«Si vuelves a la actividad después de las vacaciones cargado de buenos propósitos, añade unos cuantos de los que te propone el mensaje de hoy. Seguir a Jesús nos lleva a romper la rutina y la vagancia de lo cómodo y lo de siempre para gastarnos en beneficio de los demás».
Por Roberto Sayalero, OAR. Zaragoza, España.
¿Volver? Ha terminado el mes de agosto, se acabaron las vacaciones, y habrá que volver al trabajo, al día a día de las prisas y los quebraderos de cabeza, que nos harán anhelar los momentos de paz que hemos vivido durante los días de descanso. En esos momentos pensamos que los problemas vienen de fuera, pero dependen mucho de nuestra actitud, de lo que se cuece en nuestro interior. Quizá busquemos fortaleza para afrontar los problemas, pero lo que tenemos que buscar es tranquilidad, sosiego. paz, eso que solemos llamar normalidad. Tenemos que mirarnos a nosotros mismos con misericordia, con la confianza asentada en la continua presencia de Dios a nuestro lado para evitar autoflagelarnos sin razón.
Algo parecido encontramos hoy en la actitud de Jeremías. Si recordamos la historia de su vocación, Él no quería ser profeta porque se sentía incapaz. Sin embargo, como dice hoy, Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Pero llega un momento en que ya no puede más y quiere tirar la toalla, pero no puede porque la llama de la palabra, de la fe, ardía de tal manera que no puede sofocar la misión de anunciar, pese a todo. Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará, leemos en el evangelio de hoy. Jesús marca un camino hacia la plenitud que nos saca de la mediocridad, de la instalación, de lo sabido de pe a pa y saca todo el brillo posible a nuestra condición de ser humanos. Esa plenitud está en el amor generoso y desbordado. Los discípulos, representados por Pedro, no se enteran de nada.
Eso mismo puede pasarnos a nosotros si vemos el seguimiento de Jesús sembrado de noes. No se trata de renunciar a nada sino de elegir aquello que nos ayuda más a conseguir nuestro objetivo: humanizarnos para asemejarnos a lo que Dios espera de nosotros, nuestra felicidad. Es cierto que no siempre acertamos, porque nos engañan las apariencias o nos dejamos guiar por lo cómodo, pero la vida es así, somos limitados. Lo que sí quiero dejar claro es que el camino del seguimiento no exige sacrificios ni penitencias extremas. Dios no quiere lágrimas de cocodrilo, quiere sonrisas y rostros serenos.
Si vuelves a la actividad después de las vacaciones cargado de buenos propósitos, añade unos cuantos de los que te propone el mensaje de hoy. Seguir a Jesús nos lleva a romper la rutina y la vagancia de lo cómodo y lo de siempre para gastarnos en beneficio de los demás. Cuando descubrimos lo que nos hace más humanos, somos mucho más felices y vamos a hacer todo lo posible por continuar así, aunque lo que estemos haciendo no sea fácil y requiera esfuerzo y dejar a un lado los apegos y las seguridades, que nos parecen tan necesarias. Como decía Teresa de Calcuta: Hay que amar hasta que duela, esa es la medida del amor entregado, que no deja de hacernos crecer.
Al comienzo de esta nueva etapa puede que también nos asalten algunas dudas, pero no podemos rendirnos; también en nosotros, como en Jeremías, tiene que arder esa llama que nos impide tirar la toalla, somos instrumentos de Dios. Hemos de tener los sentidos bien despiertos porque la vida nos da lecciones magistrales a cada momento, sea bueno o malo: las palabras de consuelo de un amigo, la presencia de quien hace tiempo que no ves, la mirada que te acoge, la sonrisa que te atrapa, el poder de un abrazo virtual o la incondicionalidad del amor verdadero. Los cierto, es que en los momentos más complicados podemos encontrar la paz de ese Dios que nos sostiene. Así que, ahora que has vuelto a recuperar la tarea, no esperes más y pon rumbo a la plenitud.


