El doctor Jacinto Gil Sierra, profesor en la Escuela de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid, además de ejercer la docencia, su espíritu artístico le lleva también al mundo de la fotografía y a escribir. Un relato suyo, “Agua en el paraíso” ha obtenido un galardón en la III Convocatoria de los Premios de Fotografía y de Relato Corto en Cooperación Internacional para la contribución al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Los Agustinos Recoletos llevan misionando en la Prelatura de Lábrea, Amazonas, Brasil 98 años y han sido allí evangelizadores, albañiles, maestros… de todo, porque las necesidades eran acuciantes en todos los órdenes. Todos los prelados de esta misión han sido recoletos, y recoletos han sido casi todos los misioneros que han dejado allí los años de juventud y algunos la vida toda.
En las últimas décadas han contado con voluntarios y algunos seglares cualificados para llevar a cabo sus proyectos de sanidad y de construcción, por ejemplo. Uno de los proyectos, denominado “Terra Solidaria”, consiguió dotar a gente humilde de una casa sencilla, habitable y con agua corriente en su vivienda.
En el 2017, Jacinto Gil Sierra, especialista en tractores y máquinas agrícolas, pasó mes y medio poniendo su saber a disposición de los labreenses y, en concreto, con la instalación de agua corriente en las casas del proyecto Terra Solidaria.
Gil Sierra conserva, dice, “un gratísimo recuerdo del mes y medio que pasé en Lábrea”, por lo que, cuando la Universidad Politécnica de Madrid convocó ese concurso de relatos breves relacionados con la cooperación al desarrollo, “se me ocurrió escribir este que es autobiográfico basado en los sentimientos más que en las acciones.”
Como el arte de escribir no le es extraña a Jacinto, dado que tiene también escritas dos novelas dos libros de relatos cortos y libros de otros temas distintos de la narrativa, se decidió a relatar su experiencia sobre su estancia en la misión. En el relato, como él mismo confiesa, más que contar lo que hizo, cuenta cómo lo vivió y que sentimientos afloraron en su interior.
Ofrecemos a continuación el texto íntegro del relato:
Agua en el paraíso
Luis no podía separar los ojos de la ventanilla. El pequeño avión en el que había despegado de Manaos volaba a escasa altura, permitiéndole disfrutar de la visión de la selva amazónica. La alfombra verde solo estaba interrumpida por numerosos meandros en los que un agua de color marrón pálido vagaba como perdida en un laberinto. Pensó si su vida no estaría dando también muchas vueltas sin rumbo. De momento, su destino era un aeródromo situado en los confines de Brasil.
Aterrizó y en la caseta que hacía de terminal lo identificó el fraile que le estaba esperando. En el camino de tierra hasta el poblado, que recorrieron en un todoterreno, fray José le puso al corriente de los materiales que ya disponían y la cuadrilla de albañiles que estaban esperando su llegada para iniciar el trabajo. El motivo que lo llevaba hasta allá era la construcción de un pozo y un depósito elevado para suministrar agua a las viviendas de una comunidad indígena. En una región donde lo que más abunda es el agua, tanto que el piso de tablas de las casas de madera estaba elevado sobre el terreno para huir de la humedad, había que conseguir que saliera por los grifos. Que el agua llegue desde arriba y no por debajo.
La alumna que había estado el verano anterior gracias a una beca de cooperación al desarrollo hizo el proyecto, los frailes consiguieron financiación y había llegado la hora de ejecutarlo.
Luis era el profesor dotado del espíritu de aventura suficiente para viajar al límite de la civilización. Enseguida se vio sometido a una acogida tan cálida que cambió sus temores a lo desconocido por la alegría de poder ayudar a esas personas. Los frailes habían hecho el milagro de conseguir que llegaran los materiales, los albañiles le obedecían ciegamente y los curiosos que se acercaban dirigían miradas de agradecimiento y esperanza.
Las ocho horas de trabajo diario, divididas en dos sesiones de cuatro, se cumplían a rajatabla. Luis hizo el replanteo de los cimientos del depósito. A medida que se excavaba el pozo, se iban colocando las armaduras de los pilares y las tablas del encofrado. La escasez de herramientas estaba sobradamente compensada por el entusiasmo y las ganas que ponían los albañiles. Pronto se establecieron sólidas relaciones, asentadas sobre la devoción que los habitantes del poblado empezaron a sentir hacia Luis. Los niños eran quienes más tiempo pasaban contemplando cómo se elevaba un armazón que les habían dicho que serviría para que saliera agua por los grifos que estaban instalando en las viviendas. Las mujeres de piel acaramelada no tendrían que ir al río con los cántaros. Los hombres barbilampiños se ducharían al regresar de las plantaciones de mandioca. Los niños jugarían con agua dentro de sus propias casas.
Los domingos, único día que se interrumpía el trabajo, la actividad que concitaba a casi a toda la población era la misa oficiada por fray José en la iglesia del poblado. La humildad de la decoración era compensada con creces por los cánticos de un coro que acompañaba la ceremonia. Esas voces moduladas en un portugués suave, muy agradable al oído, ayudaban a elevar el espíritu. Parecían ángeles que entonaban salmos en el paraíso.
El pozo progresaba hacia abajo y la estructura de hormigón hacia arriba. El día que concluyó el trabajo fue muy celebrado. Luis invitó a cerveza comprada en la única tienda de alimentos y bebidas. Refrescos para los niños que también degustaron las mujeres. Junto al lugar del improvisado festejo se elevaba un entramado cubierto con tablas. Un depósito, que competía en altura con las copas de los árboles, se sostenía sobre cuatro pilares. A su lado un pozo. Dos tuberías por las que subiría y bajaría el agua ascendían desde el suelo hasta el depósito.
Ensayaron con éxito el funcionamiento de la bomba, aunque el agua era expulsada sin conectar la tubería. Luis dejó instrucciones de cuándo debían quitar todas las tablas porque el hormigón ya habría fraguado, poner en marcha la bomba para que se llenara el depósito y abrir la llave de paso de la tubería de salida.
Las despedidas fueron dolorosas. Sabía el nombre de pila de muchos vecinos. Si pudiera, regresaría a su país acompañado por algún niño o niña, pero ellos serían más felices en su mundo que en una gran ciudad española.
En el vuelo de regreso miró el paisaje con otro espíritu. Se consolaba pensando que el verde significaba esperanza. Combatió la melancolía tratando de almacenar recuerdos para el futuro. Cuidó con mimo la cámara fotográfica que le permitiría ver las imágenes de las personas que tenía menos probabilidades de volver a encontrar entre todas aquellas que habían dejado huella en su vida.
Neptuno (Pseudónimo)
La directiva de esta página web le agradece a don Jacinto Gil Sierra su generosidad para que hayamos podido dar a conocer este tierno relato a los visitantes.