El agustino recoleto Martín Legarra Tellechea (1910-1985) fue testigo directo de varios grandes acontecimientos del siglo XX. Desarrolló su servicio ministerial con optimismo, simpatía y dotes para la comunicación. Su vida como misionero, educador y obispo podría haber servido para guion de una película.
En octubre de 1963 Martín es llamado a la Nunciatura en Madrid, donde le comunican que Pablo VI quiere nombrarle primer prelado de Bocas del Toro, en Panamá. Alega mala salud y tener desaconsejado el clima tropical, pero ante la insistencia, acepta. El 21 de noviembre de 1963 se hace público.
El primer momento fue de desconcierto por la falta de información fiable. Llega a Panamá el 7 de febrero de 1964. Los Recoletos del Colegio San Agustín de Ciudad de Panamá le presentan en sociedad. A su toma de posesión, el 29 de febrero, asisten todos los obispos del país, el Nuncio, el presidente, autoridades locales… Él se siente especialmente acogido y querido por el pueblo.
El territorio de la Prelatura coincide con el de la Provincia civil, son 3.037 km2 (como Álava en España o dos veces la extensión de la Ciudad de México) y contaba con unos 45.000 habitantes (hoy son poco menos de 200.000).
Además de la zona continental, hay nueve islas, 52 cayos y miles de islotes, todo muy aislado del resto del país, con población indígena (40%) y afrodescendiente (10%). A los Agustinos Recoletos se les encarga sustituir a los Paúles de Estados Unidos y atender la nueva Prelatura, una Iglesia muy joven en una zona con gran presencia evangélica y poblaciones donde se habla más inglés que español.
Lo primero que hace Martín es visitar a su gente: “Independientemente de su credo o color, son amables. Yo, la verdad, me encuentro feliz en medio de ellos”. Durante seis meses, en cayuco, lancha, vehículo, cabalgando o a pie, ya ha estado en todas las poblaciones al menos una vez.
Cinco recoletos de la Provincia de Nuestra Señora de la Consolación junto con Martín comienzan de cero la nueva Prelatura: faltan misioneros y misioneras, financiación, servicios de educación y salud, infraestructuras…
La máquina de escribir de Martín vuelve a sonar: redacta informes, pide recursos, pone al día a sus hermanos Recoletos, a las autoridades civiles, al Legislativo, a la Santa Sede, a Propaganda Fide, a Adveniat y Misereor en Alemania…
Acude a la tercera sesión del Concilio Vaticano II en Roma (14/09 al 21/11 de 1964). Allí le informan de que un vendaval ha destruido la iglesia, el colegio y la residencia de Bocas y consigue la solidaridad necesaria para la reconstrucción.
Aprovecha el Concilio para aprender y para tejer una extensa red de relaciones con el episcopado centroamericano y los dicasterios romanos. El 6 de noviembre interviene en el aula conciliar y pide que las Prelaturas gocen de las mismas ayudas que los Territorios de misión: “Nunca sentí tanto mi pequeñez”.
A la vuelta pasa por Madrid buscando recursos (el 22 de noviembre de 1964 predicó en 16 misas en la iglesia de Santa Rita). Y visita los seminarios menores y mayores de los Agustinos Recoletos para promover el apostolado misional.
El 12 de marzo de 1965 el papa Pablo VI nombra a Martín obispo. Es ordenado en la catedral de Panamá el 6 de junio, fiesta de Pentecostés. Presiden la celebración el Nuncio, Antonino Pinci; el arzobispo de Panamá, Tomás Alberto Clavel; y el obispo del Vicariato Apostólico de Darién, Jesús Serrano.
Además de las obras de la catedral y del colegio en Bocas, inicia inmediatamente un apostolado intenso con los indígenas. Un comentario de un cacique le anima: “Solo uno que nos quiera mucho vendría a visitarnos como tú lo haces”.
En la cuarta sesión del Concilio Vaticano II (14/09 al 07/12 de 1965) interviene en nombre de 77 obispos de zonas misionales para, entre otros asuntos, hacer un alegato a favor de la realización de contratos entre obispos e institutos religiosos.
Cierra acuerdos con las Hermanas Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena (conocidas como Lauras) para que le apoyen en la pastoral indigenista a través del Centro Vocacional Indigenista San Agustín en Kankintú.
Él mismo se dirige a la región de Santa Catalina, donde están los bogotás, que aún viven en una enorme miseria y abandono, al tiempo que con los teribes pone en marcha el Programa de Desarrollo de Comunidades Rurales que le ha sacado al Gobierno panameño. Martín aúna opuestos: selva y asfalto, alfombras y barro, despachos y chozas. Bocas del Toro entra en la agenda social, antes desaparecida de los noticiarios y las rotativas.
En octubre de 1966 acude en Mar del Plata, Argentina, a la primera reunión del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano de Latinoamérica y las Antillas). En el CELAM le encargan la presidencia del Departamento de Misiones, responsabilidad que le llevará por Ecuador, Perú, Colombia, Venezuela, Costa Rica…
De regalo, consigue rever a sus hermanas Martina y Eulogia después de 44 y 39 años, respectivamente, emigradas de Navarra a La Pampa tras casarse.
La actividad es constante en la Prelatura donde, en el momento más álgido, trabajan diez agustinos recoletos, Lauras, Capuchinas y USEMI (Unión Seglar Misionera). Tocó muchas más puertas, aunque sin éxito.
Inaugura la nueva catedral en mayo de 1967, reconstruye el templo de Changuinola tras un incendio en agosto de 1968, así como otros cinco templos menores rurales. Corre la broma de que al obispo no le importan vendavales e incendios, pues le permiten construir nuevas y mejores infraestructuras.
En Kankintú construye una casa para las religiosas, otra para los religiosos, un centro comunitario, una capilla y la urbanización y trazado de calles y saneamiento. En Cricamola levanta cinco escuelas y en Changuinola el centro de formación profesional “Fe y Alegría”.
En Ciudad de Panamá comienza a promoverse en los despachos su mote de “Monseñor Meagarra”. No ceja en su empeño de gritar a los cuatro vientos las necesidades de los suyos. En los medios de comunicación es un habitual, como en el programa de radio “Arriba, dormilones” de Jorge Carrasco.
Todo sigue su normalidad hasta que el 1 de abril de 1969 debe reiniciar su vida: se le anuncia su nombramiento como obispo de Veraguas:
“Estoy hace tiempo convencido de que no hay fórmula mejor ni más segura para la paz del espíritu que ponerse en las manos de Dios… Por obediencia vine a Bocas y por obediencia iré a Veraguas”.
El pueblo, los misioneros y misioneras de Bocas sienten desconcierto y tristeza ante la noticia inesperada, propiciada por una carambola: tras la renuncia del arzobispo de Panamá, monseñor Tomás Alberto Clavel (1921-1988), le sucede en la capital el hasta entonces obispo de Veraguas, Marcos Gregorio McGrath (1924-2000). Y, por ello, Martín es enviado a Veraguas por la Santa Sede.
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ÍNDICE
- Introducción
- 1. Una mente abierta a lo desconocido
- 2. Martín y la vida religiosa
- 3. Filipinas, aprendizajes y nuevas responsabilidades
- 4. Aún más abierto al mundo
- 5. Cronista de la mayor pesadilla
- 6. Martín, educador
- 7. Martín, formador de religiosos
- 8. Martín se reencuentra con España
- 9. Martín en Bocas del Toro
- 10. Martín en Veraguas
- 11. Obispo emérito, que no jubilado
- 12. Una Semana de Pascua