El fallecimiento del venerable Alfonso Gallegos, obispo auxiliar de Sacramento, California, el 6 de octubre de 1991 en un accidente de tráfico, nos lleva a recordarle como el hombre de la sonrisa, que le caracterizó a lo largo de su vida a pesar de las circunstancias difíciles que tuvo que asumir.
Dicen que los grandes devotos de la Virgen María mueren cerca de una de sus fiestas. Monseñor Alfonso Gallegos falleció el 6 de octubre víspera de la Virgen del Rosario. Gallegos fue un gran devoto de la Virgen María desde su infancia cuando rezaba el rosario en familia. Luego, como religioso, debido a su miopía, recibe una dispensa para rezar el rosario en sustitución del oficio divino. El rosario siempre fue parte de su vida. En sus viajes en coche, avión o tren el rezo del rosario fue una devoción permanentemente cultivada.
Este testimonio resume lo que muchos recuerdan al hablar de monseñor Gallegos: “Siempre recordaré al obispo Alfonso como un amigo profundamente religioso, humilde y generoso. Siempre recordare su sonrisa, gentileza y preocupación por los demás y sobre todo su amor a Dios.”
Es impresionante escuchar cuántas personas consideraban al obispo Gallegos como un verdadero amigo que siempre tuvo tiempo para estar entre su pueblo, visitándolos en momentos de alegría y de tristeza.
Fue un hombre humilde que obtuvo títulos en psicología y educación, pero nunca presumía de la educación recibida. Era muy inteligente, tenía temas de conversación de todo tipo, pero sabia adaptarse a sus oyentes más sencillos. Cuando fue nombrado obispo, muchos se sorprendieron, porque no creían que fuera capaz de tan alto cargo, sin saber que era un hombre muy bien preparado.
Era generoso, dando su tiempo en todo momento, buscando la manera de poder servir a los demás en sus necesidades espirituales o materiales y manifestando su amor a Dios amando a sus hermanos y hermanas con una gentileza muy especial.
Recordamos a Gallegos como el hombre de la sonrisa, porque su sonrisa era contagiosa, algo hermoso que comunicaba amor y alegría. Como dijo santa Teresa de Calcuta, “Cada vez que le sonríes a alguien es una acción de amor, un regalo para esa persona, algo hermoso.”