Pr 31,10-13.19-20.30-31: Trabaja con la destreza de sus manos. Sal 127,1-2.3.4-5: Dichosos los que temen al Señor. 1Ts 5,1-6: Que el Día del Señor no os sorprenda como un ladrón. Mt 25,14-30: Como has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu señor
Por Rafael Mediavilla, agustino recoleto. Valladolid, España.
Muchas de las parábolas de Jesús son inquietantes o se convierten en inquietantes por la lectura que hacemos de ellas. Por eso tenemos la tentación de no descansar hasta encontrar una interpretación que nos tranquilice.
Las tres parábolas de los tres últimos domingos del Tiempo ordinario ponen a los oyentes de Jesús, y a los lectores del evangelio de Mateo, frente a las opciones que han de tomar para decidir definitivamente su destino.
Las diez muchachas
Diez muchachas decidieron su destino: unas despreocupándose de lo que pudiera suceder y otras siendo previsoras. Estas últimas acertaron y las llamamos prudentes. Es el evangelio del domingo pasado.
Mi elección de hoy, mi obrar de hoy, está decidiendo mi destino. Si juzgásemos que la enseñanza de Jesús es presentar sin más un buen comportamiento en general y ponerlo como ejemplo, podríamos discutir la parábola misma: ¿no hubiera sido más acorde con un comportamiento generoso compartir el aceite con quienes ya no tenían?
Pero Jesús aquel día no pretendía poner ejemplos de generosidad. Hay parábolas incluso en que el comportamiento de sus protagonistas no es correcto. Recordemos la del administrador.
En ese caso se trataba de hacer ver que nos estamos jugando el futuro según lo que obremos en el presente; pero, además, ese presente se prolonga hasta el futuro: “¡Manteneos despiertos!” es la conclusión de Jesús tras contar la historia de aquellas muchachas.
Los tres empleados
También en la parábola de este 33º domingo del tiempo ordinario Jesús interpela sobre la forma de vivir de sus oyentes para que su historia no termine en el fracaso o, según lo describe el mismo Jesús, “en el llanto y la desesperación”.
Tampoco aquí se trata de presentar ejemplos de comportamiento mediante la parábola. Hasta podríamos cuestionarnos la coherencia con la parábola anterior. Si allí quienes obraron bien fueron las prudentes, ¿no sería lógico que aquí también lo fuera el prudente que cuida el dinero recibido de su Señor no exponiéndolo?
Es la razón que él mismo da, es el encargo que el mismo Señor le dio: “les encargó que le cuidaran su dinero”. ¿No será injusto el Señor que pide ahora más de lo que encomendó a sus empleados?
El Señor espera algo más que cuidar lo recibido, espera un empleado capaz de ir más allá, de entregarse a la causa de su Señor enriqueciéndole, duplicar el don. Es cierto, habrá un riesgo de perder en el esfuerzo y ese riesgo es el que provocó el miedo en el empleado que escondió su dinero en tierra.
El empleado cuyo deseo de enriquecer lo recibido es mayor que su miedo a perderlo, ese es el que puede entregar a su Señor el fruto de su esfuerzo.
Quizás sea ir más allá del texto buscar una aplicación para el presente; pero cada uno de los oyentes de Jesús que se sirvieron de su predicación, de sus obras y milagros simplemente para guardar su fe, para confirmarse en ella, para convencerse de que la mejor religión y espiritualidad es la que predica un judío, un rabí del pueblo, pero sin ir más allá, sin reorientar su vida, sin atender a la llamada del seguimiento de Jesús, terminarían siendo oyentes que entierran el mensaje de Jesús.
Lo mismo sucedería en el caso de los oyentes del evangelio predicado por los apóstoles o los lectores de la obra de Mateo evangelista que no hicieran de lo escuchado o leído una razón de conversión, de hacerse discípulos de Jesús, cristianos en una comunidad viva.
También a lo largo de la vida del creyente en Jesús, del cristiano de hoy, hay momentos en los que se presenta un don no para ser enterrado, para confirmación de las propias convicciones, sino para transformarlo, para ir más allá, para arriesgar y luchar, para que ese riesgo se convierta en multiplicador del don.
Unos a la derecha y otros a la izquierda
El siguiente domingo continuará con la tercera parábola de Jesús de ese mismo capítulo 25 de san Mateo. Habrá ocasión de comentarla, pero vale la pena advertir del vínculo o continuidad entre las tres. Progresivamente se van iluminando. Nosotros las escuchamos independientes en estos domingos, pero Mateo las narró sucesivamente, como formando partes de un solo discurso de Jesús.
Las tres guardan una unidad en su propósito: Jesús quiere hacer comprender cómo nos vamos labrando nuestro destino, nuestro final. Si no sabíamos en qué consistía proveerse de aceite o hacer fructificar el dinero recibido, la tercera parábola nos ilumina:
Las muchachas que tenían aceite a la llegada del novio son las que han cuidado de él cuidando a los necesitados; los empleados que han hecho rendir al dinero recibido de su Señor son los que lo atendieron en sus hermanos más humildes.