Martín Legarra (1910-1985), agustino recoleto.

El agustino recoleto Martín Legarra Tellechea (1910-1985) fue testigo directo de varios grandes acontecimientos del siglo XX. Desarrolló su servicio ministerial con optimismo, simpatía y dotes para la comunicación. Su vida como misionero, educador y obispo podría haber servido para guion de una película.

Japón ataca Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 y al día siguiente comienza su rápida ocupación de Filipinas, una de las peores derrotas de la historia de Estados Unidos con 23.000 bajas entre soldados capturados, heridos y muertos.

Aunque desde 1907 Filipinas gozaba de independencia parcial, el cuartel general de la Flota del Pacífico de la Marina de Estados Unidos, con Douglas MacArthur al frente, se encontraba en Corregidor, en la bahía de Manila. Más de 800.000 norteamericanos vivían en el país.

El 26 de diciembre de 1941 MacArthur declara a Manilaciudad abierta” para evitar una masacre y se retira. El 2 de enero entran los japoneses. Los dos conventos recoletos de Manila (Intramuros y San Sebastián) se convierten en hogar y refugio para religiosos de nacionalidades de países en guerra, intentando aprovechar el estatus neutral de España.

Durante los siguientes tres años los frailes a duras penas consiguen ejercer el ministerio. El ejército japonés se adueña de la parte de Intramuros destinada al provincialato, por lo que Martín se traslada a San Sebastián. Esto, a la postre, salvará su vida.

Como ya había cursado las asignaturas antes de la ocupación, fray Martín recibe el 27 de julio de 1942 el Bachiller en Pedagogía. Durante un tiempo es obligado a estudiar japonés por la imposición de los invasores de enseñar su lengua en todos los centros educativos. Para evitar cualquier connivencia, los Recoletos cierran el colegio de San Sebastián y libran a fray Martín de esa obligación.

Martín recibe el Bachiller en Pedagogía.

Sin embargo, todo esto pasó factura a su salud. Además, se producen enormes tensiones entre el prior provincial y algunos disconformes con sus decisiones en tan dramáticas circunstancias y de total incomunicación con el exterior.

MacArthur, en Australia, en marzo de 1942, pronunció su famoso discurso: “Volveré” [a Filipinas]. En otoño de 1944 cumple su promesa, con 175.000 efectivos libera Leyte y Mindoro. Los sobresaltos y la desconfianza de los invasores aumentan. Martín pierde varios kilos y para seguir usando su pantalón lo anuda por detrás. Un soldado japonés, al ver un bulto en la espalda cubierto por un hábito, se abalanzó sobre él en busca de una supuesta arma.

En los conventos hay registros con la excusa de buscar emisoras. Los japoneses interpretan de forma errónea elementos extraños a su cultura y conocimiento, como los libros de misas, donde aparecen nombres, fechas y números. Fray Martín se desahogó escribiendo centenares de cuartillas con estas experiencias, pero quiso deshacerse de ellas durante un traslado de destino.

Los americanos, superiores en número y equipamiento, se presentaron pronto a las puertas de Manila. A finales de enero de 1945 están a solo 60 kilómetros. Será la tercera batalla (solo por detrás de Stalingrado y Nanking) más sangrienta de la II Guerra Mundial con 100.000 muertos, la mayoría civiles asesinados a sangre fría en 26 eternos días, entre el 6 de febrero y el 4 de marzo de 1945.

12.500 marinos y 4.500 japoneses, al mando del contraalmirante Sanji Iwabuchi, montaron barricadas, minaron las calles y abatieron el arbolado para bloquear el paso. Luego se atrincheraron en Intramuros, donde estaba la sede central de la Provincia de San Nicolás de Tolentino. Usaron a los civiles como escudo humano, primero, y carne de cañón, después. Las defensas de la ciudad amurallada más de tres siglos antes por los españoles y el río Pásig les dan tiempo para masacrar más.

Prendieron fuego a todo, lanzaron granadas allí donde hubiere refugiados y mataron sin discriminación, incluso a sus aliados. Una de las mayores masacres se dio en el Consulado alemán, y en el Consulado español fueron asesinadas 70 personas y hasta Franco estuvo tentado de declarar la guerra a Japón.

Los Agustinos Recoletos habían mandado en septiembre de 1944 a sus religiosos en Filipinas buscar un refugio seguro y esconderse de las tropas japonesas. En el caso de Intramuros, de la sede central, tres religiosos se ofrecieron voluntarios para guardar las instalaciones: Mariano Alegría, Simeón Asensio y Martín Legarra. Pero la tarde del 3 de febrero de 1945 los americanos ya bloquean el paso y queda inaccesible. Tampoco dio tiempo a que saliesen los seis religiosos recoletos que allí asesinaron los japoneses. La historia de esta casa y su trágico final ha sido narrada en este documental:

Fray Martín se libró de una muerte segura y quizá, impactado por ello, buscó con denuedo hasta encontrar al único superviviente de aquella matanza, Belarmino de Celis, a quien entrevistó para el Boletín de la Provincia.

Durante la batalla Martín se unió a un equipo de cuatro médicos de Cruz Roja para consolar, animar, asistir enfermos y heridos. San Sebastián, donde reside, está lleno de refugiados y duerme en la sacristía. Recuerda sus tiempos de capellán en Cañacao y sus atenciones convierten a San Sebastián en uno de los lugares preferidos para los soldados americanos católicos. Esto reporta ventajas para atender a los refugiados y aliviar su miseria y el hambre.

Como secretario provincial le toca multiplicarse para obtener información sobre los religiosos por todo el país, dónde y cómo se encuentran, organizar la vuelta a la normalidad… Reinicia las comunicaciones con el exterior, clausuradas durante casi tres años. Envía informes, reportajes y crónicas para explicar qué acaban de vivir.

Las 16.000 bombas americanas sobre Intramuros y los incendios de los japoneses hicieron imposible recuperar el provincialato de San Nicolás de Intramuros. Aún secretario provincial, Martín volverá entonces a Europa.

A causa de los terribles acontecimientos, la Provincia no celebra el Capítulo de 1943. Las comunidades de España, China, Estados Unidos, Venezuela, Trinidad y Perú no pueden comunicarse con el prior provincial. Nada más terminar la guerra el provincial y Martín embarcan hacia San Francisco, cruzan Estados Unidos (Omaha, Kansas, Nueva York) y llegan a Bilbao, en España, en diciembre de 1945.

La Navidad de ese año será para Martín de hondas emociones; primero, porque visita a su familia tras la experiencia de la guerra; segundo, porque visita a las familias de los religiosos recoletos fallecidos en Filipinas durante la contienda. Martín contagia el espíritu misionero por numerosas localidades de Navarra en las que predica. También visita el Teologado de Marcilla.

Tras un Capítulo especial en el que las votaciones se llevan a cabo por correo y no hay reunión presencial, el 11 de mayo de 1946 cesa como secretario provincial. Fija su residencia en Zaragoza y su trabajo se centra en capellanías y tandas de ejercicios espirituales, pero también en la comunicación pública (revista Todos Misioneros, conferencias…), hasta que el nuevo provincial, Santos Bermejo, le plantea abrir un colegio en Cebú, Filipinas, para recuperar la decisión de 1941 quebrantada por la guerra de iniciar el apostolado educativo.

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