El voluntariado internacional es una práctica que ha ganado popularidad en las últimas décadas y ha sido promovido como una forma de contribuir al desarrollo y de mejorar las condiciones de vida de las personas o de comunidades en diferentes partes del mundo.
Por Fernando Martín, agustino recoleto. Valladolid, España.
Son múltiples y diversas las motivaciones que llevan a los voluntarios a realizar esta labor social que nunca ha estado libres de críticas y debates, como es un turismo barato; es un baño de pobreza y humildad que no cambia nada; no produce empoderamiento local por su brevedad; buscan sanar su corazón herido carente de cariño; es el entretenimiento veraniego de aquellos que se sienten salvadores del mundo; es el sueño de juventud de aquellos que tienen un buen corazón; es un paréntesis sin continuidad que muestra nuestra incoherencia. Once meses de egoísmo y uno de asistencialismo.
Es verdad que el verano es el tiempo de voluntariado por antonomasia y que toda reflexión tiene su parte de razón, por eso es bueno que nos preguntemos: ¿se podría vivir con el modo voluntariado activado todo el año? ¿Es posible que con las nuevas actualizaciones sociales se ha perdido este modo de nuestro sistema operativo o nos tenemos que conformar con saber que, como mucho, podemos aspirar a la versión gratuita veraniega?
No cabe duda de que, si se hace con sentido y autenticidad, el voluntariado es un modo con un “todo incluido”. El cristiano encuentra y puede vivir una vida con sentido desde el servicio. Es una actividad que no solo humaniza el mundo sino también al que lo realiza. Humaniza y nos humaniza. Es un camino alineado con los valores y enseñanzas evangélicas del amor al prójimo, una forma de compartir la fe y una oportunidad de ser testigo del amor gratuito e incondicional de Dios.
Por ejemplo, pensemos en la humildad existencial, en esa actitud que nos recuerda que somos parte de un todo y que nos necesitamos unos a otros. Somos parte de la creación, somos parte de la humanidad, somos parte del proyecto de Dios. Como parte, no solo vivimos agradecidos por sentirnos unos privilegiados por todo lo recibido -la gratuidad despierta la gratitud-, sino que intentamos cuidar el todo. El voluntario ejerce el autocuidado, no en forma de bienestar personal, sino en modo universal. Si no nos cuidamos entre nosotros, ¿quién nos va a cuidar?
Y ¿esta vivencia es temporal o se instala en el corazón de forma constitutiva como una experiencia significativa que siempre permanece latente? Las ONGs buscan y añoran la continuidad del voluntario en los proyectos sociales del país de origen, pero hay que tener amplitud de miras. Es posible que, por tiempo, obligaciones, recursos, posibilidades, etc., no se produzca la inserción plena en la organización, pero eso no significa que la experiencia internacional no haya generado una nueva configuración interna y sea, de forma silenciosa y anónima, un embajador de los valores institucionales y cristianos.
Algunos dicen que nunca llegarán a ser como los abuelos que tienen absoluta disponibilidad para ayudar a sus hijos, o sí; ¿quién sabe? Depende de la persona. Defienden que siempre hay tiempo para sacar un par de horas semanales para ayudar a los demás y remarcan que es triste ver personas que no renuncien por unas horas a la merecida jubilación o que no se sepa compaginar el estudio, el ocio y la solidaridad, y más después de haber realizado una acción humanitaria internacional.
Otros, en cambio, piensan que el voluntariado bien vivido cambia la vida, la mirada, la perspectiva de posicionarse y relacionarse con los demás sin necesidad de un proyecto. Es una experiencia, consciente o inconsciente, que supone un nuevo modo de vivir. Y si no., que se lo pregunten a ese educador, a ese sanitario, o a cualquier trabajador o estudiante que tiene criterio propio, hace opciones profesionales diferentes, vive con sensibilidad y empatía social, lucha contra las injusticias y todos le sienten diferente en su trato.
¿Será que el voluntariado no es compatible con nuestro modo de vida diario o es que no somos conscientes de que todo nos configura y transforma? ¿Será que el virus del individualismo y el egoísmo es tan potente que bloquea el amor del corazón solidario?