Alfonso Gallegos, camino a los altares.

El 8 de julio de 2016 el agustino recoleto Alfonso Gallegos, obispo auxiliar de Sacramento, California, fue declarado “venerable” por el papa Francisco. Hoy, en este aniversario, nos complace presentar a Gallegos como un pastor valiente que buscaba siempre la concordia entre los jóvenes pertenecientes a pandillas distintas. De esto nos dan cuenta diversos testigos.

El obispo Alfonso Gallegos buscaba traer almas a Dios y fue instrumento de paz y unidad. Fue un pastor valiente que salía a las calles, para encontrarse con los jóvenes pandilleros en Los Ángeles y Sacramento. Su prioridad era estar cerca de su pueblo, especialmente los jóvenes.

Leticia A. describe lo que hacía el padre Gallegos siendo párroco de San Miguel en Watts, California: “Le gustaba pasar tiempo con los jóvenes, que era su principal preocupación. Salía a las calles por la noche y se reunía con los pandilleros. La comunidad de Watts cambió drásticamente gracias a él. Él trajo a los jóvenes de regreso a la iglesia. Caminaba por las calles y hablaba con todos. Su trabajo era llegar a la gente. Nadie se atrevía a caminar por Watts como él lo hacía por la noche. No tenía miedo de nada, porque era un hombre de gran fe que sabía que Dios lo protegería de todo mal para que pudiera llegar a quienes lo necesitaban.”

Tomasa G., de la parroquia de Cristo Rey, Los Ángeles, donde también fue párroco Gallegos, comenta cómo iba en busca de los jóvenes. “Yo lo veía hablando con los jóvenes para traerlos a la iglesia. Él salía a buscar a los jóvenes para sacarlos de las pandillas y alejarlos del pecado. Si ellos no venían a la iglesia, él iba a la esquina para hablar con ellos. A él no le importaban los peligros para salir a la calle a buscar a los jóvenes. Estaba expuesto a todos los peligros.”

Elba B. que conoció al obispo Gallegos en Sacramento, California, dice algo parecido: “Su dedicación a la juventud fue impresionante. La juventud era su principal preocupación. Me hablaba de su interés de llevar a Cristo a los jóvenes. Una vez le pregunté qué hacía con los jóvenes, y me dijo: ‘Solo hablo con ellos, los escucho, pero al final siempre les digo: ‘Nos vemos en la iglesia el domingo.’”

Era tanto el respeto que le tenían los jóvenes a Gallegos, que en varias ocasiones el Jefe de Policía de Sacramento, California, tuvo que llamar al obispo Gallegos de madrugada para que ayudara a la policía a parar las peleas entre pandilleros. Al llegar el obispo Gallegos, cuando había esas peleas, al verlo los pandilleros, inmediatamente dejaban de pelear y se iban todos para sus casas.

Gabriel R., residente de Sacramento, California, fue testigo de la siguiente historia: Una tarde en los años 80’ en Sacramento, dos pandillas estaban discutiendo y peleando en South Side Park, frente al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y la casa donde vivía Mons. Gallegos. Al oír las discusiones y la revuelta, salió el obispo Gallegos de su casa para ver qué estaba pasando. Al ver a los jóvenes pandilleros peleando, comenzó a gritarles y a golpear en el suelo con un bastón que llevaba en la mano para llamarles la atención. Los jóvenes se sorprendieron al ver a Gallegos mientras ellos se peleaban.

Les gritaba el obispo Gallegos, molesto: “¿Qué están haciendo? ¿Cómo se pueden estar matando unos a otros? ¿No saben que ante Dios todos somos hermanos? ¿Cómo pueden estarse haciendo tanto daño entre la misma raza? ¡Esto no puede seguir así!”

Cuando se tranquilizó la situación, Gallegos les dijo: “Mañana los quiero ver a todos en misa, en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. A los jóvenes, que respetaban tanto al obispo, no les quedó otra opción que obedecer al obispo e ir a misa al día siguiente.

Llegó la hora de la misa, la iglesia estaba llena. El obispo Gallegos explicó al pueblo presente el porqué de tantos jóvenes en misa y les contó lo sucedido el día anterior entre las dos pandillas. En la homilía predicó sobre el amor y el perdón.

Al final de su homilía pidió a los líderes de las dos pandillas que pasaran al frente y se colocaran delante de él y les dijo: “Esto termina aquí. Se van a pedir perdón y darse un abrazo.” Así fue. Hicieron las paces esas dos pandillas y reinó la paz.

Gallegos fue un hombre valiente que no le tuvo miedo a nadie, ni a nada. Predicaba con palabras y con su vida “ámense unos a otros”, y así pudo ser un instrumento de amor y paz. Muchos jóvenes dejaron sus vicios, las pandillas y regresaron a la iglesia gracias a la cercanía y amistad del venerable Alfonso Gallegos.