XXX Domingo del Tiempo Ordinario: lo esencial.

Ex 22,20-26: Si explotáis a viudas y a huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros. Sal 17,2-3a.3bc-4.47.51ab: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. 1Ts 1,5c-10: Os convertisteis, abandonando los ídolos, para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo. Mt 22,34-40: Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

Por Rafael Mediavilla, agustino recoleto. Valladolid, España.

“La esencia y el fin de toda la divina Escritura es el amor” (San Agustín, La doctrina cristiana 1, 35)

“Quien obra por amor en su vida descubre tanto lo que está a la vista como lo que está oculto en la Palabra de Dios” (San Agustín, Sermón 350, 2).

El sermón 350 de San Agustín es breve. El mismo Agustín da la razón de esa brevedad: “Conviene que el sermón de un anciano no sólo sea sustancioso, sino también breve”.

Podríamos hacer una reflexión, como otras veces, del texto del evangelio de este domingo hablando de Mateo, de la comunidad a la que dirigía su evangelio, del contexto en el que aparece ese episodio… Pero seguramente es mucho más importante expresar con un grito lo que Jesús, Mateo, la Iglesia, pretenden con el mensaje del evangelio de hoy: “¡Vive!”, “¡Vive el amor! ¡Vive amando! ¡Ama!” De algún modo es también lo que hace Agustín cuando va a terminar ese sermón, antes de hacer mención a la brevedad. Él ha hecho un elogio de la caridad e invita diciendo: “perseguid el amor”. Pero entiende que, siendo tan grande el precepto del amor, sus oyentes han podido escuchar incluso elogios más sublimes, pero “cualquier alabanza que vosotros hayáis encontrado más exuberante de lo que yo haya podido decir, muéstrese en vuestras costumbres”.

Por eso el mejor comentario del precepto de amar a Dios y al prójimo está en primer lugar en la vida del mismo Jesucristo y después en la vida de los discípulos que han vivido amando hasta el heroísmo. Al ser reciente la Exhortación apostólica del papa Francisco con motivo del aniversario del nacimiento de Teresa de Lisieux sobre el amor misericordioso. En esa Exhortación Francisco recuerda a su antecesor Juan Pablo II que declaró a la santa, en su Carta apostólica “Divini amoris scientia”, doctora de la Iglesia universal:

“Durante su vida, Teresa descubrió «luces nuevas, significados ocultos y misteriosos» y recibió del Maestro divino la «ciencia del amor», que luego manifestó con particular originalidad en sus escritos. Esa ciencia es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio del Reino y de su experiencia personal de la gracia. Se puede considerar como un carisma particular de sabiduría evangélica que Teresa, como otros santos y maestros de la fe, recibió en la oración” (Juan Pablo II).

Por eso, teniendo en cuenta cómo vivió Teresa de Lisieux su relación con Dios, con las hermanas de su comunidad y con los que estaban en el mundo, cercanos o distantes, incluidos pecadores, vale la pena al terminar de leer el evangelio de este domingo acudir al capítulo en el que la santa expresa lo que ella ha comprendido qué es la caridad. Ella va más allá de la respuesta que Jesús dio a los fariseos después de la pregunta de aquel doctor de la ley, relaciona esa respuesta con lo que Jesús más tarde diría a sus discípulos en la última cena. Entonces exclama:

“Cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar” (Teresa de Lisieux).

Ella misma cuenta enseguida varios hechos en los que ve manifestada esa acción de Jesús en ella.

Quiero imaginarme a aquel doctor de la ley que, después de escuchar a Jesús, se puso a la tarea de amar a Dios y al prójimo. Y encontrándose con un samaritano en la cercanía del templo lo amó, y pasando cerca de él un publicano lo amó, y viendo en la calle a una prostituta permitió que Dios la amase a través de él, y descubriendo a lo lejos a un soldado romano, gentil y opresor del pueblo, lo amó.

Hoy todos podemos también encontrarnos cada día con el que piensa diferente, con el que pertenece a otro grupo ideológico, con quien amenaza nuestro bienestar, con quien nos indigna por su crueldad. Todos y cada uno son nuestro prójimo al que amar como a nosotros mismos.