Ez 18,25-28: Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida. Sal 24,4bc-5.6-7.8-9: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna. Flp 2,1-11: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Mt 21,28-32: Recapacitó y fue.
La lectura aislada del texto evangélico de este domingo puede llevar a la conclusión de que la enseñanza de Jesús es que lo verdaderamente importante es la obra y no la palabra, no decir sino hacer. De hecho, Mateo en su evangelio subraya la importancia del hacer, de la acción: “No todos los que dicen […] sino solamente los que hacen” (Mt 7,21), “el que oye y hace lo que yo digo” (7,26), su familia son los que hacen la voluntad del Padre (12,50).
Y, sin embargo, quedarse en esa conclusión es tener la mentalidad de los sumos sacerdotes y ancianos: “Le contestaron: «el primero»” (21,31), a los que Jesús quiere poner en evidencia.
Tres elementos son importantes para la comprensión acertada del texto:
- El sentido del “hacer” en el evangelio de Mateo.
- El contexto en el que se encuentra esta parábola.
- La transición de la parábola a la conclusión que hace Jesús.
“Hacer”
El “hacer” que pide Jesús no es simplemente un obrar recto, según la norma. Incluso él mismo lo contrapone al obrar de sus oponentes que deciden ese obrar a partir de la Ley. Ese obrar es independiente del tiempo y lugar, pero el obrar de Jesús tiene en cuenta como fundamento el momento que están viviendo quienes le escuchan, el momento en el que Él se les presenta. Es la voluntad de Dios para el momento de Jesús.
En Jerusalén
El contexto va en el mismo sentido. Jesús en estos capítulos del evangelio de Mateo, después de su discurso comunitario, comienza su estancia en Judea (19,1); y en el capítulo en el que se encuentra el texto que se lee este domingo ya está en Jerusalén (21,10) y ha entrado en el templo (21,12). El lugar y los que rigen al pueblo estando allí representan muy bien lo que se enfrenta a un Jesús que incomoda. En el pasaje anterior a la parábola de los dos hijos los sumos sacerdotes y ancianos pretenden declarar como bueno, acertado, aquel comportamiento que se sujete a una autoridad (la ley, la autoridad constituida) frente al que obra enviado por Dios y al que se ha de acomodar toda forma de obrar que produzca frutos. Y en el pasaje siguiente: la seguridad que les da saber muy bien los preceptos de la ley les cierra a cualquier sorpresa que Dios mismo les pueda presentar. Sucederá lo imprevisible para ellos: otro pueblo producirá los verdaderos frutos.
Actuar en el tiempo mesiánico
Con la parábola de los dos hijos Jesús no pretende sin más hacer ver que lo acertado es “obrar” frente al mero “decir”. Lo importante es obrar lo que Dios quiere y manifiesta en el momento presente, sea cuando aparece Juan enseñando el camino de justicia, sea cuando Jesús abre el Reino de Dios a publicanos y pecadores.
Claro está que es importante el obrar y no quedarse en meras palabras, pero ese obrar es hacer lo que Dios pide en el momento presente. El impedimento fundamental para ello es haber puesto toda la confianza y seguridad en la ley y en las propias convicciones. Los pecadores acogieron la invitación de Juan Bautista a transitar el camino de la justicia, pues reconocían que estaban fuera de él, mientras que no se habían planteado cambiar su vida por estar alejados de la ley, tal como les reprochaban sacerdotes, ancianos y escribas.
Actuar en el tiempo de la Iglesia
Cuando Mateo escribe su evangelio ve a Jesús ofreciendo una nueva forma de vida, un nuevo modo de “obrar” a los gentiles, a los no judíos. Los cristianos forman la comunidad de aquellos que no simplemente piensan y obran lo recto, sino que quieren responder a la invitación del apóstol de “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,1).
Ese mismo Jesús se ha presentado entre los pueblos más sencillos y les ha ofrecido una nueva forma de obrar y ellos lo han comprendido, han sentido como Él y se han puesto manos a la obra en favor unos de otros y sobre todo de los más pobres (ver las fotos que acompañan este comentario).


