Domingo XXI del tiempo ordinario: ¿Quién es para ti?

«Confesar la fe solamente puede hacerse desde la propia experiencia, desde lo que nosotros vivimos y sentimos, desde el Dios que cada uno llevamos alojado en los costados. Si cambiamos experiencia por doctrina, tenemos la misma efectividad que quien tiene dolor de cabeza y se corta la uñas buscando alivio».

Por Roberto Sayalero, OAR. Zaragoza, España.

¿Quién es para ti? A la hora de responder a esta pregunta tenemos que caminar con cuidado para no caer en la fácil solución de soltar un doctrinazo. Pensemos que tenemos muchísima sed y en lugar de que alguien no dé agua, comience a explicarnos su composición química o las excelentes cualidades que posee; o si nos morimos de calor nos hablen de las bondades del abanico, pero no nos presten uno.

¿Cómo responder a esta pregunta que lanza Jesús hoy? No podemos olvidar que en este evangelio estamos en los primeros momentos del cristianismo donde se trata de presentar una figura de Jesús, que responda a su verdadero perfil para evitar al máximo las falsas doctrinas. Atrás quedan los aires de Mesías político y, por fin, después de la resurrección, se han dado cuenta de quién era aquel hombre que atrapó de verdad sus corazones de tal forma que se atrevieran a seguirle en medio de no pocas dificultades. Tú eres el Mesías el Hijo de Dios vivo, responde Pedro. Es aquel que actúa de igual manera que Dios. Y añade el adjetivo “vivo” por lo que es vivificador, dador de la vida hasta llegar a la vida con mayúscula, el encuentro con Dios. Es muy importante tener en cuenta lo que viene a continuación en el evangelio. Pedro responde desde su experiencia de Dios.

Aquí está la clave que encierra la pregunta que vertebra todo el evangelio de hoy. Confesar la fe solamente puede hacerse desde la propia experiencia, desde lo que nosotros vivimos y sentimos, desde el Dios que cada uno llevamos alojado en los costados. Si cambiamos experiencia por doctrina, tenemos la misma efectividad que quien tiene dolor de cabeza y se corta la uñas buscando alivio.

Durante siglos, hemos devorado catecismos, aguantado sermones insufribles, fervorines y moralinas en los que se disparan a discreción dosis de doctrina. Es más, se ha llegado a pensar que la doctrina bien aprendida es un buen salvavidas para resistir la tentación del secularismo y la indiferencia eclesial. Lo es, sí, pero no es suficiente. Yo seré más o menos creyente conforme vaya siendo capaz de ver la presencia de Dios en la vida de cada día. Cuando me va muy bien y cuando parece que estoy peleado con el mundo. La doctrina sirve para afianzarme, para guiarme pero nada más. Si solamente la fe consistiese en conceptos sería demasiado fácil ser seguidor de Jesús.

Por desgracia, hemos vendido demasiadas entradas para la barrera de las respuestas y hemos dejado tristemente desierta la arena de las preguntas y quizá ya no tenemos la cintura para muchos envites. No podemos usar los dogmas para hacer un retrato robot más o menos estilizado de Jesús. Hay que volver a la práctica de las preguntas, aunque nunca lleguemos a descubrir del todo quién es. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Nuestra vida es la que tiene que decir lo que Jesús es para cada uno de nosotros. No se trata de responder con formulaciones teológicas cada vez más precisas, se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y vosotros, y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí?

No estaría de más que a lo largo de esta semana nos preguntásemos honradamente quién es Jesús para nosotros. No podemos dejar que nuestra experiencia de Dios perezca intoxicada como una doctrina rancia y enlatada, aislada de la luz solar del día a día; o traumatizada porque nos puede convivir con las dudas. Ojalá que, a la vez que nosotros vamos respondiéndonos, suscitemos preguntas en quienes nos rodean. La apertura que los jóvenes demandan a la Iglesia no está encorsetada y atornillada con respuestas sino que necesita de preguntas que les inviten a dar ellos su propia respuesta. Las moralinas, los sermones y los doctrinazos adormecen. Las preguntas despiertan. ¿Quién soy yo para ti?, dice Jesús.