« Para nuestra vida, si la vivimos con fidelidad, hay un horizonte, una esperanza, una posibilidad radiante. La vida vivida en serio tiene un futuro de plenitud. El esfuerzo por vivir en comunión con Dios y entregados a los demás no queda baldío. De esta forma se escala cada día la montaña de la transfiguración»
Por Roberto Sayalero, agustino recoleto. Zaragoza, España.
¿Qué es “estar lleno de Dios”? Antes de caer en la tentación del ensayo teológico, déjame que te lo explique con una imagen: la blancura inigualable, el resplandor que nos deja ciegos solamente puede obtenerla quien está lleno de Dios, inundado por Él y de Él. Este es un perfil, a priori, inalcanzable para nosotros en el día a día de nuestra finitud. Ya nos llegará el momento pero hemos de ir poco a poco llenando de luz nuestro maltrecho e imperfecto vaso de barro.
En el evangelio nos encontramos con un episodio semejante al de estas metáforas. Jesús, vaso de barro amasado por Dios y bañado en ternura, como cada uno de nosotros, aparece lleno, rebosante de luz, en medio de Moisés, el representante de la ley antigua, y de Elías, el profeta. Y todo sucede en el Tabor, el monte de la fidelidad, el lugar del encuentro con Dios. Esta preciosa catequesis no es sino una inyección de moral, un adelanto de lo que sucederá después de esta vida. Es, en el fondo, una llamada a la fidelidad.
La palabra fidelidad puede que a veces nos dé un tanto de miedo, como si nos pesase demasiado la responsabilidad y nos sintiésemos abrumados e incapaces por el hecho de ser limitados e imperfectos… Pero, ¿quién dijo que tenemos que ser invulnerables? No tenemos que ser ni superhéroes, ni invencibles, ni increíbles, ni magníficos… Para seguir a Dios, para vivir el Evangelio en nuestro día a día, basta con poner nuestra debilidad a tiro para que Él haga de ella fortaleza. Basta con dejar que nuestro barro frágil se llene de su Palabra, que su luz ilumine nuestra fragilidad, para que así brille en nuestro mundo la esperanza… El que es fiel y se va construyendo según el designio de Dios, va tallando y transfigurando su vida, rehaciendo su realidad personal, llenando su vaso de luz, adquiriendo transparencia, mermando su opacidad, a pesar de ser barro; transformando el rostro deforme por los golpes de la vida, en una presencia hermosa y cambiando el vestido de harapos del día a día, por un vestido nuevo, blanco, brillante, de fiesta, de plenitud. Así nos lo describe el Evangelio: «Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz».
No podemos olvidar la reacción de Pedro: Maestro ¡Qué hermoso es estar aquí! pues es una reacción lógica y nada extraña a nosotros. Levantaos no temáis, dice Jesús, estamos llamados a manifestar a Dios más allá de nuestras limitaciones, fatigas, decepciones. Jesús tenía que descender del Tabor camino de Jerusalén y encontrarse con la realidad, con el sufrimiento, con la vida. Nosotros nos encontramos muy bien en nuestra tierra pero tenemos que salir, como Abraham, y fiarnos de Dios. La fidelidad es más complicada que cumplir unas normas. La fidelidad es un modo de vida en seguimiento y compromiso constante. La contemplación debe ir emparejada con la misión sino no sirve de nada.
Los tiempos de verano, de descanso, son propicios para buscar experiencias de transformación interior, para hacernos más transparentes, traslúcidos…; pero solemos encontrarnos con un gran enemigo: nuestro yo y nos construimos una espiritualidad a la carta. Sin embargo, todos, supongo, tenemos experiencias de cómo la vida ha ido transformándonos sin que nosotros hayamos elegido esas experiencias. No debemos buscar remedios mágicos para buscar una vida más sosegada y habitada por Dios, sino salir de nuestra tierra y dejarnos abrazar por sus manos. Para nuestra vida, si la vivimos con fidelidad, hay un horizonte, una esperanza, una posibilidad radiante. La vida vivida en serio tiene un futuro de plenitud. El esfuerzo por vivir en comunión con Dios y entregados a los demás no queda baldío. De esta forma se escala cada día la montaña de la transfiguración.
Tras es el verano, asoma la rutina del día a día. Y en medio de las dificultades una voz nos marca el camino a seguir: Escuchadle. La vida es un camino de felicidad y hacia la felicidad. No tenemos que pasarlas canutas para llegar al Tabor aunque la fidelidad a Dios implica, también, profecía y eso acarrea problemas. Pese a todo, deja que tu vaso se llene día a día de Luz, y así estarás lleno de Dios.





