La idea de hacer el Camino de Santiago este curso surgió en una de las clases de religión de 1º de Bachillerato. Los temas son propicios para debatir y, en una de las disertaciones, surge la idea de poder ampliar el espacio de la clase “haciendo algo más interesante y divertido que tuviera relación con el campo religioso”. Entre las varias propuestas hay una que atrae a los jóvenes y que cobra ventaja sobre las demás: “hacer alguna etapa del Camino de Santiago”.
Entre sugerencias y preparativos son varias las fechas propuestas y las posibilidades de los jóvenes, que tienen completa la agenda y se van retirando candidatos. Al final decidimos abrirlo al grupo que se había confirmado y con ellos nos metimos de lleno en los preparativos del Camino, siendo peregrinos en un año especial en el que se comprometieron con un sí en la Confirmación al mensaje de Jesús, “el Señor de San Santiago” y meta de nuestra peregrinación.
Como no teníamos muchos días hábiles y Juan Luis González, Francisco Oyanguren y Beatriz debían estar de vuelta para el Consejo Escolar del día 29 de junio y el claustro final de curso del día 30, tuvimos que acortar la ruta y hacerla desde Portomarín a Santiago. Apenas nos daba para los 100 km., que, distribuidos en cuatro días, no estaba mal para el inicio de un gran proyecto que deseamos ampliar en años venideros.
El primer tramo fue duro. Eran 25 km desde Portomarín a Palas de Rei. Salimos a las seis de la mañana de Valladolid para iniciar el camino a las 11 desde el punto de partida. El primer tramo genial, pero después de la parada para comer y reposar se nos hizo duro por el calor agobiante de la tarde y la falta de rodaje de los días previos. Algunos llegaron con ampollas y agotados, pero contentos y satisfechos por completar la jornada.
El segundo día era el más largo: 29,3 Km. Desde Palas de Rei hasta Arzúa. Para evitar el agobiante calor, madrugamos a las seis y salimos lo antes posible. Nos pasó igual que el día anterior: hicimos una marcha estupenda de 14 km. hasta Melide, pero la parada, que estuvo sazonada con un exquisito pulpo, pasó factura y ralentizó la marcha, que a alguno se le hizo eterna, y llegaron a Arzúa diezmados y maltrechos, como debieron llegar los de Jenofonte en la Anábasis. Aquí no hubo Ciro que valga, sino masajes, y a quitar ampollas, buena ducha, devoción en la misa del peregrino, una cena exquisita y como nuevos. Son jóvenes y recuperan pronto.
El tercer día el plan era más liviano. Salimos de Arzúa hasta Pedrouzo o Arca, que de las dos formas se llama. 20 km. que se hicieron fáciles, madrugando y saliendo pronto y entre parajes bellísimos y peregrinos acogedores. Y es que esa es la mística del Camino, encontrarse uno mismo y encontrarse con los demás, acercarse a Jesús a través del esfuerzo, el sacrificio y la relación personal con el otro que te encuentras por la misma ruta y con el que compartes el mismo ideal: llegar a Santiago siendo peregrino. Por eso, lo “del Buen Camino” es algo más que un simple saludo que intercambias con los miles de compañeros de ruta. Es el deseo de encontrar fuerzas para superar la vida, es saber que no estás solo en tu camino y es comprobar que otros muchos caminan a tu lado, tendiendo la mano, el báculo o incluso el hombro para acompañar al más débil y al más necesitado.
Y los jóvenes nos dieron una gran lección. Hubo cuatro con las rodillas, músculos o pies destrozados, pero no quisieron la ayuda del coche auxiliar “porque venían de peregrinos y había que llegar andando a la meta”. El comportamiento de todos fue extraordinario: no hubo quejas, se conformaban para comer con lo que hubiera, agradecían los detalles que poníamos los profesores, se preocupaban de ellos y con los demás, nunca dieron la nota y estuvieron educados y comedidos en todo momento. No sé si es la magia del Camino, el espíritu de la Confirmación o que ellos son grandes personas y excelentes peregrinos. Imagino que un poco de todo, pero tanto Beatriz como Francisco y Juan Luis agradecieron enormemente su buen hacer, su buen estar y las felicitaciones que les llovieron de algunos que se fijaban y lo trasmitían.
La última etapa fue Pedrouzo a Santiago. Madrugón para poder llegar a la misa del peregrino y decepción por no ver el famoso “botafumeiro” en acción. Tuvimos que volver a la misa de la tarde para poder verlo y sentirnos de nuevo anonadados por la grandeza de un Camino que nos ha cautivado y que nos proyecta a volver, esta vez como monitores de los nuevos grupos a los que, en sucesivos años, vamos a proponer el reto del Camino.
Gracias a Santiago, el Apóstol, que nos ayuda a transformar nuestras vidas. Gracias a todos los que nos han ayudado e incluso gracias a aquellos que no quisieron compartir con nosotros lo que tanto necesitábamos y que luego hemos comprobado que no es tan esencial en la grandeza y magia de un Camino que nos abre la puerta de la sabiduría y el entendimiento de la vida.