El agustino recoleto Martín Legarra Tellechea (1910-1985) fue testigo directo de varios grandes acontecimientos del siglo XX. Desarrolló su servicio ministerial con optimismo, simpatía y dotes para la comunicación. Su vida como misionero, educador y obispo podría haber servido para guion de una película.
El 28 de abril de 1947 Martín zarpa de vuelta a Filipinas, su último gran viaje en barco (Port-Said, Adén, Colombo, Singapur), que narra en varias crónicas tituladas “Un misionero en ruta”.
En Cebú City, entonces con 160.000 habitantes —frente al millón actual—, se ha creado un clima entusiasta para recibir el nuevo colegio, con el apoyo del arzobispo, Gabriel María Reyes. Tras haberse cerrado durante la guerra, muchos colegios seguían aún sin reabrir.
Martín, nombrado rector, consigue en Manila los permisos ministeriales, compra los muebles y el material didáctico. El 7 de julio de 1947, en un tiempo récord pues se partía de cero, dan comienzo las aulas en el viejo caserón conventual. Durante once años (1947-1958) se dedica en cuerpo y alma a este Colegio San José.
Situado en el centro histórico, zona comercial con pocos residentes y sin apenas transporte público, sorprende su primera matrícula: 940 alumnos. En cuatro años llega a 3.410 y luego se estabiliza en 2.500 tras eliminarse los tres turnos (mañana, tarde y noche) porque la ley fijará dos como máximo.
Martín marca como objetivo irrenunciable la calidad; y, como medios, usa la cuidadosa elección del profesorado, la sana competitividad, una fluida relación con la sociedad local (medios de comunicación, Parroquias), la publicación de la revista interna “Forward” y las ofertas de enseñanzas complementarias, como la oratoria o el español, inexistentes en los otros centros de la ciudad.
Las cuotas no eran onerosas, hasta el punto de que se corrió el dicho de que “el dinero del San José huele a pescado” por tener muchos alumnos de Pasil, el barrio pesquero. No era infrecuente verlos descalzos en las aulas.
Martín también remarca el aspecto católico y agustino recoleto, con dos horas semanales de educación religiosa y una avanzada pastoral sacramental (inauguración y clausura, primeros viernes, festividades de la Orden, primeras comuniones). Las Asociaciones (Santo Escapulario, Acción Católica, Legión de María, clubs de santos) estaban muy extendidas, así como las iniciativas solidarias, que perduran hasta hoy.
Gran lucha para Martín fue la infraestructura. El viejo convento se quedó pequeño ya en el primer año. No sin tensiones con los contratistas y con los superiores inaugura el segundo año un nuevo edificio; en 1949 construye la nueva residencia de religiosos; y en 1955 inaugura el Saint Augustine Hall, edificio con 27 aulas, oficinas, laboratorios, biblioteca, centro médico, sala de profesores…
Martín fue pionero en pedagogías avanzadas y en la coeducación de niñas y niños. Esto, junto con la situación del internado y las dudas de los superiores ante sus planes de ampliación y el rendimiento económico, le supusieron muchos retos.
El San José mantiene hasta hoy su nombre e himno en español y ofrecía aulas gratuitas de este idioma. Colaboró con la Asociación de Hispanistas de Cebú y con la Embajada de España en la promoción de la cultura hispano-filipina. Fray Martín firmó entre 1949 y 1952 la columna “Sal y Pimienta” en La Prensa y la sección “Buenos días, lector” del Southern Star, para promover el español en la vida social.
Impelido por su recuerdo de la misión de Henan, apoyó a la comunidad católica china de Cebú (18.000 personas). En 1954 cedió las aulas y la personalidad jurídica del San José para que los jesuitas diesen clases a alumnos chinos hasta que inauguraron su propio colegio al año siguiente, el Sacred Heart School.
Tantos esfuerzos, el cansancio, el clima pesadísimo, las presiones de los superiores, las tensiones con las autoridades, la gestión del profesorado, cuadrar las cuentas, las envidias de otros centros educativos, los ataques nacionalistas, acompasar la vida de la comunidad religiosa con la del Colegio… Tantos retos a la vez le obligan a frenar la marcha.
Pasa nueve meses de 1952 en España y algunas semanas de 1953 en Negros buscando descanso; sufre de cálculos renales y de una pulmonía en 1957; y una fuerte anemia le acompañará durante lustros. La natación se convertirá en una reconfortante terapia física y mental que practicará el resto de su vida.
Pero todo ello se compensó con creces con el entusiasmo y la colaboración de los religiosos de la comunidad, la entrega y cariño de la mayor parte de los profesores, el gran prestigio social, los éxitos académicos y deportivos, la labor social en la ciudad y el apoyo del arzobispo, agradecido por la labor evangelizadora del centro.
El quehacer educativo de Martín dejó huella, requerido por Diócesis, centros educativos o congresos por todo el país. Por su carácter y su manera de gestionar también fue llamado a mediar en conflictos laborales. Lengua de plata y corazón de oro, le definió un sindicalista. Él resumió así esos tiempos:
“Fueron días de ilusión, lucha, fraternidad y amor a lo nuestro. Éramos inexpertos en el ramo de la docencia y nuestra mayor sabiduría consistía en saber disimular discretamente nuestra propia ignorancia. Creo que aquellos once años fueron de verdadera prueba, me ayudaron a formarme en el trabajo duro y, a la vez, amado”.
SIGUIENTE PÁGINA: 7. Martín, formador de religiosos
ÍNDICE
- Introducción
- 1. Una mente abierta a lo desconocido
- 2. Martín y la vida religiosa
- 3. Filipinas, aprendizajes y nuevas responsabilidades
- 4. Aún más abierto al mundo
- 5. Cronista de la mayor pesadilla
- 6. Martín, educador
- 7. Martín, formador de religiosos
- 8. Martín se reencuentra con España
- 9. Martín en Bocas del Toro
- 10. Martín en Veraguas
- 11. Obispo emérito, que no jubilado
- 12. Una Semana de Pascua