Is 45,1.4-6: Yo he tomado de la mano a Ciro, para doblegar ante él las naciones. Sal 95,1.3.4-5.7-8.9-10: Aclamad la gloria y el poder del Señor. 1Ts 1,1-5b: Recordamos vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza. Flp 2,15d.16a: Aleluya, aleluya, aleluya. Mt 22,15-21: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Por Rafael Mediavilla, agustino recoleto. Valladolid, España.
«El artífice no pudo hacer la imagen de Dios, pero Dios pudo hacer una imagen de sí mismo. Él no hizo alguna otra cosa para ti, pero te hizo a ti mismo a imagen suya”
(San Agustín, Sermón 113, 7).
El contexto
En los domingos pasados se leyeron tres parábolas del evangelio de Mateo. En la liturgia de la palabra del domingo XIX del tiempo ordinario escuchamos la primera de tres preguntas a Jesús de fariseos y saduceos. El evangelista narra ese episodio a continuación de las parábolas. No sería acertado desvincularlo de ese contexto. Incluso del conjunto del capítulo 21 del evangelio de Mateo. Es claro que Jesús con su mensaje, su forma de actuar, su relación con los otros se enfrenta a los dirigentes del pueblo de Israel, a los que con su autoridad, su enseñanza, su influencia estaban marcando el pensamiento, los valores, la forma de vida del pueblo. El enfrentamiento es tan radical que Jesús ha terminado por concluir que no basta con cambiar esa forma de pensar y vivir del pueblo sino que hay que cambiar el ser del pueblo.
La pregunta
La interpretación del episodio del “tributo al César” como una simple respuesta a quienes se preguntan si es lícito o bueno pagar el impuesto o no, rompe con esa orientación más radical de Jesús. Sin embargo, una gran parte de los comentarios, antiguos y actuales, del texto se mantienen en ella. Presentan este encuentro y diálogo de Jesús como la orientación fundamental para que los cristianos sepan que hacer en su relación con la sociedad civil y con sus dirigentes. Los no cristianos la aceptan de buena gana para insistir en esa división de lo que corresponde a la vida civil y la vida religiosa de tal forma que cada una tenga su espacio y su ámbito. Se invita a los creyentes a que vivan su fe en el ámbito privado porque en público solo cabe prescindir de la religión.
La lectura del texto final del episodio “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” no es una síntesis del pensamiento de Jesús en respuesta a la pregunta de los fariseos y herodianos “¿Es lícito pagar impuesto al César o no?”. En el desarrollo del texto, más bien, me parece claro que la primera parte de la respuesta de Jesús es la conclusión a lo que debieran pensar y asumir como norma los fariseos: dar al César el impuesto, ya que lo aceptan en su vida al aceptar su moneda. Se trata de invitarles a que sean coherentes. Mientras que la segunda parte sí forma parte del pensamiento de Jesús: “dad a Dios lo que es de Dios”. Los fariseos no sólo pretendían -si es que lo pretendían- una respuesta a una cuestión sobre el comportamiento ante la ley sino someter a Jesús a su forma de pensar y razonar. Pero Jesús en ese plano les viene a decir “respondeos vosotros: dad al César lo que es del César” y a continuación presenta su propio planteamiento: “dad a Dios lo que es de Dios”. Esto está en línea con la orientación de los textos anteriores: Dios está recibiendo lo suyo de los publicanos y prostitutas que “creyeron”, del nuevo pueblo que produce frutos, de los que estaban en los caminos y aceptaron la invitación al banquete.
La respuesta
Así como decíamos que muchos comentarios dan vueltas a partir de este texto sobre la obligación de pagar el impuesto en la sociedad -es lo que hacían fariseos y herodianos- o sobre lo que ha de estar presente en la sociedad civil o en el espacio público y lo que es propio del espacio religioso, Agustín de Hipona ha entendido muy bien que simplemente Jesús, como en tantas otras ocasiones, ha aprovechado una realidad cotidiana para presentar lo fundamental de su mensaje, de lo radicalmente definitivo de la relación del creyente con Dios:
“El César busca su imagen, ¡devolvédsela! Dios busca la suya, ¡devolvédsela! Que el César no pierda su moneda por causa vuestra; que Dios no vaya a perder la suya que está en vosotros” (San Agustín, Comentario al salmo 57, 11).
«Del mismo modo que se devuelve al César la moneda, así se devuelve a Dios el alma iluminada e impresa por la luz de su rostro… En efecto, Cristo habita en el interior del hombre» (Ib., Salmo 4, 8).
“Si el César busca su imagen en la moneda, ¿no va a buscar Dios la suya en el hombre?” (San Agustín, Sermón 308 A, 7; cf. Comentario Evangelio de Juan 41,2).
“Dios exige del hombre esa imagen divina que ostenta el hombre, como el Cesar exigía su imagen acuñada en la moneda” (San Agustín, Carta 127, 6).
“Esculpamos de nuevo, mediante el amor a la verdad, la imagen según la cual fuimos creados, y devolvamos a nuestro César su propia imagen” (San Agustín, Sermón 90, 10).
¿Qué pensaríamos de quienes después de haber escuchado la reflexión de Agustín dijeran: “Eso está muy bien, pero hay que pagar el impuesto sí o no”? La conclusión del episodio tipifica al que permanece en su pregunta, en sus dubia, quien no ha conseguido convertir a Jesús a sus propias convicciones, quien no tiene nada que añadir a lo que ya sabe y da por sabido e innecesario escuchar lo de “dad a Dios lo que es de Dios”; y, por ello, “dejándolo se fueron”.