Mariano Gazpio, agustino recoleto camino a los altares.

El amor al prójimo es para el cristiano no solo un reflejo del amor a Dios, sino incluso la constatación de su autenticidad. Fray Mariano Gazpio (1899-1989), agustino recoleto que está camino a los altares, vivía este amor a los hermanos de manera constante y detallista.

Dicen las Constituciones de los Agustinos Recoletosque el primer apostolado del religioso es su propia comunidad, los hermanos concretos con quienes vive su vocación. El agustino recoleto Mariano Gazpio, declarado venerable por la Iglesia por su forma de vivir y ejercer las virtudes cristianas, tuvo siempre en cuenta esta realidad: el amor al prójimo empezaba por quienes tenía más cerca.

Así, en la vida cotidiana nunca hizo acepción de personas, trataba a todos con respeto y delicadeza. Era atento, comprensivo, amable y servicial y para esto no tenía excepciones. Nunca se quejaba de nada ni de nadie, a todos trataba con bondad porque veía en ellos el rostro de Cristo.

En China

Fray Mariano fue misionero en Shangqiu (Henan, China) durante casi 30 años, y siempre en tiempos convulsos, difíciles, sin paz. La misión de los Agustinos Recoletos fue espacio de recepción de refugiados, zona segura en tiempos de guerra y lugar donde sobrevivir y poder comer algo en tiempos de carestía.

Sabemos que fray Mariano se privaba de su comida para darla a los hambrientos. Siendo coordinador de los religiosos en la misión, una de sus mayores preocupaciones fue dar cuenta de todas las necesidades básicas de quienes vivían en el complejo central de la Misión: religiosos, seminaristas, religiosas, niñas acogidas de la Santa Infancia…

En 1944 los Recoletos no admitían a nuevos seminaristas, pero no porque no hubiese vocaciones, dado que el ejemplo de fray Mariano y del resto de los misioneros era un imán para que jóvenes del lugar quisieran ser religiosos. El motivo era el bloqueo económico impuesto en plena II Guerra Mundial, durante la ocupación de las tropas japonesas. Los habitantes más pobres de China sufrían las peores consecuencias del bloqueo.

“En estos tiempos no consigo en absoluto ofrecer subsidio alguno a mis queridos misioneros y me veo obligado a dejarles en ayuno prolongado”, escribía fray Mariano al delegado apostólico, Mario Zanin.

Pero lo que más le dolía era que esa carestía afectaba de lleno al seminario, “pupila del ojo de nuestra misión”. Apenado, escribía: “En los dos últimos años, por motivo de la penuria, no hemos admitido nuevos alumnos, y el pequeño rebaño cuenta solamente con 13 aspirantes y ocho novicios para tristeza de nuestros afligidos ojos”.

En España

Cuando es obligado a abandonar China junto con todos los misioneros extranjeros, fray Mariano es enviado a formar a los misioneros recoletos del futuro. Como maestro de novicios repitió su ya para entonces afamada forma de ser: el uso continuado del respeto, el cariño y la comprensión.

Como buen formador, una de sus funciones era la corrección fraterna. Todos los que vivieron el noviciado bajo las enseñanzas de fray Mariano recuerdan que, cuando tenía que corregirles, lo hacía en privado y con amabilidad.

El siguiente paso vital de fray Mariano fue el convento de Marcilla. Con menos responsabilidades directas, no dejó de mostrar siempre ese amor continuado a los hermanos en todas las actividades. Incluso de anciano, cuando sus condiciones físicas ya no eran buenas, aplicaba a todos los quehaceres gran precisión y generosidad, en virtud de ese amor a los hermanos.

Todos aquellos con los que fray Mariano tenía relación por las encomiendas que le habían encargado destacaron que el cuidado, detalle y cariño que ponía en todo se debía a ese sentido de amor hacia el prójimo: cuanto mejor hecho esté, más tranquilos, más contentos y más felices serán mis hermanos, pensaría el buen religioso.

Otra forma de demostrar esta caridad era en forma de consejos, de preocupación por el progreso espiritual, de desear abiertamente lo mejor para todos. Ejemplo álgido de esto se daba al administrar el sacramento de la Reconciliación.

Quienes tuvieron la oportunidad de recibir el perdón de Dios a través de sus manos, destacan su prudencia, bondad, acogida y disponibilidad. Es un momento importante para el penitente, que busca no solo la reconciliación sacramental, sino también paz en el corazón, tranquilidad en los pensamientos, eliminación de la ansiedad. Y todo ello, fray Mariano lo conseguía.

Bendecir, decir bien

Otra característica destacable de fray Mariano es que nunca hablaba mal de nadie. No es baladí en alguien que pasó en China por el asalto de bandidos, que fue obligado a entregar su residencia a soldados y combatientes, que pasó por los interrogatorios y la reclusión domiciliar antes de ser expulsado del país.

Tenía muy presente, y lo enseñaba sin descanso, que jamás se debe desear el mal a nadie, que la venganza o la envidia destruyen el corazón, que toda persona puede mejorar y arrepentirse, que las conversiones son posibles, que solo Dios puede juzgar: “Los perversos son los menos y aun estos son hermanos nuestros que debemos salvar”, escribía.

Su amabilidad era proverbial, veía la parte positiva de la persona y de los acontecimientos por encima de cualquier defecto o dificultad. Detrás de su siempre presente sonrisa estaba la finura de elevar oraciones por cada hermano con quien se cruzaba.

Fue fray Mariano el hombre que amaba a sus hermanos y lo transmitía desde la sencillez y la paz.