«Dios aparece en lo inesperado y nunca llegaremos a conocerlo del todo. Nuestra experiencia de fe, en nuestro día a día y nuestra oración van a ser las que nos permitan no tener miedo, y ver su presencia aún cuando las olas nos zarandeen»
Por Roberto Sayalero, agustino recoleto. Zaragoza, España.
¿Un fantasma? Hay quien por excesivo temor prefiere saber todo lo que va a suceder y así evita llevarse sorpresas o sustos. En el seguimiento de Jesús muchas de las cosas que nos suceden tampoco pueden preverse ni pueden estudiarse en ninguna clase, aunque sea de alta teología.
La primera lectura de hoy es un claro ejemplo. Elías tiene que reconocer a Dios en el susurro de la brisa y no en el viento huracanado, el terremoto o el fuego abrasador como era de esperar. Pedro y sus discípulos reconocen a Jesús en medio del agua pero antes lo confunden ni más ni menos que con un fantasma. Según el Antiguo Testamento, sólo Dios podía andar sobre las aguas, con lo cual no había, en principio, motivo para desconfiar, pero para entender esto tenemos que volver la vista al comienzo del evangelio de hoy. Así, solos y en medio de las aguas, lejos de la orilla, aún con las ideas y los sueños de ser amigos de quien ha sido capaz de saciar a un multitud, sin darse cuenta de que aquello había sido el triunfo de la comunidad y del compartir, se aterrorizan, ven un fantasma, están cegados por la niebla del éxito.
Una primera conclusión, que no siempre se tiene clara, es que cuanto más nos dejamos embobar por los éxitos, las ventajas y los puestos preeminentes, más nos alejamos de Jesús, más altas son las olas de nuestros problemas y más difícil es que podamos mantenernos a flote, pues el peso de lo que nos creemos ser hace que nos hundamos, en el mar embravecido de nuestras ilusiones de poder.
Dios aparece en lo inesperado y nunca llegaremos a conocerlo del todo. Nuestra experiencia de fe, en nuestro día a día y nuestra oración van a ser las que nos permitan no tener miedo, y ver su presencia aún cuando las olas nos zarandeen.
Si reducimos a Dios a lo “ya sabido”, a lo aprendido “de carrerilla”, a la formulita tan teológicamente perfecta como apartada de lo que estamos viviendo, jamás podremos reconocerlo, siempre nos faltara un punto, una coma, una palabra cambiada… y entonces no veremos al Dios aprendido sino a un fantasma y comenzaremos a decir que “nos lo han cambiado todo”, que “nos están quitando la fe…”
Tenemos que aprender a ver la presencia de Dios en medio de nuestras vidas, con sus luces y oscuridades, sus miedos y sus ilusiones. Saber que en la lección de la vida Dios siempre va a ser la pregunta más difícil de contestar. Dios nunca puede estar del todo aprendido pero para evitar que nos pillen y nos hundamos, siempre hemos de tener el ancla en la seguridad de que Dios jamás se baja de nuestra barca si nosotros queremos mantenerlo a bordo. De Dios siempre somos aprendices pero, atentos a la vida, nunca podremos decir: “esto nadie me lo explicó”.





