La cultura de un pueblo siempre encierra sorpresas para un visitante, de ahí que haya una extensa bibliografía sobre relatos de viajes contados como experiencias personales y que ejercen un atractivo especial para el lector. El agustino recoleto Enrique Eguiarte visitó Kenia del 25 de enero al 10 de febrero y nos ofrece las vivencias de este viaje y de su estancia en el país africano.
Retorno a Roma
Las religiosas de Wote me dieron como obsequio para el prior general Miguel Ángel Hernández un hermoso nacimiento hecho en madera. En verdad el belén es muy hermoso y está muy bien hecho. Las monjas me dijeron que los hacía un artesano que procedía de Ruanda, pero que vivía como refugiado en Nairobi. Un verdadero artista que por desgracia vivía la dura realidad de muchos de los países que rodean a Kenia, la realidad de la guerra y la violencia. Kenia se cuida mucho de ello, por esta razón hay un gran despliegue militar y de vigilancia en los puntos importantes del país, como el mismo aeropuerto de Nairobi, del que hablaré a continuación.
Y sin darme cuenta, los días se pasaron en Wote y llegó el momento de regresar a Nairobi para tomar el avión de vuelta a Roma. De hecho, las monjas iban a aprovechar el viaje hacia Nairobi para ir a visitar a una monja agustina recoleta de Kenia que reside en el monasterio de Cabra(España), ya que ella había traído de España algunas cosas para las monjas de Wote. El lugar al que teníamos que ir antes de viajar hacia Nairobi, se llamaba Kangundo.
Antes de salir de Wote, sor María José le pidió a los cuatro empleados que trabajan en el monasterio, que me ayudaran a llevar mis maletas y cargarlas en el coche. Yo saqué mis maletas y se las di a los cuatro empleados. Ellos las tomaron y entonces sucedió algo inesperado.
Sí, de nuevo el “Rey León”.
Uno de los trabajadores entonó una canción y los otros tres lo siguieron cantando dicha canción. Y mientras cantaban, bailaban moviendo rítmicamente mis maletas. De nuevo una canción a voces. Si eran cuatro empleados, fue un canto a cuatro voces, armónicas y melodiosas. Me arrepiento de no haber grabado el espectáculo que me dieron los sencillos trabajadores del monasterio. Por unos momentos me sentí en Broadway o en el West End de Londres, disfrutando de una obra musical que se había montado solo para mí. Después de este espectáculo inolvidable, los trabajadores pusieron mis maletas en la camioneta de las monjas y comenzamos nuestro viaje hacia la Kenia más profunda.
Machakos, Kangundo, Nairobi
A la gran carretera que nos llevó a Machakos, capital de esta provincia, le siguieron carreteras más estrechas. Y según nos alejábamos de las ciudades y se estrechaban las carreteras, podía darme cuenta de la procesión interminable de gente que caminaba a la vera de la carretera con recipientes de todo tipo para buscar agua. Algunos llevaban burros con recipientes para el agua colgados al cuello. Otros llevaban sus recipientes en carros tirados por bueyes, otros a pie…, una procesión interminable, que hizo que me diera cuenta, por una parte, de lo que significa el agua, y el tesoro que es; y, por otro lado, la dureza de la vida de las personas de estas latitudes.
Finalmente, llegamos a Kangundo y encontramos a la hermana agustina recoleta, quien le entregó a sor María José lo que le había traído de España. A su vez ella le dio regalos para su familia y un hábito de color claro para que se lo pusiera mientras permanecía en Kenia, pues el color negro es poco adecuado para el calor de estas tierras.
Posteriormente tomamos camino hacia Nairobi. Un viaje de otras dos horas, donde de nuevo pude ver la procesión de gente en busca de agua. Según nos íbamos acercando a Nairobi, la procesión iba desapareciendo y surgía el tráfico. Al llegar a la carretera principal que lleva a Nairobi, el tráfico era intenso y la carretera estaba llena de grandes camiones con contenedores que venían del puerto de Mombasa.
Una vez superado el tráfico, llegamos al aeropuerto Jomo Kenyata de Nairobi. Me llamó la atención que, antes de entrar al aeropuerto, todos los ocupantes del coche debíamos bajarnos del mismo, y pasar un control de seguridad. El coche tenía que abrir ventanas y el maletero para su inspección. Como he dicho antes, el gobierno de Kenia quiere evitar por todos los medios los atentados terroristas, y que el país pueda caer en la violencia que atenaza a las naciones que lo rodean. Kenia es un paraíso de paz en medio de un polvorín de violencia.
En el aeropuerto comimos y, una vez terminada la comida, sor María Joséy sor Judith me acompañaron hasta la entrada del aeropuerto. Allí pudimos encontrarnos con la superiora general de las Misioneras de la Caridad de la madre Teresa de Calcuta. La acompañaba literalmente un ejército de monjas. De hecho, la superiora general junto con su acompañante siguió la misma ruta que yo llevaba. Primero a Doha y después a Roma.
Ya que en el aeropuerto solo pueden entrar los viajeros, como sucede en Manila, me despedí de las hermanas, no sin antes agradecerles todas sus atenciones y los hermosos días que había pasado con ellas en Wote.
Una vez en el aeropuerto esperé mi vuelo. El abordaje fue un poco caótico, y pude darme cuenta de que no era la única persona que halaba español; había un pequeño grupo de turistas españoles. El vuelo hasta Doha fue muy bueno, aunque el avión evitó pasar por el espacio aéreo de Yemen… En Doha después de casi tres horas de escala abordé el vuelo hacia Roma, adonde llegué por la mañana, todavía sin creer todo lo que había vivido en los últimos veinte días, y con muchas experiencias para meditar y guardar en el corazón.
Las monjas de Wote me dijeron que “Bombo”, el cachorro que era mi amigo, durante varios días regresó a la oficina donde yo me quedaba para buscarme…