Domingo XXV del tiempo ordinario: Mis planes no son vuestros planes.

[Isaías 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes; Salmo 144,2-3.8-9.17-18: Cerca está el Señor de los que lo invocan; Filipenses 1,20c-24. 27a: Para mí la vida es Cristo; Mateo 20,1-16: ¿Vas a tener tu envidia porque soy bueno?] La religión es y será siempre un asunto del corazón; un negocio santo en el que el Señor colma los corazones, no los bolsillos -ni las tarjetas de crédito-.

Por Fabián Martín, agustino recoleto. Roma, Italia.

1. Beneficios de la religión

El profeta Isaías invita al pueblo de la Alianza a que no eche en saco roto los regalos que el Señor otorga generosamente. Dice “buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca”. El profeta trata, pues, de abrir a sus hermanos de religión a la comprensión de estar delante de un momento singular que no pueden atravesar así sin más. El Señor se deja encontrar porque está muy cerca, sobre todo de aquellos que lo invocan con confianza.

Dicho así, podría parecer algo idílico y romántico; como si el Señor fue un despilfarrador de bendiciones que se pierden en medio de la nada. Sin embargo, el don del Señor busca un efecto muy concreto en su pueblo: “Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón”.

La presencia del Señor y su actuar en la historia y los acontecimientos representa un tiempo propicio para la conversión, el arrepentimiento y el cambio de rumbo en la vida. Ciertamente el Señor es rico en misericordia hasta el despilfarro. Ahora bien, dice el profeta que tanta muestra de compasión debería conmover el corazón del creyente y abrirse al querer de Dios.

Quizá en este punto, en el abrirse al querer de Dios, es en donde la relación con el Señor se vuelve el beneficio más grande para el creyente. Se le invita a dejar de lado una actitud cerril, egocéntrica y defensiva, para abrirse a un horizonte nuevo que lo lleva a salir de sí mismo e ir más allá; hacia lo insospechado que Dios regala como algo mejor. Así es como lo refiere el profeta Isaías de parte del Señor: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes”.

2. El negocio de la religión

La religión puede entenderse también como un negocio. Pero el evangelio de san Mateo, quien fuera un negociante, nos ofrece las claves en las que Jesús, el Señor, nos convoca a invertir la vida en el negocio de la relación con Dios. A través de una parábola sencilla y desconcertante, nos abre el entendimiento al gran negocio de Dios: el amor.

Dice que “el Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña”. La parábola cuenta que salió otra vez a media mañana, hacia el mediodía, a media tarde y, por último, al caer la tarde, e hizo lo mismo: contrató jornaleros para trabajar en su viña.

Hasta aquí todo ocurre de acuerdo con lo previsto, según la lógica de los negocios humanos. Sin embargo, la parábola refiere que, cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Fueron, pues, pasando uno a uno los trabajadores, empezando por los del atardecer, y recibieron un denario cada uno.

Cuando llegaron los primeros pensaron que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se indignaron y se pusieron a protestar contra el dueño de la viña: “Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. El dueño de la viña replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos habíamos ajustado en un denario? Toma lo tuyo y vete”. Es muy probable que a más de alguno le moleste este modo de actuar de aquel viñador…

Detengámonos por un momento en la resistencia que experimentamos a aceptar sin más el modo de actuar del dueño de la vida; aquí es donde se abre paso la buena noticia que custodia el Evangelio. Estamos hablando de Jesús, el Señor, quien es el corazón humano de Dios sembrado en la viña del mundo, que dice que quiere darle a los últimos igual que a los primeros. De hecho, prácticamente todos los evangelios refieren esta preferencia de Jesús por los últimos respecto a los primeros.

¿Por qué hace esto Jesús? Sencillamente porque es libre para hacer lo que quiera en los asuntos del amor; porque es tremendamente libre para amar. En este sentido, el estilo de Jesús trastoca toda lógica de las finanzas del “te doy para que me des en proporción”. Ya que él tiene mucho porque es el Dueño de la viña, quiere dar de lo suyo no porque lo merezcamos, sino porque él es sumamente bueno. Más allá del mérito, Jesús ha eligido ser bueno con todos.

Y sí, fastidia el hecho de constar que me da a mí lo mismo que les da a quienes creo yo que no se lo merecen: su amor. ¿Por qué le exijo, pues, que sea más bueno conmigo si realmente me da todo su amor? ¡Oh envidia que nos lleva a decir a Dios que no ame tanto a quien creemos que no se lo merece!.

3. La verdadera inversión de la religión

San Pablo en su Carta a los Filipenses les dice que “para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir”. Una aparente contradicción la de este hombre, pues ¿qué ganancia hay en el morir? El apóstol mismo nos da razón de su esperanza: “Me encuentro en un dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Para el apóstol “lo verdaderamente importante es que las comunidades lleven una vida digna del Evangelio de Cristo”.

A san Pablo le preocupa, pues, que “Cristo reciba la gloria que le pertenece sea por su vida o por su muerte”. Se trata, por tanto, de dar gloria a Dios con la vida y dar gloria a Dios con la muerte de modo que tanto la vida como la muerte sean la expresión de una entrega y de una respuesta generosa a la vocación recibida. Al final, ante el dilema de la vida y de la muerte, el apóstol de los gentiles se pone a disposición del Señor para que él proceda como mejor le parezca: “Si el vivir esta vida mortal me supone seguir dando frutos de amor, que así sea”; aunque ya desea con todo su corazón estar con Cristo en el cielo. Esto es, sin duda, lo que hace fecunda la vida del discípulo misionero.