Alfonso Dávila, agustino recoleto.

El agustino recoleto Alfonso Dávila ha sido entrevistado en el periódico digital El Debate, editado por la Asociación Católica de Propagandistas, que es también la entidad titular de la Universidad San Pablo CEU de Madrid en la que estudia Comunicación Audiovisual. Este es su testimonio.

Fray Alfonso J. Dávila Lomelí es un fraile de 28 años. Actualmente vive y es vicario en la Parroquia de Santa Rita y capellán de la Residencia Universitaria Augustinus-Nebrija, que es parte de su comunidad religiosa y que tienen arrendada a la Universidad Nebrija en Madrid.

Al ser fraile, Alfonso vive en comunidad. Comienzan el día rezando juntos a las siete y cuarto de la mañana, luego asiste a sus clases en la Universidad. Después vuelve a su comunidad, donde, tras el rezo intermedio, comparten comida entre risas y alegres anécdotas sobre su día: «intentamos vivir la vida con mucha alegría».

Al caer la tarde ejecuta las labores regulares, asuntos de la Parroquia o de la Residencia como atender el despacho parroquial, dar catequesis, dirección espiritual, o tomar algún café con algún parroquiano y escuchar sus preocupaciones. Alfonso también procura pasar por la Residencia, en la que ejerce de capellán, para intentar conectar con estos universitarios y procura estar a las once de la noche en la cama.

Nació en el seno de una familia católica en Ciudad de México. Estudió teología en la Universidad Pontificia de Comillas, la DECA en La Salle y ahora Comunicación Audiovisual en USP CEU, donde durante estos dos últimos años ha trabajado formando parte del equipo de Pastoral y Voluntariado.

¿Por qué decidiste prepararte para el sacerdocio siendo ya un consagrado?

Llegó un momento dentro de mi vida consagrada en el que no tenía muy claro si quería dar el paso o no, pero un hermano me invitó a que lo diera todo. Todo lo que yo puedo ofrecer es el sacerdocio y no fue una decisión fácil. Al final es una responsabilidad muy grande pues el sacerdocio en mi persona no es algo mío, sino es algo que Él me ha dado.

¿Cómo recuerdas el día de tu ordenación?

El día de mi ordenación fue de los días más hermosos de mi vida. Recuerdo que tenía mucho miedo. Ya había hecho la profesión solemne como agustino recoleto, me habían ordenado diácono, pero esto era diferente porque al final el diaconado fue un servicio a la Iglesia y fue un regalo para la Iglesia.

Yo no creo en las obligaciones, yo creo en el amor y dentro de ese amor el sacerdocio era el tope. Ya no era mi logro, esto era el regalo del Señor para mí, pero me sobrepasaba mucho pensar que me tenía que sentir privilegiado porque el Señor me había escogido y me había pedido algo para hacer en favor de Su iglesia.

La semana previa me sentí muy acompañado de gente que me quería. Dos días antes de ordenarme, los chicos de la universidad me dijeron que querían hacer una Hora Santa y fueron a mi parroquia.

Me ayudó a recapitular cómo el niño que entró a los 17 años a una casa de formación, a un convento, ha ido creciendo y con 27 años se ordenaba sacerdote con una convicción: el amor de Dios; un amor que te pide siempre más pero que nunca te pide algo que Él sepa que no puedes hacer.

Ese día sentí que se me activó algo dentro, ese corazón de padre, ese primer latido de un corazón que ya no se buscaba a sí mismo. San Agustín le decía a los fieles de Hipona que para ellos era su obispo, pero con ellos era un hermano. Eso es lo que quiero para mi sacerdocio, ser para mis feligreses un padre y con ellos un hermano, un cristiano, una persona que quiere vivir con ellos la fe.

«Ayúdame a devolverte el amor»: esta frase de la hermana Clare Crocket, me cambió la vida. Desde ese momento la tomé como late motiv para mi vida.

