discernir lo que es útil para ir a Dios de lo que le puede alejar de Él”. Gracias a esta virtud conocemos el bien qué debemos hacer y el mal que debemos evitar.
Prudente y responsable
Fray Mariano fue un hombre muy prudente, con un carácter naturalmente inclinado a la rectitud y al bien. De ordinario se le veía en actitud responsable y ponderada. Su control personal era grande y se mostraba sensato tanto en sus palabras como en sus obras.
Quienes convivían con él sabían que sus palabras eran medidas y sus decisiones bien meditadas, tanto más cuanto fueran más importantes. Para tomar esas decisiones y decidir sus palabras se guiaba por un criterio principal: su amor a Dios y al prójimo.
Mariano era exigente consigo, pero con los demás radiaba comprensión y bondad. En su papel de confesor, de formador, de acompañante espiritual o de hermano de comunidad en la convivencia cotidiana, se mostraba muy delicado en sus consejos, conversaciones y correcciones. Sus intervenciones ordinarias eran pausadas y pensadas, pese a que su temperamento natural era más bien impulsivo.
De misionero en China destacaba por su prudencia en todas sus actuaciones públicas, por ejemplo a la hora de visitar las casas de los enfermos. Procuraba ir acompañado siempre en el interior de las casas para evitar cualquier tipo de habladuría o de sospecha.
Muchos hablaban, por ejemplo, del recogimiento en su mirada, nadie pudo achacarle nunca una frase imprudente o una actuación irresponsable, nadie pudo sentirse mal en su presencia, ni acosado, ni cohibido, ni humillado.
En otro momento de su vida, quienes fueron sus novicios durante su tiempo de maestro en Monteagudo (Navarra, España) siempre destacaron que nunca hacía acepción de personas, trataba a todos por igual con sumo respeto y caridad. Nadie llegó nunca a sentirse rechazado o ninguneado, nunca mostró indiferencia ante ninguna persona.
Algunos episodios de su vida
En su vida hay episodios que resaltan su prudencia y finura. Antes de corregir prefería disuadir con su mera presencia; y, en caso de tener que hacerlo, procuraba previamente cerciorarse de la falta. En casos dudosos pedía llanamente consejo. Veamos algunos ejemplos.
En 1929, al mes de establecerse en Yucheng (Henan, China), le llegaron los representantes de un pueblo cercano diciendo que todos los vecinos se habían hecho catecúmenos y, por tanto, no cabían en la pequeña capilla de la misión. Le ofrecieron que una pagoda del pueblo sirviera de capilla. Él se alegró por la conversión en masa pero, por prudencia, antes de decidir nada sobre convertir la pagoda en templo, expusor el caso al superior de la misión.
En 1936 el delegado apostólico en China consultó a todos los misioneros agustinos recoletos en Shangqiu sobre quién debía ser obispo. Propusieron a fray Mariano; y seis de ellos destacaron, expresamente, su gran prudencia, tan importante para ese cargo.
A finales de 1951, en vísperas de salir expulsado de China, celebraba la misa dominical muy temprano para que cuando la Policía llegase al lugar ya no encontrase a los fieles en la zona. Gazpio lo contaba así al prior provincial por carta:
“Poco encuentran aquí [los policías] de lo que pretenden, gracias a la misericordia de Dios. ¿Los inocentes pajaritos pueden ser amigos del gavilán y los sencillos y prudentes confiar en quien les desea y trabaja por su ruina…?”.
A su hermana Modesta, en 1982, le recordaba por carta que “Dios lo dirige todo con suavidad y santa prudencia”. El buen fray Mariano había aprendido en la escuela de Jesús a ser “prudente como serpiente y sencillo como paloma” (Mt 10,16). Y las circunstancias de su vida le indujeron a armonizar la sencillez con la sensatez.