Textos litúrgicos: Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua; Salmo 23: Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor; 1 Juan 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es; Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Por Marciano Santervás, agustino recoleto. Madrid, España.
El pueblo cristiano celebra en este día la solemnidad de Todos los Santos, fiesta popular arraigada en el corazón de todos los que mantienen viva la llama del deseo para alcanzar la plenitud de la vida y la felicidad, la contemplación de la Belleza, el encuentro con la Luz, el goce con la Bondad y la Santidad, el regocijo de comunión con Dios. Los santos son los que ya han pasado del deseo a la feliz posesión y deleite. Los santos son los felices.
Varios Santos Padres nos han legado valiosos comentarios sobre las bienaventuranzas de hondo sentido espiritual, entre ellos san Agustín, quien en el Sermón 53, antes de ir comentando cada una de las bienaventuranzas, escribe:
El texto de las bienaventuranzas y su mensaje han interesado siempre a lo largo del tiempo, no solo a los Santos Padres de los primeros siglos de la historia de la Iglesia. Un teólogo casi actual, José María Cabodevilla(1928-2003), escribió en 1984 un extenso volumen sobre las bienaventuranzas que tituló “Las formas de felicidad son ocho”.
Bien próximo a nuestros días, el papa Francisco en la exhortación apostólica “Alegraos y regocijaos” (2018), que lleva por subtítulo “Sobre la llamada a la santidad en el mundo actual”, después de diversas consideraciones en que alienta a aspirar a la santidad y a considerarla como asequible en lo cotidiano de nuestras vidas, ofrece un comentario sobre las bienaventuranzas del evangelio según san Mateo, y llega un momento en que se pregunta:
Es el papa Francisco quien titula “A contracorriente” el apartado de la exhortación apostólica citada y justifica este título en sus breves y claros comentarios al analizar el actual ambiente presentista e individualista, la increencia y el inndividualismo materialista de nuestra sociedad, que tanto influyen en todo y en todos, y que son el polo opuesto del espíritu de las bienaventuranzas. Es decir, el evangelio de Jesús siempre se encuentra con dificultades para su aceptación; lo mismo que le ocurrió al mismo Jesús.
Siempre que se acerca uno a las bienaventuranzas percibe cómo Cristo Jesús captó el anhelo de felicidad o bienaventuranza, que todo ser humano alberga en su corazón, pero que choca con la misma condición humana tendente a valorar las realidades presentes como que fueran, si no las únicas, sí las seguras y fiables, lo cual lleva a la persona a anestesiar la connatural aspiración a la felicidad completa y sin fin, y a desdeñar el goce de la comunión con Dios y la contemplación de la hermosura divina.
La festividad de Todos los Santos nos plantea de forma nítida la dialéctica del “ya”, pero “todavía no”. Tenemos la promesa de la felicidad, pero por ahora “sé pobre de espíritu”, “sé manso de corazón”, etc. De aquí que el regalo de la esperanza que Dios nos hizo en el bautismo -y sigue haciéndonos- debe avivarse y actuar para no renunciar a la lucha que conlleva el existir humano y, con más razón, el vivir cristiano. Solo quien lucha puede salir victorioso en el combate. Supliquemos el auxilio del Señor.