¿Por qué tienes fe?

Dios me regaló el poder tener fe. Yo creo que Dios me ha dado muchos regalos y oportunidades en la vida, y creo que esta fe es el amor de Dios en mi vida. Y ese amor de Dios implica una responsabilidad.

Dios, además de darme amor, me pide compartir ese amor. Y por eso creo. Porque creo en Él y en este amor que en verdad siento, que me hace capaz de todo, que me ha detenido en momentos de caída.

Creo, en verdad, en el amor de un Dios que se hace pan, en el amor de un Dios que se hace alimento porque quiere que nos alimentemos de lo mejor y de lo fundamental de la vida. Y por eso creo. Por eso tengo fe.

¿Cuál ha sido tu experiencia comparada con tus expectativas en este primer año de ministerio?

Yo creía que iba a ser más fácil. O sea, yo tenía dentro de mi cabeza que esto iba a ser coser y cantar. Y recuerdo mucho que mi prior, fray Alberto, antes de ordenarme, cuando le decía que tenía intención de ir todo un día con amigos a Valencia, por ejemplo, me decía:

— “Tú vete tranquilo, porque cuando te pongamos las manos encima te vas a enterar”.

Y siempre que me lo decía, yo pensaba:

— “¡Ay! ¡Que simpático!”

Pero ahora sé que tenía razón: si yo me tengo que ir de casa tres días, son tres días en los que una misa la va a tener que cubrir otro, la misa que a mí me corresponde, eso me hace pensármelo dos veces. Pero nada hay que no se pueda hacer con Dios.

¿Te arrepientes de algo?

No me arrepiento para nada de mi sacerdocio, pero sí de ciertas cosas y actitudes. Tengo un pronto muy rápido en el que tengo que trabajar constantemente y tengo muy poca paciencia. Esto puede herir a otros y es algo que yo a diario le pido al Señor:

— “Señor, ayúdame a contenerme”.

A decir verdad, bromeo mucho con el Señor. En estos casos le digo:

— “Señor, dame paciencia, porque si me das fuerza…”

Tengo el regalo de que Santa Rita está muy cerca de la Residencia o de la Universidad. Esto siempre me da la posibilidad de poder volver a casa, a la Parroquia, en caso de que ocurra algo.

¿Qué agradeces de este primer año?

He comprendido una frase de san Pablo: “tenemos que ir con las manos agradecidas y dar gracias tras gracias”. Y en verdad es que creo que la vida es una gracia tras gracia. Vivimos en una sociedad muy carente, en una sociedad a la que le duelen muchas cosas, en una sociedad que necesita un abrazo.

Muchas veces vamos por ahí queriendo que los jóvenes sean buenos y santos, pero los jóvenes, hoy día, no necesitan mucho: necesitan un abrazo, un abrazo de oso pero también un abrazo de Dios.

¿Qué esperas de tu ministerio?

Espero ser en verdad un padre, tener corazón de padre. Para con la gente que lo necesite, poder acoger, acompañar. Por el Reino, porque el proyecto de Dios merece la pena, y no sólo merece la pena, merece la vida. Quiero amar al mundo.

¿Qué esperas provocar en la gente?

Quiero intentar que la gente se acerque a Cristo, que es lo más importante que tenemos en esta vida, no quiero que me conozcan a mí, quiero que le conozcan a él.

Muchas veces rezo antes de predicar y me llevo regalos maravillosos, porque hay días en los que predico cosas que ni siquiera había pensado antes y me doy cuenta que es el Señor quien quiere hablar.

Por mí mismo no valgo nada porque soy una persona carente, tengo un carácter de los mil demonios y soy muy incongruente en muchas cosas. Yo no quiero tener una placa dorada de YouTube, quiero ganarme la vida eterna.

Pero no quiero estar en el cielo solo, quiero estar en el cielo con la gente que el Señor me ha pedido pastorear.