Domingo XXIV del tiempo ordinario: ¿Perdono?

«Aunque parece que lo tenemos claro pero nunca está de más insistirlo: Dios es bueno, y su justicia está teñida de misericordia, y su amor perdona hasta en la cruz. Tan bueno que se estremece con el dolor inocente, y llora con cada herida».

Por Roberto Sayalero, agustino recoleto. Zaragoza, España.

¿Perdono? Pedir perdón nos libera, borra los remordimientos y nos hace sentirnos compasivos y misericordiosos con los demás, a la vez que nos hace caer en la cuenta de que somos limitados.

Jesús le ordena hoy a Pedro que no busque excusa alguna: tiene que perdonar hasta setenta veces siete, es decir, tiene que perdonar siempre. No podemos olvidar que el amor al prójimo pasa irremediablemente por el perdón gratuito y desinteresado. Lo demás son historias para no dormir o culebrones de sobremesa.

En el evangelio una vez más un acontecimiento de la vida diaria de entonces sirve como ejemplo para explicar en este caso el perdón. El rey perdona al empleado una suma equivalente a la recaudación anual de una provincia romana y sin embargo el empleado es incapaz de perdonar una deuda insignificante equivalente al jornal de tres meses del asalariado de la más baja categoría. La comparación entre ambas escenas está en la pregunta: “¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Sólo desde la experiencia del perdón del Padre, tiene sentido el perdón ilimitado al hermano. Si no ponemos límites al amor, podíamos preguntarnos ¿por qué somos tan rácanos a la hora de perdonar. Si Dios nos perdona al instante, ¿por qué nosotros exigimos hasta el último céntimo? Si Dios respeta las circunstancias personales siempre ¿por qué a nosotros a veces no nos ablandan?

Nos estamos topando ni más ni menos que con la misericordia divina, que es la expresión más bonita de este Dios que se encarna y que nos ha descrito magistralmente el salmo de hoy: El Señor es compasivo y misericordioso. Aunque parece que lo tenemos claro pero nunca está de más insistirlo: Dios es bueno, y su justicia está teñida de misericordia, y su amor perdona hasta en la cruz. Tan bueno que se estremece con el dolor inocente, y llora con cada herida. Su proyecto para la humanidad es de esperanza, no de condena. Y el pecado, antes que enfadarle, le golpea. Con lo cual. la misericordia no excluye sino que ayuda a cambiar; no excomulga sino que llama a la comunión y ofrece, si es necesario, un camino para alcanzarla. No es muy aconsejable vivir intoxicados por una moral a la que le sobra ley y le faltan misericordia y evangelio.

Cuando perdonamos avanzamos en el seguimiento del Señor; cosemos heridas y tendemos de nuevo los puentes que habíamos roto. En cada eucaristía, en el cuerpo roto y entregado de Jesús y en su sangre derramada encontramos el mayor ejemplo de generosidad y exceso de toda la historia. El abrazo que Jesús nos da en la cruz en forma de perdón universal tiene que borrar en nosotros toda reticencia y excusa a la hora de perdonar. Nos faltan ejemplos de personas que sepan pedir perdón y aprender de los errores. ¿Por qué nos resistimos a dar gratis lo que gratis hemos recibido?