Martín Legarra (1910-1985), agustino recoleto.

El agustino recoleto Martín Legarra Tellechea (1910-1985) fue testigo directo de varios grandes acontecimientos del siglo XX. Desarrolló su servicio ministerial con optimismo, simpatía y dotes para la comunicación. Su vida como misionero, educador y obispo podría haber servido para guion de una película.

En Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) el protagonista parecía estar condenado a la exclusión y la intrascendencia, oriundo del profundo sur y discapacitado. Sin embargo, a través de su presencia casual en varios de los grandes acontecimientos de la época se consigue retratar la historia de Estados Unidos entre 1945 y 1982.

Fray Martín Legarra (Murguindueta, Navarra, España, 25/01/1910 — Ciudad de Panamá, 15/06/1985) también nació muy lejos de cualquier centro de poder, en una aldea de la montaña navarra, en una familia numerosa y sencilla que solo contaba con la tierra y las manos para asegurarse la supervivencia.

Sin embargo, este religioso agustino recoleto acabó siendo testigo y reportero casual del tenso y denso ambiente en la pre-guerra civil en España, de la crueldad de la guerra (Chino-japonesa y II Mundial), del Concilio Vaticano II, de los últimos reductos indígenas americanos, de las dictaduras militares latinoamericanas, o del movimiento impulsor del CELAM con sus destellos refrescantes para toda la Iglesia.

Sirvió al Pueblo de Dios en casi todo lo que un agustino recoleto puede llegar a hacer: parroquias, colegios, misiones, gobierno, formación, pluma y micrófono… Fue pionero del ecumenismo y mediador en graves conflictos sociales.

Se ganó los apodos de “Meagarra” o “Laguerra” por parte de aquellos a quienes exigía buen hacer en el servicio público, ya para que no olvidasen a los excluidos, ya para que dejasen de usar la violencia y la intimidación como medios políticos.

La vida de fray Martín daría pie al guion de una serie sobre los profundos cambios sociales y eclesiales del siglo XX. Fue testigo de grandes acontecimientos, pero no de un modo pasivo. Actuó y luchó sin pausa por la dignidad de los que consideraba suyos, fuesen sus hermanos religiosos, sus feligreses, sus alumnos o los pueblos de los dos territorios que la Iglesia le encomendó como obispo.

Algunas de sus virtudes son muy recomendables para cualquier persona de cualquier tiempo: optimismo realista, jovialidad sincera, amor a la gente, en quienes veía hijos de Dios con la más alta dignidad y capaces de la bondad; y, lo más determinante, siempre abierto a descubrir lo que hay más allá de lo inmediato. Fray Martín nunca dejó que los árboles ocultasen el bosque.

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